Bambana huyó como una rata, cerrando la puerta tras de sí.
-No me mires con esa cara, yo ni de coña duermo en el suelo -dijo Ibizo ante mi mirada de guarén angustiao.
-Ibizo, yo mido casi uno setenta y tu uno noventa. No cabemos ahí.
Me miró entornando los ojos y esbozando una leve sonrisa. Se veía raro con la barba castaña asomándole entre su piel bronceada.
-Mujer de poca fe.
Suspiré, abrí mi maleta (que había hecho al lote: tenía la pura cagá) y saqué el pijama y los útiles de aseo. Abrí la puerta porque el baño de las habitaciones seis y siete estaba en el pasillo, y como eran las últimas piezas de ese piso, no había nadie más.
Después de asearme (si, porque de vez en cuando me lavo) y empijamarme, volví a la pieza y me encontré con un Ibizo enfundado en un pijama azul marino, de short y polera.
-Y bien... ¿cómo lo hacemos?
-¿Ah?
-Dormir. Está difícil. Menudo hostel de mierda al que me has traído.
Apagamos la luz y abrimos la ventana, porque el calor era sofocante. Sentía que habían por lo menos treinta grados y eso que era madrugada, por lo que el pijama se me pegaba al cuerpo.
Nos costó mucho acomodarnos. Al final optamos por sacar toda la ropa de cama y dormir cada uno con la cabeza a un extremo de la cama.
-¡Pero saca tus patas de mi cara! -le decía, porque sus uñas me rasparon la nariz.
-Menuda cama de mierda, no da el largo de mi cuerpo -alegaba Ibizo mientras se retorcía acomodándose. Tenía la espalda tan ancha que mis pies quedaban en una orillita.
Luego de un rato de acomodos y desacomodos todo fue silencio, un silencio incómodo entre nosotros solo interrumpido por el ruido del carrete.
Nunca había dormido así con Ibizo y, para ser sincera, no estaba segura de poder dormir. Y a juzgar por el ritmo de su respiración, él se estaba pasando rollos parecidos a los míos.
-Hay algo que no te he dicho del gilipollas -dijo de pronto, justo cuando yo ya estaba pegando los ojos.
-¿Ah?
-Español.
Paré la oreja y desperté completamente.
-¿Qué cosa?
Tomó aliento, antes de continuar.
-Después de ir con los gringos, volví a casa para hacer la maleta -aguanté la respiración mientras lo escuchaba-. Fue entonces cuando encontré la casa destrozada. Lo del ventanal roto que te mencioné fue nada.
-¿Qué? ¿Destrozada? ¿Cómo es eso? -impacto total.
-Los muebles tirados, la ropa hecha un lío. No te lo quise decir porque no te lo tomarías a bien.
-Ayayái, por eso estabai raro -más impacto y más angustia-. ¿Qué hiciste?
-Llamé a la poli.
-¿Y?
-Y... quedaron en ver qué harían. La poli es una mierda. No pude seguir en qué van, pues me vine acá.
Me quedé en silencio sin saber qué pensar. Había mantenido la esperanza todo este tiempo de que el Español fuera un buen tipo, quizá un poco perturbado, pero incapaz de dañar a alguien. Pero ahora que Ibizo me contaba eso, todo cambiaba.
-Debo confesar que ese tío me da yuyu -susurró Ibizo.
-¿Yuyu?
-Miedo. Está tocao, no es normal.
-¿Pero estás seguro de que fue él?
-¿Y quién más, si no?
Pensé en la Colorina, pero no dije nada.
Caí en un sueño intranquilo y desperté más torcida que cola e' chancho. Ibizo ocupaba casi toda la cama y, aunque estábamos al revés, con sus patas me había empujado al punto de dejarme colgando.
-Hostel culiao -dije al despertar. Ibizo seguía con el hocico abierto y la baba colgando, sin inmutarse.
Lo moví un poco y no despertó. Lo piqué con un lápiz y solo pegó un ronquido más. Aproveché aquella irrepetible oportunidad y le pinté las uñas de las patas, rojo maraco intenso.***
Cuando salí de la pieza para ducharme y cambiarme ropa, me encontré con uno de los gringos de la noche anterior.
-Hi -me saludó el rubiocolorín con cara de canguro. Iba saliendo del baño con un pijama que parecía estropajo y me fijé que tenía orejas de duende.
-Hi -respondí en inglés también. Me miró un segundo desde la puerta de la pieza seis y después entró.
Con cara de canguro y todo era guapo. Era una mezcla entre Ewan McGregor y Chris Martin, así que mientras me duchaba pensé en el mejor apodo que podía recibir. (Al final decidí ponerle Obiwan, porque su parecido con Ewan McGregor superaba al de Chris Martin.)
-He dormido como la mierda -declaró Ibizo cuando entré a la pieza.
-Yo casi me voy de hocico al suelo. ¿Te vestiste sin bañarte? -comenté mientras colgaba la toalla en una silla. Él solo se encogió de hombros.
-Tengo la sensación de que el agua de este lugar está más sucia que mi suciedad corporal.
No le pregunté sobre las uñas de sus patas. Lo más probable era que se puso los calcetines por inercia y ni se fijó en sus dedos rojomaracointenso.
Cuando finalmente bajamos a desayunar, no había nadie excepto los gringos, porque todos los demás se habían hecho pico carreteando hasta el amanecer y seguramente estaban raja durmiendo.
Nos sentamos a la mesa e intercambiamos algunos comentarios en inglés, principalmente relacionados a la distribución mierda que habían hecho en las habitaciones, y al sobrecupo.
Noté que los gringos no tenían acento de gringos, pero no hice caso. Seguimos conversando mientras miraba de reojo a Obiwan y su barba rucia. Su polola (supuse que era la polola) era una belleza de las Europas: alta, delgada, de piernas atléticas y una cabellera larga y castaña. Sus ojos eran como el chocolate y sentí de las envidias ante tanta hermosura.
-¡Panchu negro olor a mierda andate a la recalcada concha de tu gata del orto y de paso agarrá tu guitarra y hacete un enema, forro cara de argolla! -Cuantascopas apareció, con el celular pegado a la oreja y echando mil puteás por segundo-. ¡SORETE, HIJO DE PUTA, CARA DE PITO, NEGRO DE MIERDA!
-Ok, hora de irse -susurró Ibizo en mi oído.***
Lo malo de córdoba era que en todos lados vendían lo mismo. No había variedad de ropa y, además, esta última era carísima.
Vitrinear era fomeque como congreso de notarios. Más fome que el festival de viña y con eso lo grafico todo.
-Necesito un nuevo suéter, pero acá venden pura mierda -comentó Ibizo luego de salir de la décima tienda del día.
-Pero Ibizo, hay cuarenta grados a la sombra. ¿Por qué chucha quieres un suéter?
-Porque es la onda. Suéter y bermuda. Los latinos no saben de qué va la cosa.
El día estaba horriblemente fome, tan fome que nos sentamos en una plaza cerca de patio Olmos y nos quedamos pegados mirando cómo una pareja de ancianos le hablaba a su perro.
No quería decirlo en voz alta, pero córdoba era tan aburrido como el Zorrón había anunciado. No había comparación con Madrid, en que las fiestas salían como peruano en la plaza de armas: córdoba era un desierto y si había carrete (el del hostel no contaba), estaba muy escondido.
-¿Y si vamos a Brasil? -sugirió Ibizo después de un rato de silencio.
-¿Brasil? ¿Dónde queda eso?
-Brasil, un país de Sudamérica.
-Ah, pensé que hablabas de algún barrio. Puede ser ah...
En vez de ir a Brasil fuimos a almorzar a un restorán bien céntrico y conocido. Para nuestra sorpresa, cuando entramos vimos en una mesa a los tres gringos del hostel, que nos hicieron un gesto con la mano para que nos sentáramos con ellos.
-¿Where are you from? -le pregunté al tipo con pinta de Jon Snow.
-México, ¿and you?
-¡México! Por qué coño no lo mencionaste antes -comentó Ibizo riéndose-, y yo como un capullo hablándote en inglés.
-¿Todos de México? -pregunté- Pensamos que eran gringos.
-También pensamos que ustedes eran gringos -comentó Obiwan, sorprendentemente con acento chileno.
-¡CHILENO! ¡OH EMOCIÓN! -de verdad me emocionó, después de tanto tiempo sin escuchar la voz de un compatriota (que no me asaltara, claro está. Nunca olvidaría a la vieja lanza de Madrid).
-¿De dónde eres? -preguntó Tulenka, la mina que andaba con ellos, también chilena.
-Santiago, ¿y ustedes?
-También.
-¿Y tú? -preguntó ahora, dirigiéndose a Ibizo.
-Ibiza, España.
Obiwan nos quedó mirando y Tulenka también. Me sentí observada y me pasé mil rollos, desde que también nos asaltarían hasta que eran agentes secretos del Español.
Después pedimos pizza y empezamos a hablar de México con El Greñas, que era perturbadoramente parecido a Jon Snow, hasta con sus rulitos incluidos. Casi no me aguantaba las ganas de decirle You Know Nothing.
Tulenka y Obiwan empezaron a revisar sus celulares y yo hice lo mismo por inercia. Abrí facebook y caché que me había llegado un inbox.
-Tú eres Pepi la fea, ¿cierto? -dijo Obiwan de pronto, con mi blog abierto en su celular-. Y él es Ibizo, ¿verdad?
Tulenka y Obiwan nos miraron radiantes con los ojitos llenos de brillo y con Ibizo nos miramos al revés: temerosos. ¿Qué chucha decíamos?
-No -dije yo.
-Sí -dijo Ibizo al mismo tiempo.
Parecía que había entendido al revés el gesto de mis ojos excesivamente abiertos. Puta que son weones los hombres.
No supe qué hacer ante el bombardeo de preguntas así que abrí el inbox que tenía en facebook y caché que era el Español, desde un facebook nuevo.
«¿Dónde estás, Pepa? Necesitamos hablar, en serio, hablar las cosas frente a frente. La carta que me dejaste no fue suficiente. Si es necesario buscaré en cada hotel, hostel y hostal de esta ciudad, pues necesito verte. No me importa si estás con Ibizo. Todo se puede arreglar. Te quiero aún.»
Tenía el GPS activado y me había enviado el mensaje desde el Sheraton.
El mismo hotel Sheraton que veía a diario desde mi ventana.