-No es del tipo de videos que me hagan gracia -comentó el Español recuperando la compostura en menos de un segundo.
-A mi me hace gracia.
-¿No que te dolía la panza?
-Sí... buenas noches.
Una vez más entré a la pieza y cerré con seguro. ¡Cómo hacía esa weá! Estaba segura de que la cara se le había desfigurado por un instante, o en volá era mi imaginación. ¿Habría cachao la indirecta?
Me acosté y le tipeé un Whatsapp a Ibizo.
«Perdón por haberte ignorado todo este tiempo. Soy lo peor, lo sé, pero te quiero mucho. Entiendo tu punto y tu explicación, pero prefiero que hablemos en persona. Tengo mucho que contarte. ¿Podemos vernos mañana?»
Al cabo de un rato Ibizo apareció online. Mi corazón saltaba fuerte cuando, bajo su nombre, salía la palabra escribiendo.
«¡Pepi! Qué alegría me da J me encantaría verte, pero estoy en Ibiza con mi madre. Estaba convenciendo a mi hermano para que fuese conmigo a Córdoba, ya que asumí que tú no irías conmigo y ni de coña pierdo los pasajes. El cabrón no ha querido gastar pasta en un viaje. Regreso en una semana. ¡Espero verte!»
Puta la weá, una semana. Siete días. Horror. Palpico.***
Esa semana fue más o menos como el hoyo al principio, aunque al final ya me había acostumbrado a sentir esa angustia en la guata. Usé todos los dotes actorales que en realidad no poseo en ser lo más natural posible con el Español, aunque era inevitable que él no se sintiera extraño ante mi actitud distante y mi cara sospechosa.
-Estás rarísima -me decía todos los días.
-Es que me da nostalgia irme, me había acostumbrado a España, al pan de pipas, a la musiquita de Mercadona y a que le digan panceta al tocino.
Entonces el Español solo me miraba entornando los ojos y después seguía haciendo sus cosas.
Hablé todos los días con Ibizo, pero no me atrevía a decirle nada respecto al Español por Whatsapp. Me imaginaba que él se había agarrado a mi línea y que estaba sapeando las cosas que yo escribía, así que no ponía ni una weá sospechosa de puro cuco. En el campo de la incertidumbre, todas las teorías son válidas.
Amar al Español fue complicado desde un principio, pero jamás pensé que llegaría a ese nivel de cuaticocidad. Y justarmente eso era lo peor, amar al Español, porque en el fondo de mi corazón de guarén, seguía queriéndolo como la primera vez, cuando hablamos toda la noche sobre El Señor de los Anillos. Era el hombre perfecto, perfecto para mí... o casi. ¿Iba el casi a arruinar todo un futuro juntos?
Finalmente llegó el día en que había quedado con Ibizo. Estaba esperándolo de pie justo al frente de una tienda de artículos de cumpleaños, con Barney atrás mío rodeado de cabros chicos queriendo sacarse fotos con él. De fondo sonaba la conocida melodía de su programa.
-Te quiero yo, y tu a mí, nuestra familia es la más feliz -me cantó alguien al oído, por detrás.
-¡La cantaste como el pico! Nunca fue así la canción -estaba cagá de la risa.
-Eres una gilipollas -me dijo mientras me daba un abrazo apretado.
-Y tu un aweonao -le respondí con cariño. El se rió.
Caminamos a un restorán, nos sentamos a la mesa y ordenamos paella. Ibizo estaba más bronceado que nunca, con el pelo desordenado en todas direcciones, una sonrisa de dientes muy blancos y ojos risueños. Andaba con un chaleco rojo abotonado, shorts grises y hawaianas. Me contó sobre su viaje a Ibiza, su mamá y su hermano.
-¿No te da frío en las patas andar así?
-Estamos en otoño, o sea, mitad verano, mitad invierno. Creo que le hago justicia a la estación.
Me pareció una respuesta razonable.
Seguimos conversando sobre la vida y las cosas que habían ocurrido durante nuestro distanciamiento. Omití lo del Español aunque precisamente era lo que necesitaba decirle con urgencia. En vez de eso le conté sobre la Colorina y nuestro encuentro en la universidad.
-Tengo algo que decirte Pepi -me interrumpió.
-Ayayai, yo también, y es heavy.
-Bueno, qué va. Tú primero.
-El Español era terrorista -susurré sin más, mirando a mi alrededor para comprobar que no había nadie parando la oreja.
Ibizo abrió la boca y palideció en dos segundos. Conté los granitos de arroz que tenía en la lengua.
-¡¿Qué?! ¡¿Estás de coña?!
-No estoy webeando, mira -abrí mi bolso y le tendí los recortes del diario.
-¿Quién te ha dicho esto? -Preguntó con la vista fija en el texto-¿Cómo lo has averiguado?
-Blondie me lo dijo.
-Ay madre mía -soltó cuando terminó de leer-. Pepi, siempre pensé que el tío tenía mal rollo, pero de ahí al terrorismo hay un trecho enorme. Te pasarías de idiota si no te alejas de él.
-Sí, lo sé, se me revuelve la guata. Pero quiero darle la oportunidad de explicarse, aunque me da miedo eso. Estoy enamorada de él po, ¿qué más puedo hacer?
Ibizo se agarró la cabeza con las manos y me miró como si yo fuera tonta.
-Pepa, de explicaciones nada. No seas gilipollas. Aunque el tío estuviese curado de su estupidez, no puedes arriesgarte.
-Pero no me ha hecho nada malo...
-¿Y vas a esperar a que lo haga? ¡No seas sonsa, joder!
-Solo quiero enfrentarlo, y que me diga de su propia boca qué onda. He pasado por muchas cosas, durante muchos años para esto. Lo mínimo es saber su versión, quizá todo ha sido un mal entendido.
Ibizo miró hacia arriba como si estuviera pidiéndole paciencia al cielo.
-Está bien -dijo-. Tengo una idea.