Twelve

5.5K 491 242
                                    


La llama que vino de mí...

Casi no puedo respirar cuando estás aquí...

El fuego conoció la gasolina...

El fuego conoció la gasolina...

Quémate conmigo esta noche...

.

"¿Lo reportaste a la policía?"

"Lo hice. También llamé a la compañía de seguros. Ya esperaremos a ver qué resuelven."

Y después de eso ambos habían reído. Ciel no había podido evitar molestarse por un momento. No le gustaba la idea que Sebastián llamara "amor" a otra persona, pero comprendía que era algo inevitable. Ya decía el dicho "lo que no fue en tu año, no es en tu daño".

Se montaron en la motocicleta. Sebastián al frente conduciendo y él, atrás, aferrado a su cintura, disfrutando de la velocidad. Las curvas era la parte que más le gustaba, sentir ese movimiento, la inclinación de la moto hacia un lado que al principio le había hecho aferrarse con más fuerza a la chaqueta del moreno mas ya comenzaba a disfrutarlas.

Llegaron al "apartamento" de Claude, el cual para sorpresa de ambos, resultó ser una pequeña casa. Quizás para el moreno eso era un apartamento. Ninguno de los dos puso demasiada atención.

Ciel bajó de la motocicleta y Sebastián desamarró las maletas de ella. Las había acabado atando "finamente"con una camisa suya. El ojiazul tomó la suya y juntos entraron en la casa.

El menor la miró con curiosidad pero con inmensa felicidad. No le habría importado que fuera una choza con tal de estar lejos del burdel de Madame Red y de todos sus clientes.

-¿Te gusta? – Preguntó el moreno, abrazándole por la espalda.

-Mucho. Hace mucho tiempo que no estaba en un lugar tan tranquilo. – Respondió sin voltear.

-Claro. Aunque supongo que estabas acostumbrado a vivir en un lugar mucho más lujoso. – Habló con vaguedad y eso preocupó al ojiazul, obligándolo a girarse hacia el moreno.

-Sí, pero... Igual... Mi padre había perdido todo ya. Además, este lugar es perfecto. – Intentó sonreír. – Pero tú... pareces preocupado.

-Sebastián se desplomó en una de las sillas de la pequeña sala-comedor del sitio. – El auto que di a cambio de tu libertad... No era del todo mío. La mitad era de Geneviere, o mejor dicho, de sus padres.

Ciel se sentó en la silla que estaba al lado y le miró a los ojos. – Lo que yo me preguntaba era cómo iban a cobrar el seguro.

-Exacto. No puedo decírles a los de la aseguradora porque entonces llegarían hasta Madame Red y lo más posible es que terminarás en un orfanato. Sin hablar que yo acabaría en la cárcel. – El moreno se peinó el cabello con los dedos mientras intentaba pensar en una solución.

-Perdóname. Yo no quería meterte en tantos problemas. – Le tomó una mano.

Sebastián sonrió y le atrajo hacia él. – No me importa si tendremos que ser fugitivos, Ciel. La vida me ha dado esto y quiero disfrutarlo al máximo. Si es necesario pediremos ayuda a cada amigo que tenga o escaparemos del país.

-Pero... ¿y ella? – Preguntó el menor, sujetando el rostro del moreno con ambas manos. - ¿Qué sucederá con ella?

-Ella está decepcionada de mí, Ciel. La conozco. No va a casarse conmigo, pero querrá humillarme ante todos dejándome en el altar.

-¿Es acaso eso tu suposición supuestamente psicológica? – Ciel no parecía convencido de aquella hipótesis.

-Ah...No lo sé. Pero estoy seguro de algo: Ya me cansé de tener una doble vida y quiero estar solo contigo. Ya no me siento bien con ella. Sin embargo...

Nuestra VerdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora