Capítulo once: ¿Es una cita?

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Desperté con la misma sonrisa de tonta con la que me había quedado dormida. Miré el reloj. Las 7:00 am. Vaya, estaba siendo una de esas casi inexistentes veces en las que era capaz de levantarme a mi hora para ir a clase. Me duché, arreglé y esperé pacientemente en la cocina a que mi madre y hermana bajaran mientras desayunaba.

Mi madre fue la primera en cruzar el umbral de la cocina 20 minutos después de que yo lo hiciera. Cogió una taza y se sirvió del café que previamente había hecho para ella, después se sentó a mi lado en uno de los taburetes de la cocina.
— Vaya, así es un lujazo despertarse.— Sonrió después de darle un sorbo a su taza de café. Me limité a devolverle la sonrisa.— ¿Y qué tal ayer con Cassie? ¿Lo pasasteis bien?
Mi expresión cambió pero no deje que lo notara. Imagine que esa era la escusa que decidió poner mi hermana para encubrirme.
— Mmm... Sí.— Intenté fingir una nueva sonrisa.— ¿Y tú qué tal en el trabajo?
— Bueno, ya sabes como siempre...Demasiado jefazo.— Rió.— Por cierto, ayer llamó tu padre.
— Ah, ¿sí? ¿Qué pasa? ¿Es que Sarah se ha vuelto a quedar embarazada? — Mi tono de voz contenía soberbia. No soportaba hablar de mi padre y mucho menos con mi madre.
Ella negó con la cabeza.
— Ya va siendo hora de que lo aceptes, Helena. Tu padre es feliz, eso es lo importante.
— Ya, ¿y qué hay de tu felicidad? ¿Eso no es importante? — La debatí.
— Claro que es importante pero yo también soy feliz, cariño. Os tengo a vosotras dos a mi lado y con eso me basta.
Mi madre sonrió y acarició mi mejilla. Ladeé la cabeza y centre mi mirada en el vaso de zumo de naranja que tenía enfrente.
— Buenos días.— Violet irrumpió en la habitación mientras se estiraba.— Oh, ¿cómo tú por aquí a estas horas? — Rió mirándome.
— Muy graciosa... — La contesté, bastante tenía con lo que tenía como para que encima ahora ella intentara vacilarme.
— Eh, haya paz. Tu hermana se ha levantado antes y nos ha hecho el desayuno. Deberías agradecérselo, Violet.— Mi madre intentó mediar.
Violet hizo una mueca y se sentó en el sitio que mi madre había dejado vacío a mi lado.
— ¿Qué tal ayer? — Me susurró con las cejas levantadas y una sonrisa en sus labios.
Me encogí de hombros, no tenía ganas de hablar.
— Vamos, ¿tan mal fue?
— No.— Contesté en un susurro, sin siquiera mirarla.
Mi hermana pareció comprender que no estaba de humor ya que no volvió a decirme nada más al respecto.

Montamos en su coche y por primera vez en toda mi vida académica, era yo la que esperaba impacientemente en la entrada a Cassie. La gente entraba y salía sin parar buscando a sus amigos, esperando a que el timbre les sentenciara. Todo era ruido, voces y cabezas de todo tipo de tonalidades.
Miré mi reloj de muñeca, las 8:15 am. No debía de faltar mucho para que Cassie apareciera. Volví a mirar al frente y deslumbre una cabellera dorada acercándose hacia mí entre la multitud. Me puse nerviosa. Sentía como mi manos empezaban a sudarme, lo cual me repugnaba bastante. Mi corazón empezó a bombear aún más rápido cuando el chico se posicionó enfrente mía después de subir los escalones de la entrada, pero todo esto se detuvo en cuanto el rubio alzó la cabeza y mis ojos se cruzaron con los suyos. Eran azules. Mi pulso empezó a descender y el chico paso por mi lado, mirándome con una sonrisa en su rostro.
— ¡Hey!
Una voz me sobresaltó. Me giré y me encontré de lleno con las gafas de Cassie.
— ¿Sabes? Cuando te he visto pensaba que aún estaba durmiendo.— Rió.
— Lo sé, lo sé. No es habitual en mí pero bueno...Algún día tenía que suceder, ¿no? — Cogí mi mochila del suelo y la sonreí.
Nos adentramos a el Instituto donde todo el mundo se encontraba en pequeños grupitos enfrente de algunas taquillas. Me dirigí sin pensarlo hacia la mía y Cassie me siguió. Me percaté de que estaba sonriendo frente a la pantalla de su móvil cuando intentaba recolocar mis libros en el interior del artilugio hecho a base de acero y aluminio.
— ¿Es Nathan? — Dije con tono curioso, aunque ya sabía la respuesta.
Ella asintió sonriente.
— Hoy no va a venir. No se encuentra muy bien.— No paraba de sonreír.
— Y ese es un motivo para estar feliz, ¿por qué...? — Inquirí.
— No sonrío por eso, tonta... Mira.— Cassie me acercó su teléfono para que viera los mensajes de Nathan:
Espero que hoy tengas un buen día. Hablamos más tarde, preciosa.— Leí para mis adentros. Preciosa, con razón no dejaba de sonreír. Una vez más, ella tenía razón. Ese chico era una auténtica monada.

Touch » Matthew EspinosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora