Capítulo 1 KEIN

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08 de septiembre de 1999

A Kein nunca le ha gustado su casa, desde pequeño siente mucho miedo del lugar y a pesar de que ya tiene 11 años no logra por más que quiera, sentir calma en ella. Las múltiples habitaciones sin uso, el ático con la colección de payasos de su abuelo fallecido, el sótano donde se escuchan murmullos en la noche y todo lo demás, es absolutamente inquietante allí. Y este día es particularmente especial, ya que un día como hoy martes 8 de septiembre hace un año atrás, tuvo un accidente, en el cual perdió el 70% de su memoria y gracias a una lesión en el cerebro no ha podido recordar gran parte de lo pasado.

El día se hace largo cuando no tiene con quien jugar, la escuela es mayormente sombría y una extraña sensación de presión sobre su pecho lo invade y lo mantiene nervioso, nada, absolutamente nada hoy es más relevante que esta noche, ni la niña que le gusta, ni los arduos partidos de fútbol los cuales gusta ver desde su galería favorita.

El regreso a casa es penumbroso, los animales del sector son bravos y el bosque agobiante. Como todas las tardes de vuelta al hogar, gusta obsequiar una flor en alguna de las múltiples tumbas del cementerio cerca del camino y lanzar piedras al cuero del lago o clavarse "accidentalmente" las espinas de los cardos, mientras se come la manzana obsequiada en el almuerzo de la escuela, todo sirve  para tratar de escapar de las emociones del momento y viajar al interior, aunque el exterior le exija mas atención. Temblores en el cuerpo y bostezo de un cansancio que te golpea, un sudor helado y cabello rizado de un castaño oscurecido por la humedad, son el claro resultado del trabajo por eludir la melancolía.

A lo lejos puede ver la casona agonizante, el pasto largo y el cielo gris, el jardín con flores muertas y pájarillos negros comiendo arañas cerca de la ventana. Lo más parecido a una sonrisa se esboza cuando Kein abandona su mochila a la entrada de la casa y corre hacia un viejo columpio, aquel que se sostiene desesperado de un Sauce llorón sobre la tumba de las múltiples mascotas del niño que no duran más que meses. Sentir el viento hiriente en la piel, ver los calzados sucios y las rodillas raspadas, con la sensación de hambre y sueño que molestan como agujas en los ojos por no poder descansar como se debe, poseedor de  una mirada triste y ceño melancólico que embellece al joven como un cuadro de Bruno Amadio, acompañado de ardua espera y pánico momentáneo, desesperación frenética por hacer lo que aún no se sabe y suspenderse en las imaginerías propias de la corta edad, para luego viajar a ese mundo el cual todos siempre anhelamos de manera diferente y perfecta.

Los padres aun no llegan y un sándwich junto a un vaso de jugo barato es la mejor opción, el sentimiento de soledad comienza a abrazarlo y el corazón de Kein late en cada momento más fuerte. Una canción en el piano del salón no está mal para poder descansar de la tensión en los músculos, los grillos y las luciérnagas acompañan al niño en su dulce canto y el frío se hace presente atraído por las notas de la obra, mientras la noche se deja caer poco a poco cubriendo con urgencia cada rincón de la casa.

Los padres llegan por fin y con ellos las polillas, que se dirigen desesperadas al candelabro como Kein a la seguridad que al parecer los padres olvidaron en el trabajo, porque el joven no la siente llegar, no siente su abrazo ni su calor, no siente la caricia ni el refugio que le debería brindar y las sensaciones son tantas que cualquiera se confundiría fácilmente, la alegría y la pena, la rabia y la calma, donde no se encuentra el objeto al cual cargar con la culpa, porque se ve difuso. La casona comienza a quejarse y el déjà vu de Kein llega como una burla a su mente descuidada, morder las uñas y  observar a lo lejos a la madre cocinar por inercia y al padre descansar  con el rostro de amargura, quejándose de lo que tiene y lo que nunca tendrá,  nada parece calmar la pesada ansiedad.

Más tarde, la cena es silenciosa y con los padres indiferentes, el postre de sabor amargo y de infinitos ruidos tenues, el mantel gastado y la silla incomoda, rodeado del ambiente irrespirable y poco contenedor.  Cuando la hora de dormir llega, Kein procede a despedirse de sus padres para dirigirse a su cuarto, dando un beso a cada cual en sus rostros congelados e inertes. Sube la polvorienta y oscura escalera hacia el segundo piso, los murmullos ya le dan la bienvenida, el baño es objeto de deseo repleto de aromas confusos, agua escarchada y crema dental acabada, siempre le sangran los dientes al joven y el hilo dental le corta la encía,  más una vez culminado el proceso ingresa nuevamente al pasillo. El dormitorio está cerca pero aún queda otra escalera por subir, el frío es tal que se impregna en su cuerpo, un nuevo pasillo largo y difuso, el piso de madera y paredes cromáticas repleta de cuadros inquietantes. La ventana de su habitación está abierta y las cortinas danzan con la brisa.

Ahora la luna llena alumbra su camino, los murmullos lo invitan a asomarse por el balcón, lo invitan también a afirmarse y a mirar los árboles que lo saludan. En ese instante, una voz perturbadora detrás de él le dice:
- ¿Estás seguro que quieres recordar?

El niño ve como se detiene todo a su alrededor, su corazón parece latir a mil por segundo y su respiro es largo e interminable, sintiendo de pronto unas manos pequeñas sobre su espalda, para caer desde el tercer piso al vacío, su sangre oscura no tarda en empapar su camiseta blanca y sus ojos verdes en olvidar el brillo que tenía, el cemento y antejardín que hace un año era una piscina poco profunda, fueron fiel testigos del recuerdo de Kein.

09 de septiembre de 1999.

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