El visitante

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La aparente tranquilidad de la mansión Phanthomhive, había sido quebrantada por una inusual visita. Un joven alto de cabello oscuro esperaba en la estancia, su mirada aceituna revisaba a través de sus anteojos cada rincón de la habitación.

—E...EL joven amo lo recibirá ahora...—

La sirvienta se había quedado observando a aquel desconocido durante largo rato, había algo de hipnótico en su impecable presencia; hecho que había formado numerosas fantasías en la mente de la sirvienta que ahora llevaba las mejillas teñidas del mismo color de su cabello. Pero el visitante pareció no prestarle atención, existían asuntos de mayor importancia para él, de modo que simplemente asintió y siguió a la pelirroja a través del pasillo hasta el despacho, hasta saludar con una leve reverencia al jefe de la familia.

El niño sentado detrás del escritorio aparto levemente los estados financieros que revisaba, tan solo lo suficiente para que su ojo descubierto identificara a aquel ser lo suficientemente descortés para llegar sin previo aviso; lo reconoció enseguida, de manera que bajo los documentos con tranquilidad y ordeno a Maylene el retirarse, era mejor que no se enteraran todavía de con quien estaba tratando en ese momento.

—La cabeza de los dioses de la muerte en mi mansión, creía que ustedes se presentaban únicamente para cumplir su trabajo, sigilosamente sin que nadie más que la víctima pueda notarlos. Aunque tengo la seguridad que mi momento no ha llegado, puesto que no puedo morir hasta que se haya cumplido mi venganza, en tal caso mi alma no será algo que pudiesen recolectar—se acomodó mejor en su silla, sin dejar de observar al joven— ¿Qué asunto te trae aquí?

—Ciel Phanthomhive, hemos tenido breves encuentros, sin embargo ya habrá notado que el trabajo es lo único que podría moverme, le ha faltado mencionar de igual manera las perturbaciones de las cuales me encargo personalmente—se acomodó los lentes, usando la punta de las tijeras que llevaba en la punta de su guadaña—supongo que no le es desconocida la actitud de Grell Sutcliff.

La sola mención de ese nombre despertaba un sentimiento que si bien no podía compararse con el odio que alimentara contra quienes habían asesinado a sus padres, despertaba una desagradable sensación en él, pero escucharía todo lo que aquel personaje tuviera que decir.

—su vergonzosa manera de retrasar sus obligaciones e incurrir continuamente en graves faltas a nuestro sistema. Sin embargo los Shinigamis no somos abundantes por estos días, necesito cada elemento por mas inútil que este sea—suspiro notando la mirada molesta del conde—el caso es que él ha desaparecido, no nos resulta desconocido el hecho de que ha estado persiguiendo insistentemente a su mayordomo.

— ¿Esta insinuando acaso que Sebastián ha tenido algo que ver en su desaparición?, puedo asegurarle que no es así, puesto que no se lo he ordenado, ese molesto personaje me ha ayudado a rescatar a mi prometida, por tanto su deuda ha sido saldada de cierta manera.

—De cualquier forma le suplicare cualquier informe que pueda ofrecernos, su mayordomo sin duda sabrá cómo encontrarnos.

—Ustedes debían encontrarse unos a otros con facilidad, después de todo se encuentran dentro de un rígido sistema—el Shinigami negó con la cabeza.

—Lamentablemente ese sistema está basado en las guadañas, su poder nos conduce a donde se encuentran otros trabajadores, sin embargo Grell Sutcliff está pasando por una fuerte sanción, las tijeras que usa ahora no tienen el suficiente poder para ser percibidas, convenientemente esto le ayuda a no ser localizado con facilidad. Le agradeceré cualquier información que pueda proporcionarme Conde—se levantó, dedicando una breve reverencia—no es necesario que me guíen, conozco la salida.

Ciel se había levantado hasta situarse de pie frente a la ventana, acariciando el diamante del anillo que llevaba en la mano izquierda, observando la delgada silueta de aquel hombre que desaparecía con la facilidad del humo de un cigarrillo destrozado por el aire.

—William T. Spears, debe estar muy preocupado si ha venido personalmente a solicitar la ayuda del joven amo.

—Los demonios no tienen el mínimo de educación, te he dicho claramente que siempre debes tocar antes de entrar, si vas a ser mi mayordomo no dejes tan a la ligera detalles como este—El mayordomo se inclinó frente a él, su pálida piel era alumbrada por la luz de algunas velas que había encendido, cuando se levantó su mirada brillo con un carmín entremezclado con el purpura.

—No volverá a ocurrir joven amo, ¿desea que me ocupe de ese asunto?—Ciel le observo por un momento, avanzando para pasar a su lado.

—No, dejaremos que por el momento los Shinigamis se encarguen, además en unos cuantos días si la situación de una aldea se complica, puede que seamos requeridos por su majestad.

— ¿Aún guarda cierto rencor por ese día?, si me lo ordena puedo terminar con él, tomar venganza en nombre de Madame Red.

— ¿Quién te ordenaría una cosa semejante?, ella fue quien busco su destino al final; si he decidido no interferir ha sido porque no quiero tratos con esos seres, me basta con tener que aguantar a un demonio. ¿Esta lista la cena?

—Si joven amo, el menú de esta noche...—el niño movió levemente la mano en señal de negación.

—No necesito conocer el menú, esta noche solo quiero algo de té y tarta de frambuesa.

—Sí, mi señor.

———

Sebastián tenía el plateado reloj en su mano; este recién marcaba la media noche, el momento que había estado esperando. Cerro la tapa, lo guardo en su bolsillo y camino con un candelabro; no lo necesitaba, pero era una costumbre que tenía. Avanzo hasta el sótano, bajando cada peldaño con tranquilidad, recorriendo pasillos zigzagueantes hasta llegar a una habitación cuya sencilla puerta era casi imperceptible. Saco una pequeña llave dorada, la metió a la cerradura y el giro dejando que la luz de las velas iluminara el interior, aparentemente estaba vacío, pero luego de entrar y dar algunos pasos, se dibujó una silueta al final. Alguien colgaba de la pared; tanto sus muñeca como sus tobillos estaban fuertemente sujetos con grilletes, su largo cabello de un rojo intenso rozaba el suelo; su cuerpo caía pesadamente, mientras que sus labios estaban sellados por una mordaza. El mayordomo sonrió con malicia, dejo el candelabro sobre una mesa, para luego acercase y tomar al joven por la barbilla.

—Hora de despertar...

El secreto del mayordomo [SebasGrell]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora