Rendición

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Tengo el alma del océano,

Quiero todo y nada en armonía,

Soy el caos

Navega en mí.


Capítulo 4

Esta vez, lo que más le costó fue despertar. Fue como dormir en un sufrimiento, y despertar en agonía. Por un momento sintió que había abierto los ojos pero no podía ver otra cosa que negrura. Tal vez el efecto desapareció, o había sido una extensión del sueño, pero ahora podía ver su habitación enteramente. La suave luz de un cielo cubierto, el empapelado rosa mosqueta, la escarcha plateada sobre la cama. Él también podía verlo.

-Oh, no...

No hubo energía para desperezarse; observó, para luego apreciar la intranquilidad de que había congelado casi toda la superficie de la cama. Repetidamente sus poderes se salían de control y creía saber dónde provenía la raíz del problema.

En ella.

Al instante, la doncella de las mañanas entró al cuarto en el momento más inoportuno. Fue tan rápido que Elsa no pudo decirle que tenía que tocar antes de invitarse a pasar. La doncella había entrado con una deslumbrante sonrisa que desapareció como la llama que soplas de una vela. Los ojos bronce de la muchacha no se posaron en la estupefacción de la Reina, sino en sus colchas infestadas de hielo, y después ambos rostros compartieron el espanto de la misma razón.

Esta apenas reverenció y salió por la puerta casi despavorida, casi perdiendo la compostura. Elsa no perdió ripio de los sollozos amedrentados del otro lado de la puerta de los pasos que iban a la carrera.

Elsa abrigaba la marea nuevamente; la impertinencia de la doncella, el temor por lo que vio, por ella, la herida por su reacción y huida y el descontrol en su interior.

Se alejó de la cama despacio, sin pretender que una brusca fricción agravara sus circunstancias. No solo ocurrió con su cama. La toalla para el rostro, el recipiente con agua, su tocador, el cepillo de cabello. Todo se infectaba con su magia. Eso no fue lo extraño, por otra parte, sino la obstinación ante el problema.

Lo sintió... normal, natural. Algo familiar que había sucedido hacía años, por casi toda una vida, resucitaba a estas alturas. La diferencia en esta ecuación es que en aquel tiempo el descontrol lo juzgaba erróneo, incorrecto. Y ahora... La magia es así de impredecible. Entonces, ¿a qué temerle? Pronto pasaría; podría ser que el ciclo lunar o la energía del universo hacían potenciar su magia, por ello estaba más desatado de lo normal. No hay de qué temer.

Ya había sucedido, por lo que sabía cómo repararlo. Pero por el momento, no se angustiaría y dejaría los días transcurrir, desasociada de ello. El remedio está en la calma.

Ignorando los destellos plateados que consumía partes de su habitación como manchas de tintas, expandiéndose cada vez que ella daba la espalda, se vistió y con toda la temprana concordia de la mañana se dirigió a los pasillos, a la puerta blanca.

- ¿Huh? - respondió una soñolienta Anna al tímido llamado. Cuando reparó en quién era la visita, hizo una mueca. -Oh. ¿Qué quieres, Elsa?

La blonda apartó la punción que le provocaba la dureza de su pregunta. Impuso la mejor sincera sonrisa de súplica y arrepentimiento que había estado practicando en el camino.

-Quería pedirte perdón, por lo que pasó ayer.

Anna levantó una ceja. Continúa, decía su gesto.

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