Thirteen

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En la mañana el vestido de novia había llegado. Por la tarde fue él. Sebastián llegó con su acostumbrada sonrisa, luchando por hacerla parecer un poco más desgastada de lo usual. Ella le esperaba en la sala. Hacia horas que había guardado la caja debajo de la cama. No quería que él lo viera. Ella tampoco quería verlo.

Llevaba horas pensándolo una y otra vez. Pero... lo que había visto era suficiente. No había tiempo ahora de pensar mucho en la historia pero, tenía que hacerlo. Era un deber para consigo misma. Se había preguntado muchas veces si era lo correcto. Sin embargo, ya no le importaba.

Las lágrimas que derramó al verse utilizando el vestido de novia frente al espejo del armario de la habitación. La habitación en la que soñaba tener una noche de bodas, el vestido con el que se imaginó casándose y él, el hombre con el que había soñado tantas noches y por el que habría dado la vida por hacerlo feliz.

Tampoco olvidaba aquel objeto. Sí, el que había comprado esa mañana cuando el moreno le llamó para decirle que volvía de Buffalo. Sí, claro... De Buffalo volvía. Más lágrimas habían bañado su rostro. Aunque inútiles al detenerla en buscar aquello que tanto anhelaba poseer y que jamás creyó utilizar porque... ella no era así. No, no era así. Era la circunstancia. Era él.

-Hola, amor. – Saludó el moreno, besando su mejilla. ¿Qué no antes siempre le besaba los labios? Detalles que no había notado hasta ahora. Mentalmente, se decía que todo aquello debía tratarse de un error y que lo mejor sería preguntarlo. No obstante, tenía miedo.

-Hola, Sebby. –Sonrió. – Te tengo una sorpresa. – Le miró picarescamente. O por lo menos, eso quería hacer parecer.

-¿En verdad? – El moreno dejó su maleta en el suelo de la habitación, sin voltear a verle.

-Sí. Pensé que te gustaría. – Cerró la puerta de la habitación.

El ligero chasquido llamó la atención del mayor, quien se giró para verle. La rubia se agarró del pomo de la puerta y comenzó a mover las caderas, bailando sensualmente.

Sebastián se mordió el labio inferior y se sentó en la cama. – Es una muy buena sorpresa. – Su cuerpo comenzó a encenderse, por lo que se puso de pie y avanzó hasta ella para besarla. Sin embargo, sus pasos se detuvieron ante un repentino estruendo y el dolor en su abdomen que se hizo presente. La visión se le tornó borrosa y lo obligó a doblarse.

-¿Qué sucede, mi vida?

El moreno apoyó una mano en el estómago y gimió. Miró su mano. Estaba sangrando.

Geneviere tenía un arma en la mano y le miraba con desprecio.

-Asqueroso pedófilo. – Masculló con los ojos llenos de lágrimas y mirando a Sebastián, mientras las piernas de éste cedían ante su propio peso, incapaces de sostenerle.

-Geneviere, ¿qué me has hecho? – Preguntó el moreno, mirando hacia arriba y sujetando la herida. Su mano empapada de sangre.

-Pensé en llamar a la policía pero no... - Movió la cabeza en un gesto nervioso y con una sonrisa que comenzaba a rayar en lo maniático. – No... La única forma de separarte de Ciel es esta... Nunca hubiera querido hacerlo. Pero... tú te lo buscaste.

Sebastián se dejó caer en el suelo y jadeó del dolor. Mil ideas cruzaban por su mente pero, hubo una en particular.

-Ciel... Geneviere... - Susurró en voz baja, cerrando los ojos por un instante. Deseando que fuera solo un instante. La debilidad le invadía. Esa sensación que todo te abandona, que ya nada importa y sin embargo, esa necesidad de aferrarse a la vida. No, éste no podía ser el fin. No podía.

Tirado en el suelo, con la sangre saliendo de su cuerpo, preguntándose cómo lo había descubierto... No pudo quitar la vista del pedacito de tela blanca y satinada que asomaba por debajo de la cama. Un vestido de novia...


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