2. Historia de un ser

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-Verás, Martha, mi historia es la siguiente:

«Yo era una persona normal, como tú. Tenía una familia, una casa, tenía a mi gente. La verdad es que llevaba una vida buena y no me faltaba de nada. Y fui creciendo, feliz y sano como cualquier persona querría estar.

En mi casa teníamos la suerte de estar bien económicamente, cada mes hacíamos un viaje al extranjero y nos podíamos permitir todos los lujos que queríamos, de pequeño yo era la envidia de todos mi amigos al tener siempre todos los juguetes del catálogo.

No me puedo quejar, ¿eh? Pero pasaron los años y en mi vida entró en juego algo que no se compraba con dinero, algo que era capaz de hacer llorar hasta a la persona más feliz del mundo: el amor.

En uno de los viajes conocí por casualidad a una chica, la más bonita que había visto jamás. Se llamaba Marie, y me juré a mí mismo que tenía que ser para mí, costara lo que costara.

Poco a poco me fui acercando y salió bastante bien, en cuestión de pocos días ya recuerdo tener que buscar siempre excusas que decirle a mis padres para pasar la noche fuera del hotel, para pasar la noche junto a Marie, en una tienda de campaña en mitad de un hermoso bosque.

Todo fue perfecto y maravilloso hasta el día que tuvimos que volver a casa. La noche anterior recuerdo que estuve todo el tiempo llorando en los brazos de Marie, por primera vez en mi vida la distancia me condenaba a la más absoluta tristeza. Esa mañana fui al bosque a despedirme de ella, a verla por última vez, pero lo que encontré allí paralizó el corazón por unos terribles segundos.

Vi a Marie, sí. Allí estaba ella... sentada en un banco acompañada de un chico, ambos cogidos de la mano y riendo. ¿Qué significaba todo aquello? No lo pude resistir, monté en cólera y sin pensarlo le lancé una piedra dirigida a la cabeza de aquel malnacido. Le di, y cayó inconsciente al suelo con una brecha que chorreaba sangre.

Recuerdo ver los gritos y la cara de preocupación y miedo de Marie, pidiendo y buscando ayuda para salvar la vida de su... acompañante. Y entonces miró hacia arriba y me vio, nos miramos a los ojos durante dos segundos; vio mi cara de odio, vio que había sido yo quien había lanzado la piedra, y sonrió, sin dejar de mirarme sonrió.

El mundo se me vino abajo, aquella desagradecida me había estado utilizando, engañando, y se atrevía a sonreír delante de mis narices. Sin pensarlo dos veces, busqué rápidamente otra piedra y apunté hacia ella, los nervios no me dejaron pensar en lo que podía pasar y se la tiré.

Marie consiguió esquivarla de manera milagrosa, cogió al chico en brazos y salió corriendo de aquél bosque. Empecé a perseguirla, no se iba a marchar de rositas después de todo lo que me había hecho. Pero tropecé con una piedra y caí al suelo, sin poderme levantar por un largo rato.

Cuando conseguí ponerme en pie ya estaba un poco más calmado, aunque con un poco de hambre. Me puse a buscar algo que se pudiera comer, y encontré un árbol muy extraño del que colgaban unos frutos con buena apariencia. No lo había visto antes, pero el hambre ganó a mi pensamiento y en diez minutos devoré toda la fruta que había.

Recordé de pronto que el avión salía a las diez de la noche, y paré un taxi para que me llevara al hotel, eran las seis de la tarde. Subí a mi habitación y mi padre me arrojó la maleta, metiendo prisa para llegar al aeropuerto a tiempo de embarcar.

La vuelta se me hizo más corta que la ida, aunque me pasé la mayor parte del viaje llorando en el baño. El dolor y la frustración que me producía lo que había vivido las dos últimas semanas se apoderaban de mí completamente.

Subimos al coche para volver a casa, tenía ganas de llegar a casa para encerrarme en mi cuarto y llorar, o ganas de morir, no sé. Noté que tenía algo en el bolsillo, era uno de los frutos que encontré en el bosque que me había guardado por si me entraba hambre. Me lo llevé a la boca para recordar el sabor de aquel horrible lugar. Y nada más terminé de comerlo, mi padre perdió el control del coche y nos estrellamos contra un árbol. Los tres fallecimos en aquel mismo instante, solo que yo, por alguna razón, sigo en este mundo como lo que soy ahora, un dios.

Y ahora, Martha, ahora que ya sabes mi historia, me vas a obedecer en todo lo que te diga»

Aquel ser concluyó su historia, pero aunque ahora tenía más dudas que antes no me atreví a preguntar nada. Y esperé, con el teléfono en la mano, a que siguiera hablando...


Huye de mí, soy una proxyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora