Capitulo 5-Lina

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—¿Dónde estabas? —me ataca Sole apenas abrí la puerta de la habitación.

—Caminando.

—¿Te pasa algo?

—Resaca —mascullo.

—Ah ok, hoy es el día de los monosílabos de Lina —ironiza, elevando las manos.

—¿Hace mucho que estás despierta?

—No, hace menos de media hora —responde, echándose al sofá—. ¿Comiste algo?

—Nop; e imagino que tú tampoco, ¿verdad? —más que una pregunta era una afirmación, ya que tiene problemas para bajar sola u ordenar por teléfono.

—¿Vamos a comer? —propone, mostrándome los dientes con una gran sonrisa; acompaño a la suya con una sonrisa mía, y doy gracias en silencio porque no tiene resaca o dolor de cabeza, o al menos no se queja si los tiene.

Le hago señas hacia la puerta, ella de un salto sale del sofá y salimos de la habitación agarradas del brazo; increíblemente está bien, la voy hacer caminar si sigue así. A la mierda la ducha y la música, prefiero aprovechar y caminar con Sole. Cuando estábamos llegando al restaurante del hotel me acordé de la cafetería que había visto por la mañana, y se me ocurre que sería buena idea ir a comer allí. Además, sería un paso más para después hacerla caminar.

—Sole, comamos afuera; hay una cafetería a un par de manzanas, y vi que tenía una linda terraza —la insto, haciéndola cambiar de rumbo hacia las puertas del hotel.

—Me vas a hacer caminar como siempre, qué manía la tuya.

—No vas a caminar diez kilómetros, no empieces a quejarte; además, te va a gustar el lugar, y necesitamos azúcar.

—Yo necesito azúcar y cafeína.

Cuando llegamos ordenamos unos capuchinos y Lemon-pie. En realidad, ordenó Sole, haciendo señas; gracias a Dios tenían una pizarra colgada en la pared detrás del mostrador, así que ella se dedicó a deducir lo que decía, mientras yo me mordía la mejilla por adentro para no estallar en risas y quedar 60 como una lunática. Luego de tener nuestro pedido en mano, nos dirigimos a la terraza y nos ubicamos en una mesa.

—La verdad, es una vista espectacular —exclama asombrada.

—Sabía que te iba a gustar.

—Bueno. ¿Me vas a contar dónde estuviste? — expresa, mientras come la crema del capuchino.

—Ya te dije, estuve caminando —suspiro, sé que no la voy a convencer—. Fui a la puerta de la victoria —le comento con tono casual.

—¿Y eso qué se supone que es?

—Es un monumento de los bávaros.

Comienzo a contar la historia que Alex me había relatado, ella escucha atentamente sin interrupciones y, por supuesto, con la boca abierta. Me da mucha gracia Sole cuando se pone en plan concentración; arruga la nariz, agranda los ojos y abre la boca. Cuando termino de explicarle todo, obviando la parte de Alex, claro está, acerco la mano a su mandíbula y se la levanto.

—Wow, qué historia. ¿Y la estudiaste antes de venir?

Esta chica huele la presencia de un hombre, es una perra.

—No, me la contaron cuando estuve ahí —digo, metiéndome un pedazo de lemon en la boca; lo empecé a masticar con lentitud, para no contestar nada con lo que pueda llegar a salir, o al menos darme tiempo a pensar una buena excusa.

—¿Cómo que "te la contaron"? ¿Quién te la contó? —comienza su interrogatorio mirándome fijo para que no le mintiera; maldita mujer.

—Alguien que pasaba por ahí y me vio mirando el monumento — respondo con mucho convencimiento; o al menos, lo era para mí.

Maldito Cuerpo Traicionero (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora