Capítulo quince: Me lo debes.

2.2K 145 9
                                    

Me encontraba tumbada sobre mi cama, mirando hacia el techo sin pensar en absolutamente nada. Mi teléfono no había parado de vibrar mientras hacía caso omiso a todo lo que me rodeaba. Sólo miraba ese techo blanco, que no tenía nada en especial que pudiera causar el hecho de tenerme tan absorbida en su aspecto.
Oí el suave golpe de unos nudillos contra la puerta de la habitación y ni siquiera entonces quise girarme para observar quien se encontraba tras ella. Atisbé por el rabillo del ojo el que llevaba siendo durante casi 10 años el nuevo atuendo habitual de mi madre: su uniforme de trabajo. Aún así, tampoco me giré. Seguí mirando hacia esa pintura blanca desgastada del techo que se extendía sobre mí. El colchón de la cama cedió hacia el lado derecho de ésta y de pronto sentí el calor de unos finos y largos dedos sobre mi muslo izquierdo, y sin evitarlo, la imagen de Matthew vino a mi cabeza. No era igual. Ninguna caricia por muy delicada que fuera podía hacerme sentir como lo hacían las suyas casi sin proponérselo.
— Cielo, ¿estás bien? Tienes mala cara... ¿Ha pasado algo? — Mi madre intentó sacarme aunque fuera sólo un par de palabras.
Asentí con la cabeza, sin mirarla.
— ¿Qué tal con tu padre? Habrás sido buena con Sarah, ¿no? — Su tono de voz denotaba indiferencia por mucho que intentara parecer autoritaria.
Volví a asentir.
— ¿Qué pasa? ¿Es que te ha comido la lengua un gato? — Estaba consiguiendo que se enfadara de verdad.
Levantó la mano de encima de mi muslo y cruzó sus brazos sobre su pecho, entonces y sólo entonces, deje de mirar al techo y fije mi mirada sobre ella. Quien me miraba con el ceño fruncido y pareciendo esperar más respuestas de las que yo podía dar. Entreabrí los labios sin decir nada y me removí un poco sobre la cama. Al instante me maldije mentalmente por ello. ¿Cuánto tiempo llevaría tumbada en la misma postura y sin pronunciar ni una sola palabra? Los huesos me dolían a rabiar y mis labios estaban tan secos que podía sentir como estos me ardían buscando aunque fuera sólo una simple relamida llena de saliva que los calmara.
— Está bien, mamá. Todo ha estado bien. Lo prometo... — Contesté al fin.
Mi madre arqueó sus cejas sin deshacer el nudo que habían formado sus brazos.
— Ya, ¿y esa cara? — Prosiguió.
— ¿A que te refieres? — Pregunté confusa.
— Estás pálida, tus ojeras están más acentuadas que nunca y tienes los ojos rojos... ¿Acaso has llorado?
Tan pronto como formuló su pregunta, se acercó a mí para acariciar mi mejilla izquierda. Conociendo a mi madre, estaría pensando que llevaba todo el fin de semana llorando por haber tenido que ver con mis propios ojos, ya adultos, como mi padre había formado una nueva vida en la que nosotras no teníamos cabida.
— Mamá, no tiene nada que ver con él, ni con Sarah.— Me apresuré a decir.
Aún así ella me hizo caso omiso y continuo acariciando mi rostro. Empecé a ponerme nerviosa, a agobiarme. Quería que se fuera, que me dejara sola contemplando el techo de mi habitación.
Intentaba esquivar el tacto de su piel contra la mía, que no hacía más que recordarme que él no estaba allí conmigo para contemplar ese insignificante y soso techo blanco. Me enervé y sentí que era incapaz de controlar mis cuerdas vocales. Estaba manteniendo demasiados secretos y estos estaba apunto de hacerme erupcionar cual volcán de lava.
— Violet, ¿vale? Es por Violet.— Dije sin pensar ni un segundo en lo que acababa de hacer y con un tono de voz que jamás hubiera querido usar para mi madre.
Mi madre se apartó un par de centímetros de mí, ayudándome a recuperar ese aire que tanto ansiaba.
Su gesto había cambiado, estaba confusa y la ráfaga de preguntas tardó apenas un minuto en aparecer. Ya había metido la pata. Había hecho una pequeña fisura en el contrato de confidencialidad que habíamos firmado mi hermana y yo con silencios, miradas y susurros.
Gracias a las preguntas que no dejaba de formular mi madre, sentí como si acabará de encender un mechero justo debajo de dicho contrato.

Esa noche apenas pude dormir.
Los gritos de mi hermana y mi madre se oían casi por todo el vecindario. Mi hermana pedía privacidad y espacio, mi madre sólo deseaba no ser abuela tan joven.
Aguanté las casi tres horas de discusión y la charla de prevención sexual que sucedía al otro lado de la puerta de mi habitación. El resto de horas siguientes las pase culpándome de lo sucedido y sintiéndome la peor persona del del mundo por haber fallado de esa manera a mi hermana.

Touch » Matthew EspinosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora