Eleven

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Se estiró en la cama y abrió los ojos lentamente. – Mmm... - Gimió por lo bajo, mirando a su alrededor. Durante el sueño había olvidado por un momento lo sucedido la noche anterior. Sin embargo, al abrir los ojos se había encontrado con algo muy bueno a sus ojos. Sebastián estaba de pie, vistiendo únicamente sus pantalones y con el pecho desnudo, en mitad de la habitación con el teléfono en la oreja. Parecía muy entregado a la charla. Ciel no le quiso interrumpir y simplemente se dedicó a observarlo. El moreno se movía de un lado a otro repitiendo frases como "sí" y "exactamente eso". El ojiazul no sabía a lo que se refería y, sin que el mayor se diera cuenta, se levantó de la cama y se puso la ropa para luego caminar hasta la puerta. Intentó girar el pomo pero, estaba cerrada.

Sebastián escuchó sus forcejeos y dejó el teléfono para girarse hacia la puerta. Ciel le miró asustado, temiendo que se molestara con él o que creyera que intentaba escapar. No obstante, el moreno sacó la llave de su bolsillo y se la entregó. – Ten. – El ojiazul recibió la llave tembloroso. El mayor lo percibió de inmediato, por lo que se despidió de su interlocutor y puso toda su atención en Ciel. - ¿Sucede algo?

-No. Solo... Solo quería ir a traer algo de desayuno. – Respondió con voz trémula.

-Ah... Bien. – El moreno no entendía porqué le daba tantas explicaciones y parecía tan nervioso. - ¿Me puedes traer un café de paso? – Preguntó, luchando por quebrar el silencio, extendiendo un billete de diez dólares arrugado que sacó de su bolsillo.

Ciel sonrió. Sebastián no pretendía detenerle de ninguna forma y eso le hacía feliz. - ¿Lo quieres con leche?

-Sí, y que le pongan azúcar, por favor. Odio el café amargo. – Rió. – Eso sí, apresúrate porque tenemos que ir a buscar una motocicleta que va a prestarme un amigo.

-Claro. Volveré en cinco minutos. – Y salió disparado por la puerta. No mentía.

Ciel corrió tan rápido como sus piernas lo permitieron y llegó a un Starbucks que estaba cerca del hotel. "El sobrino" de Sebastián seguro lucía como el joven más atento con su tío a ojos de los guardias del establecimiento, quienes le vieron con una sonrisa cuando regresó, sosteniendo la pequeña bandeja portavasos de cartón con los dos vasos. Uno el café de Sebastián y otro un té Earl Grey que era su favorito. También había comprado un par de croissants que llevaba en una bolsa de plástico.

Fue lo más cercano a la felicidad que había experimentado desde la muerte de sus padres. Ese momento en el que regresó con todo y encontró a Sebastián dormitando en el sillón que había al fondo de la habitación, tan despreocupado como siempre.

-Volví. – Dijo el ojiazul, dejando todo en el buró.

-Ven. – Musitó el moreno, haciéndole un gesto con la mano. Ciel se acercó y le miró. Sebastián le tomó de una mano y lo sentó en su regazo. – Ciel... - Susurró, acariciándole la cara con una mano. – Quiero que sepas que puedes irte cuando quieras. Yo no voy a detenerte. No soy tu dueño. Tú no me debes nada. – El moreno tomó un sobre que estaba en el suelo y en el cual no se había fijado el menor antes. – Estos son los documentos que me entregó Brian anoche cuando sacaba mis cosas del auto. Según él, tú no podías verlos porque ahora eran de mi posesión. – Le miró a los ojos, poniéndolo en sus manos.- Pero yo no los quiero. Son tuyos. Es tu vida y yo no tengo derecho a poseerla. No quiero ser como Madame Red o como los padres de ese chico rubio del hospital mental.

Ciel tomó el sobre y sonrió. – No te imaginas cuánto quise recuperarlos. Pero, ¿qué pasa si no me quiero ir de tu lado? ¿Me echarás a la calle? – Murmuró contra los labios del moreno y Sebastián casi pudo saborear el sorbo del té que Ciel había probado.

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