Pardon - Claudia

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Claudia suspiró, cansada de él y cansada del estado lamentable en el que lo había encontrado. Cansada de aquella debilidad; del recuerdo; del dolor. Apartándose de la ventana, la pequeña caminó por la estancia. El hedor y los movimientos de los insectos sobre los animales podridos asquearon sus sentidos, haciéndola retroceder en contra de su voluntad.

- Dime, Laertes, ¿Cómo fue para ti saborear mi sangre? - Preguntó sin malicia alguna de espaldas a él. Su voz, resonando al igual que el repiqueteo de campanillas entre las cuatro paredes de aquella vieja habitación. - Yo, sangre de tu sangre... ¿Lo disfrutaste?

Laertes tardó en responder, observando en silencio el perfil de su rostro oculto en penumbra. Después, hizo una mueca de dolor. - No fui consciente de que estaba rindiéndole tributo a la muerte... - Ella se volvió hacia él, abandonando las sombras para que la luz bañara su expresión adusta.

- Un tributo que ambos hemos sabido satisfacer muy bien en nuestro propio beneficio. - Murmuró Claudia con voz cáustica. - Pudiste haberme dejado marchar.

- No. - En sus ojos hubo un aire desquiciado, brillando febriles ante la negativa de que aquello pudiera ser posible en su mundo. - Yo... ¡yo te traje de vuelta! Yo te di el don de la inmortalidad y tú me culpaste por ello. ¡Me culpaste por darte una existencia miserable y me abandonaste! - Concluyó el joven vampiro mientras se llevaba las manos al rostro, incapaz de mirarla a la cara mientras murmuraba cosas ininteligibles sin cesar. - Y ahora... Ahora estoy pagando por lo que hice... Ahora los fantasmas regresan a mí cada noche para recordarme lo que hice...

Claudia aguardó unos minutos, viéndolo balbucear y lloriquear sin cesar hasta que, poco a poco, se calmó lo suficiente como para regresar su mirada perdida a ella, que hasta entonces había parecido desenfocada y perdida en algo muy distante que ella no podía siquiera alcanzar a imaginar.

- Laertes, durante este tiempo me he dado de que nuestra existencia está sujeta a la corrupción y distorsión constantes de cuanto nos rodea. Una existencia en un mundo en el que todo cambia excepto nosotros. Una existencia nefasta que se alimenta del rumor misterioso de la sangre que anima nuestros cuerpos fríos e indiferentes al paso del tiempo. Un maravilloso néctar que he sentido deslizándose por mis venas, degustando el sabor de la eternidad en mi garganta.... - Ella lo tomó por las muñecas, cerniéndose sobre él al sentir que lo perdía de nuevo. - Y pese a que todo en esta existencia parezca reducirse a esto, he sabido aprovecharla. - Se detuvo, mirándolo fijamente por unos segundos antes de incorporarse de nuevo. - En cambio, tú... La has convertido en un manicomio de figuras ininteligibles y sin valor. Cualquier tipo de existencia que hiciera atractiva esta inmortalidad ha desaparecido para ti, con la excepción de... - Ella extendió los brazos, señalando cuanto los rodeaba. - la excepción del acto de matar. Has perdido la razón y los remordimientos han reducido tu mundo al recuerdo de este hotel plagado de fantasmas y a ese viejo megáfono.

- Tus palabras son crueles. - Respondió el vampiro apartando de nuevo la mirada. Era la viva imagen de una criatura asustadiza y frágil, una que podía quebrarse fácilmente ante la más mínima emoción, lanzando su cordura muy lejos de allí. - Tú has sido cruel abandonándome aquí... - Gimoteó de nuevo, tirando de la camisa raída en un gesto nervioso. - Yo te esperé, y esperé...

- Cruel ha sido empujarme de nuevo a este lugar, al encuentro de la infelicidad del pasado y de lo que ha hecho de ti. He continuado adelante, me marché porque decidí adaptarme a esta nueva vida lejos del recuerdo constante de lo que me habías hecho cada vez que veía en el espejo el mismo rostro, la misma vulnerabilidad y apariencia de muñeca de porcelana, inamovible al paso del tiempo. Jamás envejecería, jamás crecería ni sería como aquellas hermosas damas con las que bailabas todas las noches. Nunca podría ser algo más que esta adorable imagen que inspiraba ternura a gente a la que triplicaba la edad. Tú me negaste eso y no pude soportar un día más el resentimiento que me inspiraba tu indiferencia frente a mis limitaciones.

- Aún me odias por lo que pasó. - Se lamentó Laertes, derrotado y encogido en el sillón conforme ella había ido aumentando el tono de voz sin apenas darse cuenta. - Estaba ciego. Estuve ciego durante mucho tiempo... ¡Si tan solo pudieras perdonarme!

- No, hermano. No. - Dijo ella negando con la cabeza mientras lo obligaba a mirarla de nuevo. - Te culpé por ello, pero nunca te he odiado. No realmente. Yo también he estado ciega, y durante este tiempo mi castigo hacia ti ha sido negarte el perdón. Me alimentaba del odio que sentía hacía mi misma; de esta existencia. La constante sed de sangre que me hacía olvidar cuánto te quise en mi vida mortal. - Continuó Claudia tomando el rostro varonil entre sus manos menudas. - Es por eso que te libero de toda culpa, Laertes. - Susurró lentamente.

Laertes alzó la mirada hacia ella, incrédulo. Después, sin decir nada, escondió el rostro en los delicados pliegues de su vestidito y rodeó su pequeña cintura con los brazos, sollozando. En aquel momento, el megáfono emitió un sonido chirriante y la canción volvió a sonar durante todo el tiempo que permanecieron así.

Finalmente, ella deshizo el abrazo y retrocedió lentamente tras depositar un beso entre sus cabellos. A continuación, caminó hacia las sombras que moraban más allá de aquella habitación y que prometían acoger con avidez su menuda anatomía. Laertes, ansioso por conservar en sus retinas un poco más de aquella imagen, musitó torpemente:

- Fue algo efímero... - Aquello la hizo detenerse a poca distancia del abismo de oscuridad que sea abría ante ella tras la puerta. Aguardando a que continuara, lo observó por encima del hombro sin volverse. - Fue algo que ya había saboreado tantas otras veces. La pálida sombra de algo agudo que se perdió rápidamente. - Los ojos cristalinos de la niña se clavaron en él, comprendiendo a qué se refería. Aquella era la respuesta a la pregunta que le había hecho al principio de la conversación, una que no esperaba recibir a aquellas alturas, mucho menos con tanta franqueza y honestidad. - Me aventuro a suponer que conoces el sentimiento casi tan bien como lo hice yo.

- Sí - Susurró ella. - Lamentablemente, asumo que no debió de ser tan distinto a la pálida

sombra en la que te has convertido tú después de aquello.

- Podríamos regresar a casa juntos... - Murmuró él, esperanzado y ansioso revolviéndose inquiero en su sillón. - Ser una familia de nuevo... Tú y yo, Ma petite sœur. 6 Como en los viejos tiempos

- Vous et moi ... 7 - Musitó Claudia abandonando la habitación en la que Laertes continuó meciéndose en el polvoriento sillón mientras repetía aquellas mismas palabras. - Tú y yo juntos, como siempre debió ser, hermanito.

fin

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Traducción de los diálogos en francés:

6Hermanita

7Tú y yo


Au clair de la luneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora