Corrí hacia el interior, sin siquiera reparar en que algunos miembros de la tripulación me miraban con miedo. Claro, el fantasma había muerto, pero ahí estaba, deslizándome veloz entre los pasillos de una nave que me conocía de memoria, esquivando la recepción y entrando al pasillo de lujo. Enseguida estuve frente al cuarto de Daimen.
Mi corazón se detuvo. Tardó un par de segundos en volver a funcionar.
Golpeé la puerta. Nadie abrió. Giré el picaporte. Cerrado.
Con mucho cuidado, deslicé una horquilla por la cerradura, y poco a poco logré abrir la puerta. Pero el cuarto estaba vacío.
- ¡El caballo!- Murmuré, volviendo mi carrera, esta vez hacia las escaleras. Estaba tan nerviosa que tropecé, y si no llega a ser porque estaba agarrada a la barandilla, me habría golpeado de frente. De todos modos, tuve que detenerme a recobrar el aliento. Ni toda la adrenalina del mundo me haría avanzar más sin respirar un par de minutos.
Estaba tan nerviosa, que empezaba a tener escalofríos. Me llevé las uñas a la boca, para liberar tensión, pero intenté contenerme. No tenía por qué estar nerviosa, ¿verdad? Pero lo estaba. Y, cuando estaba frente al establo, con la mano en el picaporte, me entró el pánico.
Él tenía miedo, yo también podía permitírmelo, ¿verdad?
- No, Clarya. Uno de los dos tiene que ser fuerte.- Murmuré. Giré el picaporte, esperando encontrarlo dentro.
Me quedé muy sorprendida al no verlo. Ni siquiera estaba ya el caballo. Tal vez era por eso. Ya no había lazos que lo unieran a este lugar. Ni era nuestro punto secreto de encuentro. Era más una tortura, una celda, que una sala en la que refugiarse.
- Mierda.
Volví a subir. Aquello parecía el juego del escondite. Y, cada vez que descubría que Daimen había decidido refugiarse cada vez más dentro, en un lugar más oculto, me entraba más miedo. ¿Y si él no quería verme al final? ¿Y si estaba presionando de más? No quería que me volviera a doler su partida, sin siquiera haberlo visto.
Pero entré a la biblioteca, con lágrimas en los ojos, cada vez más afectada, y me dejé llevar hasta el pasadizo secreto. Sería egoísta, pero necesitaba verlo tanto como necesitaba respirar. Al menos una vez, luego podría irme.
La estantería se deslizó a un lado y pude ver una butaca en medio de la sala, de espaldas a mí. Di un paso hacia el interior, mientras pulsaba el botón secreto para volver a cerrar la estantería. El ventanal estaba dando al mar, en el que se empezaban a ver los inicios de la puesta de sol.
- ¿Daimen?- Llamé, con un nudo en el estómago gigante. Sentí como alguien se movía al otro lado de la butaca. Di otro paso.- No puedes enviarme un telegrama y luego no venir.
- Tú tampoco debiste irte sin decir nada.- Musitó, sin girarse. Me detuve.
- Lo sé.
- Escribíais a Luke. Y no me decíais nada.
- Lo siento.
- Tenía miedo de que no fueras a querer hablarme. No quería irme de Aiceva sin verte, pero tampoco quería irme con el corazón partido.
- No lo hagas.
- ¿El qué? ¿Irme con el corazón partido?
- Irte.
Por fin pude hacer que se levantara. Tenía ojeras, la mirada cansada y el pelo revuelto. Pero me pareció tan hermoso como la primera vez que lo vi. Por dios, si yo tenía los ojos anegados en lágrimas. No estaba como para quejarme.
Me lancé sobre él, rodeándole con los brazos y tirándole al suelo. Daimen me rodeó por la cintura, riendo.
- Te he echado de menos.- Me dijo, con sus labios en mi cuello.- Pensaba en ti en cada momento. Hasta soñaba contigo.
- No Daimen, tu no vas a recordarme los sueños que he tenido contigo. Te lo prohíbo.
- ¿Con qué soñabas?
Me sonrojé, desviando la vista. Daimen rió, girando y poniéndose sobre mí.
- ¿Quieres revivirlo?- El sonrojo se hizo mayor, mordiéndome el labio inferior. Empezó a besarme el cuello, poco a poco, con suavidad, haciéndome estremecer. Sus manos fueron a la botonera del corsé y, con un poco de dificultad, sobre todo por estar yo boca arriba sobre el suelo, empezó a desabrocharlo.
- Ni siquiera hemos hablado…- Musité, aunque no sonaba muy convencida. Mentiría si no dijera que hasta había soñado con esta situación.
- ¿Qué quieres hablar?- Preguntó, sin dejar de jugar con mi corsé.
- No sé, de todo lo que no hemos podido hablar, de lo que va a pasar cuando el Lhanda tenga que seguir su camino- Daimen suspiró, parando.
- Eres una pequeña corta-rollos.- Le gruñí, jugando con los botones de su camisa blanca.- Ni siquiera yo sé lo que quiero hacer con el Lhanda. Lo que sé, es que no aguantaré otro año sin ti.
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EFdL AU. El pájaro que escapó.
Fantasía¿Qué sucedería si, llegados a Aiceva, Clarya decidiera que es mejor escapar que vivir una vida como un fantasma, oculta a cada instante? ¿Qué habría sido de su vida llegados a ese punto? ¿Qué pasaría con Daimen y con ella? ¿Qué pasaría si el pájaro...