Capítulo 10

16 0 0
                                    

Esta vez no me contengo. Según se cierran las puertas del ascensor de mi edificio, la tensión vuelve a hacerse palpable. Sé que parte de ella está producida por el momento de sinceridad vivido anteriormente, pero prefiero desterrar los malos pensamientos de mi cabeza y tirarme a la piscina.

No le doy tregua ni oportunidad para que me rechace, así que me lanzo a su boca. Le agarro la cara con ambas manos y acometo contra sus labios como si la vida me fuera en ello. Al principio, al no esperárselo, nos besamos torpemente, pero dos o tres mordiscos más allá, ya estamos en pleno apogeo.

En cuanto se abren las puertas, salimos al rellano. Menos mal que he sido previsora y he sacado las llaves de casa nada más bajarme del coche, porque entre los besos y todo lo que llevo en el bolso, estoy segura de que habría tardado un par de años en encontrarlas y, para entonces, ya se nos habría bajado el calentón.

Fallo un par de veces a causa de los nervios, la expectación y un montón de cosas que me burbujean en el estómago, pero finalmente soy capaz de introducirlas por la ranura y consigo abrir la puerta.

No hay tiempo. Estamos como poseídos y no sé por qué. Yo nunca he hecho esto. Las relaciones sin compromiso no son lo mío y nunca lo han sido. Siempre he tenido demasiados complejos como para desnudarme delante de un desconocido y cuando me acostaba con alguien era porque llevábamos un tiempo saliendo. Vale, quizás las últimas veces sólo habíamos salido un par de semanas, pero por lo menos era más que esto.

No me entiendo, para variar. Lucas me intimida y me hace sentir a gusto en partes iguales, lo cual me desconcierta. Cuando estoy con él, siento la combinación perfecta entre inseguridad y confianza. No sé explicarlo. Ni yo misma sé lo que es. Pero no quiero darle tantas vueltas. En mis 31 años de vida siempre he sido una persona apasionada y temperamental, pero con un pequeño resquicio de cordura que, la mayoría de las veces, me dejaba pensar antes de actuar. Cuando estoy con él no soy capaz.

Así que dejo de pensar y empiezo a actuar. Los besos vuelven a la carga. Labios, dientes, lenguas... eso es todo lo que somos. Sus manos van directas al dobladillo de mi camiseta y, de repente, me entra el canguelo. No quiero que él lo note, pero lo siento ahí, cociéndose a fuego lento en la boca de mi estómago. ¿Qué hago? Ay, dios, estoy hecha un lío. <Venga, Elena, sigue hacia adelante> Por una vez mi subconsciente cabrón, ese del que ya os he hablado, me anima en lugar de echarme para atrás. ¿Qué coño le pasa? ¿Es que solo sale a flote cuando menos le necesito?

<No pienses, no pienses>

-¿Qué te pasa?- Lucas se separa de mi boca con el ceño fruncido.

-Nada –intento acercarle de nuevo agarrándole por el cuello, pero él me para colocando una mano en mi hombro.

-No soy tonto, Elena. Casi puedo ver los engranajes de tu cerebro en marcha. ¿Está todo bien?

¿Y qué le respondo yo a esto? Claro que está todo bien. Vamos, por lo menos todo en lo que a él respecta. Pero, ¿y yo? ¿Puedo hacer algo así? ¿Le gustaré sin ropa? ¿Qué sujetador me puse esta mañana?

-Que sí –intento fingir la valentía que sé que no tengo. De repente, aparece en mi mente una imagen de mi misma abriendo la cómoda de la ropa interior. ¡Bingo! Me puse el de encaje negro. Un punto para mí.

Me imagino un grupo de animadoras batiendo sus pompones rojos y empujándome a que continúe. Venga, from lost to the river, como diría Laura.

Le agarro del cuello acercando su cara a la mía y le beso con toda la pasión que soy capaz de transmitir. Y, ahora sí, cede. Se le escapa un gruñido ronco de la garganta y me responde al beso de la misma forma.

-Menos mal. –dice entre besos y mordiscos- No creo que pudiera parar, así que tendría que violarte si no quisieras seguir.

-Calla y bésame- no hables más, Morenazo, que vuelvo en mí y nos corto todo el rollo.

Le empujo hacia mi habitación, sin separar nuestros labios. Voy tirando bolso, abrigo y zapatos según avanzamos, y él hace lo mismo. Solo durante este tiempo separamos nuestros cuerpos el uno del otro. Me agarra fuertemente de la nuca con una mano, manteniendo nuestras caras unidas, mientras que la otra se ha colocado muy sutilmente entre el final de mi espalda y lo que viene siendo el culo. Mis dedos se han incrustado en la base de su cuello y han decidido que no se despegarán de ahí a no ser que sea estrictamente necesario.

Cuando llegamos al dormitorio, le empujo suavemente para quitarle el jersey de punto. La camiseta gris y lisa que lleva debajo se le ciñe al cuerpo, dejando entrever un tronco musculoso. Tiene ese tipo de fisionomías que tanto me gusta, definido pero sin parecer un muñeco hinchable.

El proceso de quitarnos la ropa sucede demasiado rápido para mi gusto, ya que no hemos sabido tener paciencia y nos hemos arrancando las prendas el uno al otro sin mucho decoro. Ahora me siento un poco tímida y vulnerable en bragas y sujetador, a pesar de sentir la erección que presiona contra mi estómago, así que no me demoro más y corro hacia la cama, abriendo el edredón y metiéndome dentro lo más rápido posible.

Vale, sí. Quizás no ha sido lo más erótico del mundo, pero ¿qué le voy a hacer si la vergüenza me hace cometer estupideces?

Le observo desde la cama, con las mantas tapándome hasta el pecho, y él me mira divertido.

-¿Qué? –pregunto con una ceja levantada.

-¿Qué ha sido eso? –suelta una carcajada- Tenías frío, ¿o qué? –empieza a reírse mientras que a mí me da el tiempo suficiente para contemplar su anatomía completa (bueno, casi completa).

Está delgado, pero tiene bajo la piel morena unos cuantos músculos muy bien puestos. Los abdominales algo marcados, los pectorales definidos, y unos brazos llenos de venas que me vuelven loca. Su pecho tiene un poco de vello oscuro, lo justo para que resulte muy sexi, que desaparece como el Guadiana poco más abajo para volver aparecer debajo de su ombligo en una línea descendente hacia el sur. Si fuera un poco más lanzada, quizás me montaría un Shakira y aullaría como una loba (en el armario) o gemiría como una perra en celo, rabiosa. Pero, por suerte, aún conservo algo de decencia o cordura, o vergüenza... mejor llamémosle "x", que me impide hacer el ridículo. Hay mujeres que valen para actuar como una actriz porno sin parecer que están a punto de sufrir un infarto. Ese no es mi caso, así que no me aventuro.

Las vistas desde aquí son bastante agradables, por decirlo de una manera fina, pero empiezo a sentir que esto se está enfriando y me entra un ataque de pánico. Una vez que se llega a la cama, no hay marcha atrás, ¿no?

-¿Vas a venir o qué? Aquí seguro que no hace frío –intento sonar todo lo sexi que me dejan los nervios. Él sonríe, y el brillo malicioso vuelve a sus pupilas.

-¿Impaciente, Doctora Saura? –me pregunta con ironía mientras se acerca hacia mí, gateando por la cama.

-No lo sabe usted bien, Doctor Martín. –le digo en un susurro, mirándole fijamente a los ojos.


3E


Codo con CodoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora