Me habían hablado tanto, tantas veces y de tantísimas cosas, personas, momentos, pero no;
no me habían hablado de ella.
Ella era la poesía de un domingo por la tarde, con el pijama y las ojeras.
Ella era el verso más bonito, el que hace que florezca una lágrima en tus pupilas.
Ella era el carácter más fuerte, porque luchaba cual guerrillero armado por su libertad.
Ella era los ojos más bonitos de toda la plaza, la boca más tímida de cualquier rincón.
La cerveza fría en un día soleado,
el grito más fuerte de quien muere en silencio.
Ella era el cuadro más bonito del Louvre,
la mejor sinfonía de cualquier músico,
la escultura mayor fotografiada por turistas.
Ella era la flor que flota sobre aquel lago, en el que muchos se ahogan por un beso.
Era el abrazo, ese abrazo, que rompe huesos pero reconstruye almas.
Ella era la carretera más peligrosa, donde sino te agarras, te estampas.
Ella era el culo que siempre te giras para ver,
la flor más bonita del prado,
el resto de chocolate en la comisura de tu boca.
Ella era la niña que conseguía hacer hablar a los mimos,
la risa que te hacía cambiar de dimensiones.
Ella era lluvia, y el sonido en cada gota,
ella era invierno, llena de ilusiones.
Ella era capaz de hacer saltar a cualquiera que le viera desde lo alto de la Torre Eiffel,
ella era las luces que iluminan Madrid por las noches.
Ella era el suave movimiento del tabaco sobre el papel,
la enorme bocanada de humo cuando el vicio ahoga.
Ella era, el punto final de mi historia.
Por eso ella no era,
todavía es.