Eight

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El rubio estaba sentado en la alfombra grisácea esperando a que el doctor Charles Grey apareciera para comenzar su turno. Tenía que preguntárselo, tenía que saber si existía alguna forma de contactar con Sebastián Michaelis y, después de todo el albino no había sido del todo malo con él.

Grey pasó en ese momento frente a la reja que le separaba del pasillo. - ¡Doctor Charles! - Exclamó Alois y el mayor se giró para verle. Era raro que el rubio le hablara a alguien. - Dime.

-¿Sería posible que habláramos unos minutos? ¿Por favor? - Inquirió el menor.

Charles lo pensó por un instante, pero convencido que no podía tratarse de nada extraño viniendo de Alois, asintió. - Claro. ¿En qué puedo ayudarte?

-Hace unos días vi al doctor Sebastián Michaelis por acá.

-¿Y? ¿Lo conoces?

-Sí... - Consideró unos instantes sus palabras antes de continuar. - Sé que es un muy buen psicólogo y... me preguntaba si existe alguna forma de poder recibir unas terapias con él. Usted sabe que si lograse mejorar, mi familia me sacaría de aquí.

-Mmm... Podemos considerarlo. Le preguntaré al supervisor de esta área e intentaremos que venga. ¿Te parece?

Alois le dedicó una sonrisa. - Mucho. Gracias.

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"Lo siento, hijo. No puedo llevarte conmigo."

Recordaba esas palabras tan claramente como si las acabara de escuchar. Su madre había susurrado eso de una forma tan seca y simple que todavía conseguía darle escalofríos.

"Pero, ¿a dónde voy a ir?" Había preguntado él, con el corazón deteniéndosele por un instante. Su padre había muerto un par de meses atrás y ella ahora planeaba casarse nuevamente pero... él... él no le quería ni un poco. Y había algo peor: A ella eso no le importaba, ni le detendría de contraer nupcias.

Ella tomó aire, como quien considera por un instante qué se va a hacer con la botella de vino que se ha caído y derramado en la alfombra blanca. ¿Se le debe mover y que ensucie más o sería mejor tirar la alfombra con todo y botella? "Vas a ir a vivir con tus tíos. Ellos cuidarán de ti y... yo te visitaré seguido."

Sin embargo, "seguido" había evolucionado con el tiempo. Al principio, lo visitaba una o dos veces a la semana, luego fue solo una vez. Una vez al mes... Una vez cada seis meses... Hasta el día en que recibió una postal del "ahora viudo" señor Swift informándole que su madre había muerto.

Tenía quince años ese día. Todavía podía sentir la sensación de su tío cuando, por primera vez en cinco años, se sentó a su lado y conversó con él. No podía negar que el hombre era una buena persona. Tanto él como su tía, le habían dado siempre todo lo que necesitaba. No obstante, ambos vivían sumergidos en su vida, en sus trabajos, en la eterna sensación de una existencia sin hijos y, él salía sobrando.

"Hijo... Sé que en este momento no puedes explicarte qué sucedió. Es lo normal." Dijo su tío Charles, dándole un abrazo mientras él lloraba sin poder dejar de sujetar la postal con la mano izquierada. "Era tu madre y, a pesar de los muchos defectos que tenía sé que le amabas demasiado."

Sebastián había asentido, sin encontrar mayor consuelo. Su tío se alejó por un instante de él y metió la mano en su bolsillo. "Tu tía siempre me regaña. Pero, éste es el mejor remedio contra cualquier dolor. Pero solo toma una. " El moreno tomó la lámina de pastillas en la mano que tenía libre.

Y desde ese día, Sebastián Michaelis, a escondidas de sus tíos, se había convertido en un adicto al Demerol. Lo había comprado con sus mesadas, había trabajado para tener más dinero y adquirirlo, incluso lo había robado.

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