Capitulo 3

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Asier en Multimedia.

3. Fiestas

Elizabeth

Esquivé a mis padres antes de que pudieran dar conmigo, me bastó dar unos pasos más para sentirme culpable por lo que hice. Prácticamente había dicho a todos que mis padres me utilizaban.

A mi alrededor las chicas empezaban a derramar lagrimas mientras se abrazaban unas a otras en señal de despedida, busque a mi amigo Max antes de que se marchara y lo encontré detrás de una columna haciéndome señas.

Me acerqué a donde estaba.

—Y bien... ¿Qué fue eso?—dijo, dudoso.

—No lo sé —admití —.   Es lo que sentía, supongo que se me ha salido.

Me regalo una sonrisa que no alcanzo a llegar a sus ojos— Tengo algo que contarte.

—Pues dime antes de que mis padres me encuentren

Asintió y dejo su posición relajada para colocarse a una más seria —Me voy a estudiar al extranjero

—¿Qué? ¿No ibas a quedarte a estudiar medicina?

—Estoy cansado de esto —dijo —Necesito alejarme y empezar de cero

Sabía que en verdad lo necesitaba, yo haría lo mismo si pudiera. Es a veces algo frió consolarse con esas cosas, pero si hay alguien a quien le ha ido peor que a mi es a Max.

—Vaya—fue lo único que pude decir

—Así que esto es una despedida, espero volver a vernos algún día —sonaba melancólico— Claro si tus padres no te matan antes —agregó en tono de broma. Justo ahí entendí porque los demás lloraban, y no pude evitar dejar soltar algunas lágrimas mientras le daba un último abrazo.

A mis espaldas escuchaba las voces de mi madre y entonces abrí los ojos como platos. Estaba en problemas. Max se alejó de mí moviendo sus labios en silencio anunciando un adiós. Yo volteé ante el apretón de mi madre tomando mi muñeca.

—Me puedes explicar que fue eso —uso un tono bajo para no llamar la atención. Mi papá estaba al lado suyo enojado.

No respondí, no sabía que responder. Tal vez se me había ido la mano en un día de cambios hormonales. Mi mamá siguió jalándome disimuladamente hasta que dimos con el estacionamiento, a medida que nos alejamos de la multitud más eran sus reproches.

—No lo puedo creer, cómo pudiste. ¿Por qué nos haces esto? ¡Nos has humillado! —dramatizó unas  lagrimas de cocodrilo.

Cuando llegamos al auto, empezó el turno de mi padre de gritarme —¿Cómo pudiste haber dicho eso? —dijo en un tono excesivamente furioso—.  Tantos años dándote lo mejor, ¿eso es lo que piensas?

—No sé qué te ha pasado Elizabeth. Pero te llevare a un psicólogo, claro que sí —empezó a contraatacar mi madre

—No voy a ir a ningún psicólogo —contesté —,  tengo dieciocho, soy una adulta y tomo mis decisiones

—¿Qué has dicho? —se alteró mi padre y levantó su mano en señal de que me iba hacer algo que jamás se había atrevido.

Lamenté haberme comportado como lo hice, ¿En verdad mis actos hicieron rebosar su paciencia para que estuviera a punto de golpearme? Busqué a mi madre con un mirada de que interviniera antes de que pasara lo peor, pero fui una ingenua al pensar que haría algo. Estaba perdida, hasta que detrás de las espaldas de mi padre unos rizos rubios hablaron.

Caramelo de CianuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora