Capítulo 26

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-¿Qué onda? ¿Por qué dices eso?
Blondie dejó de lado su típica expresión teatral y pasó a una cara de real preocupación.
-Te lo iba a decir en la fiesta de despedida de la Mexicana, pero creo que me distraje y lo olvidé completamente...
-Me estay asustando.
Blondie me miró fijamente.
-¿Hace cuánto conoces al Español?
-Mmm... por Internet harán unos diez años creo -respondí mientras hacía cuentas en mi cabeza-. En persona no sé, ¿nueve meses, quizá? No estoy muy segura, pero eso creo.
-¿Y qué sabes de él? Digamos, ¿hay algo de él que te preocupe? -Blondie fruncía el ceño.
-Ok, no soy tan idiota -le dije-. Sé que el Español no me ha contado toooda su vida, es muy reservado, quizá tuvo un problema antes. Incluso si tuvo algún tipo de problema heavy podría llegar a entenderlo, porque lo conozco y sé que no es una mala persona.
-Ay Pepi, es que es un poco más delicado que eso. ¿Tienes tiempo hoy en la tarde?
-Sí... pero oye, no me vas a dejar así po, ¡dime algo! -pedí desesperada.
Blondie movió su boca en varias muecas como evaluando la situación, pero en eso salió un hombre desde dentro de la pizzería. Ambos nos dimos vuelta a mirarlo y él, enojado, apuró a Blondie con una mano y luego señaló su reloj.
-¡Blondie! ¡Por favor! ¡Dime qué onda!
-Debo seguir trabajando, Pepi, nena. Salgo a las seis, ¿vienes? Y me acompañas a mi piso. No quiero hablar así sin más.
-Pero... puta la weá. Ok, te esperaré.
Me dio un beso en la mejilla y yo intenté terminar de comer la pizza, pero la congoja que sentía en la guata me había quitado todo rastro de hambre.
Lo cierto es que yo estaba más metida que colaless de $990. Miré mi reloj y vi que eran las cuatro, así que llamé a Blondie con la mano y le pedí la cuenta. Esperarlo ahí sentada iba a ser muy incómodo porque verlo ir de allá para acá aumentaba vertiginosamente mi incertidumbre. Me paré con la intención de ir a dar vueltas por ahí para matar el tiempo mientras esperaba que me dieran las seis, pero tras caminar unas cuadras por inercia, me aburrí y me fui a sentar a una plaza.
Saqué el teléfono y me puse los audífonos para escuchar música. Tenía algunos mensajes en Whatsapp del Español y me llegó a doler la guata mirarlos, porque en ese preciso momento estaba haciendo hora para que un tercero me contara cosas que él había omitido. Me preguntaba qué chucha iba a decir Blondie. ¿Acaso el Español era gay y por eso lo cachaba? ¿O era un actor porno? ¿Actor porno gay? ¿Qué podía ser más delicado que eso? Asesino no era, porque estaría preso... ¿Verdad? ¿O acaso era caníbal y se había comido a sus papás y por eso no hablaba de ellos? ¿O no era humano? No sabía qué chucha pensar.
Empezó a sonar Feel de Robbie Williams en mi oído y en eso me llegó un correo. Era del Ibizo.
«Pepa:
Te mando este correo porque me ignoras desde todos los otros medios de comunicación. Entiendo que lo que dijo la Colorina fue feo, pero yo no soy ella y estás actuando casi como si yo hubiera dicho sus palabras. Me acabrona que me trates como si te hubiese decepcionado para toda la vida, cuando por todo lo que me has contado y todo lo que yo he visto, hay gente que ha hecho cosas peores y aún así continúas hablándole. No te diré de quién hablo pero entenderás esta indirecta.
Joder, tú tienes veinticuatro años y yo veintiséis. Con esto intento graficar que ambos estamos bastante mayores como para entender cómo funcionan las cosas. Y aunque yo a veces actúo como un gilipollas, jamás ha sido con malas intenciones.
Entiendo que tú eres mujer y entiendo también que las mujeres son lo más raro que hay. Nunca he podido entender bien cómo funcionan sus cerebros, no entiendo por qué se acabronan por cosas simples, no entiendo cómo le hacen para que, cuando uno se enoja con ustedes, terminan ustedes enojadas con nosotros y nosotros como idiotas pidiendo perdón. Me aturde eso. Y tú funcionas de un modo más raro aún.
No justifico haberme quedado callado. Quizá debí decirle a la tía esa que moderara su lenguaje en mi casa, o que ayudara a ordenar, pero coño, ponte un momento en mis zapatos. Yo siempre me he puesto en tu lugar y he sido bueno y comprensivo, pero, ¿y tú? Tú estabas ahí con tu españolete gilipollas al lado y él te defendió perfectamente. Y estoy seguro de que tú también podías responderle. Yo no soy tu novio, eso es lo que pensé en ese momento, entonces, ¿por qué entrar yo en la discusión? Yo no puedo jugar a ser el imbécil todo el tiempo.
Si ya decidiste no volver a hablarme lo entiendo, yo no insistiré más, yo también tengo mis límites. Lamento mucho que todo haya acabado así, pero hice lo que pude y no cediste un poco. Te deseo suerte en todos tus viajes y en todo lo que decidas hacer con tu vida. Espero que no te olvides de que, alguna vez en España, conociste a un tipo llamado Ibizo que te quiso un mogollón.»

Cerré Hotmail sintiéndome infinitamente culpable. Puta la weá, Ibizo culiao, tenía toda la razón del mundo. Estar picá contra él por no haberse metido en pelea ajena igual era una pendejada y no quería reconocerlo. Moría de ganas de volver a hablar con él, pero el orgullo me consumía por dentro y había ignorado olímpicamente cada uno de sus mensajes, excepto este. Este no podía ignorarlo.
Ibizo había sido la mejor persona que había conocido en España, incluso mejor que el Español. Ibizo había estado ahí conmigo cuando el Español no estuvo. Me había ayudado, me había aconsejado, incluso me había dado esos empujoncitos para hacer cosas cuando yo misma me sentía incapaz de llevarlas a cabo. Ibizo era, a todas luces, el mejor amigo del mundo.
Tuve toda la intención de responderle ahí mismo pero luego pensé que sería mejor escribirle algo cuando tuviera la cabeza más fría. En ese momento solo podía sentir la incertidumbre en mi pecho de no saber qué me diría Blondie y eso carcomía cuáticamente mis pensamientos. Pero hice una nota mental: responderle a Ibizo. Lo merecía de sobra.
Miré el reloj y faltaban veinte minutos para las seis, así que me puse de pie y caminé hacia la pizzería. Cuando llegué, Blondie ya me esperaba afuera del local, vestido con unas calzas color sandía y encima un abrigo negro.
-Hace unos años yo trabajé en un periódico -comentó Blondie mientras nos subíamos a un taxi-. Era el encargado del diseño de la portada y tal.
-¡Cuenta la weá del Español luego po! -Levanté la voz de lo irritada que estaba.
-No puedo... aún -dijo mirando de reojo al taxista-. Espera a que lleguemos, nena.
Chasqueé la lengua con impaciencia y no dije nada más.
El taxi se metió por las calles céntricas de Madrid y en unos treinta minutos habíamos llegado al barrio de Palomeras. Nos estacionamos frente a un edificio roñoso que se caía a pedazos y nos bajamos al frío del atardecer otoñal, con una fría brisa golpeándonos de costado. Blondie caminó por la vereda como una diva y yo miraba a mi alrededor pensando en que en cualquier momento iba a salir un cani y nos iban a asaltar.
Entramos al edificio, que era tan frío como el exterior, y subimos ocho pisos por la escalera.
-Pepi, nena, perdón, pero el ascensor es una piltrafa -dijo Blondie mientras yo iba detrás suyo bufando como si fuera a dar mi último estertor de vida. Finalmente llegamos frente a la puerta del departamento 802 y entramos.
El interior era muy chico, con todo junto, de un colorinche rosado con rayas blancas. La cama de Blondie estaba en una esquina, con un gato durmiendo sobre su cubrecama de terciopelo morado.
-Ponte cómoda -me dijo Blondie mientras dejaba sus cosas sobre una mesa. Se sacó la chaqueta y reveló una camisa roja con flores blancas. Enseguida se puso a revolver entre papeles de un escritorio como si estuviese buscando algo.
-¿Cómo se llama? -le pregunté indicándole al minino.
-Ministro Morrongo -contestó Blondie.
No hice comentarios sobre el horrible nombre que le había puesto y fui lentamente y me senté al lado del gato. Éste levantó su cabeza gris y me miró, pero enseguida me ignoró, se dio vuelta y siguió durmiendo. Le rasqué el lomo por inercia y se puso a ronronear como loco, así que aproveché que Blondie estaba ocupado, tomé al gato, lo puse en mi nariz y me lo fumé.
-¿Qué coño haces? -dijo Blondie mirándome raro. Me puse roja de vergüenza.
-Eh... estaba oliendo a tu gato... porque me gusta el olor de los gatos. ¡Oye ya po! ¡Dime! ¿Qué puede ser tan terrible y misterioso?
Con su mano derecha enarbolaba un pedazo de papel, que miró con una expresión muy rara. Un momento después extendió el brazo y me lo pasó.
-Mira eso y dime si lo sabías.
Con el corazón latiendo a full tomé el papel entre mis manos y vi que era el recorte de la portada de un diario. Estaba media amarillenta y se notaba que era de hacía mucho tiempo. Al medio del recorte había una foto, la foto de un joven de unos veinte años, mirando hacia un punto indeterminado. Tenía la mirada triste, el pelo muy corto y la cara delgadísima, pero las facciones eran inconfundibles
Aquella era una versión más joven del Español.
-Lo recordé en esa fiesta -comentó Blondie mientras me miraba-. No podía olvidarlo, porque yo mismo maqueté esta portada.
El corazón se me iba a salir por la boca y no precisamente por la extraña apariencia que tenía el Español en esa foto. Eso era lo de menos. Lo que realmente hizo que mi cuerpo se apretara entero y tuviera ganas de tirarme desde el octavo piso fue el titular que estaba sobre su cabeza.

Pepi la feaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora