Three

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Picó con el tenedor el pastelillo que tenía en el plato y tomó una pequeña pieza para llevarla a su boca. El pastel de fresas con crema era uno de sus favoritos. Era una de las pocas cosas buenas que le sucedían desde que vivía con Madame Red, el poder comer cuantos pastelillos quisiera pues, la mujer disfrazaba el bar por el día como una pastelería común. Por tanto, parte de la paga de los que trabajaban para ella era el que podían llegar y tomar cierta cantidad de productos sin pagar nada a cambio.

Era una suerte que por lo menos ese beneficio tuviera Ciel, ya que en cuanto a salario, lo que le quedaba al menor distaba mucho de ser siquiera el mínimo. Apenas alcanzaba para comprar cosas básicas como comida, jabón, shampoo y el inhalador que necesitaba por el asma.

Usualmente, Ciel se encontraba hambriento después de las noches en las que trabajaba mucho. No obstante, esa mañana no era una de ellas. Se sentía más triste y vacío de lo usual. Por más que se limpiara y se bañara, esa sensación del peso de sus clientes sobre su cuerpo era algo muy difícil de quitar.

El olor de su transpiración... Hizo una mueca de desagrado solo de recordarlo. ¡Qué diferente había sido con él! Se detuvo después de eso. Habían pasado dos semanas y no olvidaba ese encuentro. Ese extraño cliente que por un instante le hizo sentir placer por lo que hacía.

Recostó la espalda en la silla y se mordió el labio inferior sin querer. Justo cuando entraban ellas.

-¡Miren nada más! – Esa era la voz de Paula. Sí, la rubia que había intentado seducir a... ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Sebastián. – Ahí está el mocoso quita clientes.

Ciel se giró y la miró con desgano. – No te quito nada. Es solo que así como tus senos crecieron, creció tu estupidez. – Le respondió sonriendo sarcásticamente.

Las otras dos chicas que acompañaban a Paula, Lorena y Vicky, la miraron a punto de soltar la carcajada. Lorena, la mayor de las tres, irrumpió.- ¿Y si vas a dejar que este niño te diga eso?

La rubia se encogió y de hombros para luego abrirse paso en medio de sus dos compañeras. – Es que no me importa lo que diga porque después de todo, el cliente le duró lo mismo que los demás. Una sola noche. – Metió las manos debajo de sus pechos, sosteniéndolos para presumirlos. – Apuesto a que si tuvieras un par de éstos te iría mucho mejor. – Dijo, poniéndoselos casi en la cara.

Ciel arqueó una ceja. - ¿Crees que me preocupa no tener dos bolsas de silicón en el pecho? ¡Qué equivocada estás! No olvides que llegamos aquí casi juntos y entonces, no eras más que una niña de cabello castaño y cuerpo de adolescente. No tenías ni una de tus curvas.

Paula le miró con desgano y torció el rostro. – Vámonos. ¡Qué desperdicio de tiempo hablar con este muchacho!

-Justamente. –Respondieron las otras dos a coro y después de tomar un par de bolsas de pan, las tres se marcharon.

Madame Red salió de la parte trasera del negocio en ese momento y le miró que aún estaba comiendo. – Ciel, ven. – Espetó secamente. – Es tarde.

-Voy. –Respondió. La mujer solo asintió y se regresó por la misma puerta por la que entrara un momento atrás. El ojiazul apoyó el codo en la mesa y palmeó su frente mientras emitía un largo suspiro. Cada vez que le llamaba de esa forma quería decir algo malo para él.

Terminó vorazmente su pastel y entró en la parte trasera de la panadería. Madame Red le esperaba enfrente de la barra. – Lamento interrumpir tu desayuno, querido sobrino. –Dijo sonriendo maliciosamente.- Pero, el señor Thompson no podrá venir a su cita de las diez de la noche. Sin embargo, ha cambiado la misma para las siete y quiere a Crystal y a ti en la habitación principal.

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