Capítulo 4

3 0 0
                                    

En el frente del portal se encuentran dos ascensores, así que caminamos en silencio hacia ellos. Lucas le da al botón de llamada y a mí me empiezan a temblar un poco las rodillas.

Después de la comida me sentía lo suficientemente valiente para ir a su casa y tomar un café tranquilo, pero ahora los nervios comienzan a apoderarse de mí. ¿Qué pasará ahí arriba? O mejor dicho... ¿pasará algo? Ay, Dios. Me odio a mi misma por ser así. Tengo la impresión de que nunca seré lo suficientemente adulta como para superar este tipo de miedos. Y más cuando mi subconsciente cabrón, ese que siempre me hace echarme para atrás cuando las cosas vienen un poco más complicadas, está pugnando por salir para hacerme correr en dirección contraria.

-Estás muy callada, ¿no? -menos mal que Lucas interrumpe mi torrente de pensamientos negativos. No es que yo me considere una persona especialmente negativa, pero reconozco que me acojono enseguida. Y, aunque me esfuerzo mucho en superar mis miedos y paranoias, me cuesta mantener el tipo en según qué ocasiones.

-Estaba pensando, simplemente –respondo quizás demasiado bajo. No es hasta que me sale la voz entrecortada que me doy cuenta de lo nerviosa que estoy en realidad.

-¿Y qué pensabas exactamente? –me pregunta divertido.

-Pues.... Nada. Supongo –la falta de firmeza de mis palabras hacen que Lucas me sonría con lo que detecto que es un poco de ternura.

La verdad es que, independientemente de su físico imponente, me hace sentir muy cómoda. No es de esos tíos que se creen los reyes del mundo solo por ser guapos y listos. No sé. Me parece que se esfuerza por caerle bien a la gente y que aún no se ha dado por vencido en cuanto a lo que le queda por aprender de los demás. Las personas así me gustan. Lucas me gusta. Mierda. ¿He admitido eso realmente? Vaya, ahora sí que estoy en un buen lío.

-Venga, mujer. Es sólo un café. –me da un ligero toque en el hombro y así se disuelve parte de la tensión que se ha ido creando en el ambiente.

Por suerte, el timbre del ascensor nos avisa de que ya ha llegado. Como es obvio, una vez que nos encontramos en ese recinto metálico de un metro cuadrado, la tensión vuelve a construirse. Me estoy empezando a volver un poco paranoica, porque no sé si soy yo la única que lo siente. Nos colocamos cada uno en una pared del ascensor, mirándonos el uno al otro. Y ahí está otra vez esa sensación, cada vez con más y más intensidad. Siento como si un lazo hubiera unido nuestras pupilas de forma irreversible. Él me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa, nerviosa.

Por fin llegamos a su piso y siento alivio y pérdida en partes iguales cuando salimos al rellano. Lucas no se demora demasiado en abrir la puerta, y pronto nos encontramos en una habitación enorme, espaciosa y muy iluminada que hace de salón y recibidor. A pesar de que pensaba que me encontraría un piso poco amueblado y a medio terminar, la estancia que se plasma ante mi es perfecta. Paredes blancas, suelos de madera oscura, cortinas blancas... Un sofá de cuero oscuro moderno y precioso, con un equipo de televisión y música completo. Incluso tiene varias plantas, ¡y no están muertas! Tendrá que decirme cómo lo hace porque yo no consigo que me sobrevivan ni los cactus.

Él me observa en silencio mientras yo doy cuenta de todo lo que tiene. Los muebles están escogidos con mucho gusto y, aunque en el aire se nota el toque masculino, es un piso en el que yo podría vivir bien a gusto sin hacer muchas modificaciones.

-Venga, pasa. No te quedes ahí –me dice él haciendo un gesto con la mano. –Siéntate en el sofá mientras yo preparo el café.

Hago caso a lo que me dice y me siento en el sofá mientras le oigo trastear por la cocina.

Codo con CodoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora