La Profecía

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Los monstruos más temibles son aquellos que residen en el interior de nuestras almas.

- Edgar Allan Poe.


Capítulo 2

Me desperté por un fuerte golpeteo constante, aparte de las gotas de aguacero que chapoteaban los techos. La rabiosa tormenta juzgaba haber comenzado poco después de que nos durmiéramos. Lo fastidioso, por otra parte, era el otro ruido. Parecía que alguien llamaba a la puerta incesantemente y desesperado. Gruñendo por lo bajo para no despertar a Elsa, abrí los ojos como pude y me deslicé con sumo cuidado fuera de la cama. Elsa apenas se había movido de su posición original, sin notar la falta a su lado.

Busqué por el suelo a tientas mi abrigo, me lo coloqué, y por pura costumbre tomé mi bastón. Era algo que tenía tan implementado, como una extensión de mí mismo. Floté por los pasillos y escaleras abajo. Estaba desolado y yo, molesto.

-¿Para qué tener un palacio con cientos de sirvientes si ninguno va a abrir la maldita puerta en medio de la noche? Todo lo tengo que hacer yo. Oh, no se preocupen. Que el tonto de Jack abra la tonta puerta en medio de la noche. Ustedes quédense en sus cómodas camas mientras yo hago su trabajo. - renegué sin un receptor en particular más que las pinturas en las paredes y el llanto de las ventanas.

Para cuando llegué a destino, tragué una gran bocanada de aire y soltando otro rezongo, abrí la puerta. Me sorprendí al no encontrar nada a la altura de mi campo visual. Diablos, pensé mientras la tormenta y una corriente de viento me respondía en la cara.

-Gracioso. ¿Quién ha sido el estúpido que se pone a golpear de esa manera en plena...? - antes de cerrar el portón frenético, vi que algo se movía del otro lado y a la altura de mis pies. - ¿Qué caraj...?

Ese algo resultó ser una roca mohosa. No una cualquiera; esta poseía rostro, cabello, voz y un muy extraño cuerpo del tamaño de un arbusto. Vida. El moho no era nada más y nada menos que su vestidura, además de un colgante con piedras de colores. Olía tremendamente a pino.

-¿Un troll? - reconocí, sonando estupefacto mientras acomodaba la imagen en un rompecabezas que desviaba a la conclusión que tenía enfrente. Pero... ¿Qué rayos hacía un troll de las montañas una madrugada tormentosa tocando la puerta del palacio de Arendelle? El mundo estaba de cabeza, ¿o qué?

-¡Oh, por fin! - jadeó el troll empapado. Se lo veía enervado, jadeante, y le costaba hablar al recobrar el aliento, apoyado contra la madera pulida. - He estado aquí por casi una hora. ¡He venido desde muy lejos, muchacho! ¡La profe... La profe... Ofe...!

-¿La qué? - hablaba tan rápido que se me hacía difícil seguirle el hilo.

-¡La Profecía! - exclamó. - ¡Es hoy, el día ha llegado y nadie ha podido anticiparlo hasta ahora! ¡Es hoy!

-¿Qué? ¿De qué hablas?

El troll continuaba como si no me hubiese oído, abstraído en sus propias preocupaciones que vociferaba hacia a mí.

-No puedo creer cómo no lo supe antes. Los árboles lo gritaban, los ríos susurraban y las aves lo comentaban al viento. El mensaje ha estado por todas partes por tanto tiempo y no lo he podido escuchar. - se golpeó la frente con su mano rocosa. - ¡No puedo creer que lo haya pasado por alto! ¡Y AHORA ES MUY TARDE!

-¿PERO DE QUÉ ESTÁ HABLANDO, señor... cosa? - no podía creer que estaba tratando con un troll lunático. Las circunstancias no podrían ser más extrañas.

-¡LA PROFECÍA, HOY SE CUMPLE! - repitió.

Casi me río en su cara.

-¿Estás jugando conmigo verdad?

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