Capítulo 8

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Cuando terminamos nuestras bebidas, nos decidimos por un bar de tapas para comer. Mi obsesión por la manera de comportarse de ambos parece disolverse un poco entre bocado y bocado.

Mi madre siempre dice que no se puede tratar conmigo cuando tengo hambre. Necesito que el buche se me llene, por lo menos hasta la mitad, para ver las cosas con un poco de perspectiva. Así que, después de un par de raciones, me parece que Candela ha vuelto a ser un poco más ella misma, aunque sigue actuando de manera extraña. Empiezo a pensar que lo hace para darme un empujón porque, en realidad, no parece estar interesada en Lucas más allá de lo cordial. Además, eso no sería de muy buena amiga, ¿no?

El restaurante que hemos elegido es una de esas cervecerías modernas que tienen cuatro chorradas para comer pero que están todas buenísimas. Y yo me he pasado al agua porque, como siga bebiendo alcohol, no voy a poder coger el coche con el que mañana tengo intención de ir al hospital.

La charla se ha vuelto menos trascendental, en todos los sentidos, y los tres estamos pasando un buen rato. Hablamos sobre el tráfico, un parque nuevo que van a construir cerca del hospital y sobre cine. Descubro muchas cosas sobre Lucas, como que le encantan las películas de terror pero que no soporta los musicales. Dice que la música no se puede frivolizar de esa manera, que para disfrutarla de verdad hay que escucharla en directo o desde un buen equipo de música. Nada de cuatro adolescentes engominados y con mallas gritándole al amor desgañitados. Me entra la risa porque al decir esa última frase se lleva la mano al pecho y mira al cielo, fingiendo uno de esos ataques. No estoy de acuerdo con él en absoluto, porque adoro los musicales desde que vi Sonrisas y Lágrimas con tres años, pero me gusta que le guste la música en vivo. Además, el cine de terror sigue siendo uno de mis géneros favoritos aunque tenga que verlo con un solo ojo ya que el otro va a estar tapado por un cojín, la manta, o el cartón de las palomitas, por ejemplo.

Pedimos un café y estamos en la sobremesa, cuando mi teléfono suena desde mi bolso.

-¿Sí? –respondo tras comprobar quien llama.

-Ey, nena –la voz de Luis retumba contra mi tímpano. Usa ese tono gamberro que me hace sonreír- ¿Qué haces?

-Estoy comiendo por ahí con Cande y Lucas –el ruido del local me impide escucharle correctamente, así que me levanto de la mesa mirando a ambos y haciendo un gesto con la mano para explicarles que salgo fuera para hablar por teléfono- Espera, que no te oigo bien –continúo cuando estoy en la calle –Ya.

-Así que estás comiendo otra vez con ese Lucas, ¿eh? –me dice él pronunciando su nombre con un poco de retintín

-Iba a comer con Cande, pero nos lo encontramos. ¿Por qué? ¿Te molesta? –digo tomándole el pelo.

-Ya sabes que odiaré a cualquier hombre que pase más tiempo que yo contigo. –responde él con un tono divertido.

-¿También a Jaime y a Diego? –me río por su actitud infantil- ¿Y a mi padre? –añado con falsa ironía.

-Bueno, a ellos se lo perdono porque son de tu familia... y porque no quieren acostarse contigo. En cuanto al resto... están muertos si se atreven a ponerte un dedo encima.

-Ay, nene, ¡qué agresivo te pones! –añado de manera coqueta- Ya sabes que no eres mi novio y no puedes controlarme.

Y como siempre, la actitud de tonteo está ahí. No creo que sea consciente del daño que me hacen sus palabras, y no sé hasta qué punto él se lo toma en serio pero, después de este tipo de conversaciones, yo necesito una sesión de terapia con mucha comida o mucho alcohol, en su defecto.

Codo con CodoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora