Colotaro admiraba la belleza del valle y la vasta tierra que los dioses habían entregado a los hijos de la foresta, los descendientes del ave que vigila desde la montaña. Su mente recordaba antepasados y su canto trivial resonaba en las murallas del montañoso territorio. Tosco de marcados músculos, de mediana estatura, pelo largo y negro, manos grandes, brazos fuertes, capaces de tomar cualquier animal por el cuello y vencerlo. Colotaro, el guerrero se erguía vigilante en la copa del monte de los gritos, lugar donde los Dioses habían depositado la primera semilla de vida en el mundo.
Los territorios verdes, la tierra de Colotaro era un valle hermoso bañado por un rio majestuoso, de aguas tranquilas y de abundantes peces. La montañas de color gris y picos nevados custodiaban el prado de bosques y vegetación, el cielo claro y trasparente como el agua era testigo de la paz y tranquilidad del pueblo de los hijos de la foresta.
Hijo de guerreros, Colotaro estaba sellado por los grandes señores del sur, su destino estaba marcado por la grandeza y el sacrificio. Su pueblo lo era todo, y el guerrero jamás permitiría que nada malo les pasara.
Tenía seis años cuando perdido en el bosque quedó frente a frente a una criatura sagrada, la cual lo miro y se alejó sin dañarle. Esa fue la señal, para los antiguos, de la grandeza que esperaba a Colotaro.
Mara, era la esposa de Colotaro, la conquistó para sí en un combate contra otro pretendiente, tenían ya seis años juntos y un hijo al cual llamaron Rauro, el cual era un muy buen cazador y pescador.
Entre guerreros, abuelos, mujeres y niños, el pueblo alcanzaba el número de seis cientos setenta y seis almas, asentadas a orillas del rio Viejo, en chosas y tiendas de cueros y ramas, viven de la pesca, la caza, la agricultura y recolección de frutos del bosque. Mantenían una gran unión espiritual con el bosque, la foresta y toda la naturaleza en general, ellos ofrecían regalos de frutos a los Dioses y jamás cazaban a los descendientes de las criaturas sagradas, leones, águilas y tigres entre otros. Respetaban la vida y se hacían respetar.
Una noche el guerrero tuvo un sueño perturbador, todos hacían sus cotidianas tareas, las mujeres molían trigo y los hombres cazaban en las cercanías, de un momento a otro el cielo se nubló oscuramente, las nubes hicieron espacio y descendió una mano llena de plumas y con garras en vez de uñas, ésta araño la tierra en la cual se encontraba la aldea y todo fue destruido, nada quedó, ni un alma, ni un animal, nada de pie, todo desapareció. El guerrero se lanzó en un ataque desesperado en contra de esa mano que lo despojaba de sus seres amados, pero ésta se elevaba y desaparecía entre las nubes. Colotaro quedó de rodillas, con el cadáver de su amada entre los brazos, mirando a su hijo flotando sin vida en las aguas del rio viejo.
Al otro día el guerrero emprendió un viaje al monte de las últimas nubes del cielo, buscando a los más antiguos para hacer las preguntas necesarias respecto de este sueño tan extraño que había tenido. El viaje no sería nada fácil.
El amanecer abrazaba con cariño el andar de Colotaro, los árboles le daban la despedida y ya quedaba en la lejanía la rivera del rio viejo, la aldea y los territorios de caza. Todo marchaba bien hasta el momento. Durante la tarde se detuvo junto a los Sauces llorones, cerca de la caverna de las bestias sagradas, era llamada así porque en la antigüedad fue habitada por ellas, seres místicos de gran poder que cuidaban a los primeros hombres del valle verde, comió algunos frutos y pescados, y tomó la decisión de dormir bajos los ancestrales árboles.
En un momento de la noche, cuando el viento soplaba sobre las copas y los animales nocturnos llenaban la oscuridad con sus chillidos, graznidos y toda clase de ruidos, una de las criaturas sagradas apareció desde la profunda foresta, entre zarzamoras y matorrales. Colotaro no podía creer lo que sus ojos le atestiguaban, su cuerpo estaba paralizado a la vez que calmo y sin temor. La bestia parecía león, pero mucho más grande de lo normal, sus ojos eran blancos, su melena también, al final de la cola tenia puntas como garras, su respiración era profunda y no emitía ruido alguno al caminar, se desplazaba como flotando entre ramas y arboles.
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Sangre Divina
FantasyEn un tiempo olvidado por los hombres y un lugar condenado por los dioses, se levantará desde la cuna de su pueblo, un hombre destinado a luchar en el espíritu del guerrero para salvar todo aquello que ama.