𝔡𝔬𝔰.

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DOS


HALLOWEEN





A penas una semana después de comenzar las clases, Catherine podía asegurar que amaba Hogwarts y que estaba totalmente integrada en la escuela.

Rose y ella lo hacían prácticamente todo juntas. Las dos se habían dado cuenta de que eran muy parecidas: tenían los mismos gustos, se reían de lo mismo y pensaban igual. Rose y Catherine se divertían todo el rato, reían en los descansos y se sentaban juntas en todas las clases. También les gustaba ir juntas a la biblioteca, pero un día Madame Pince les prohibió la entrada a las dos juntas: montaban continuamente escándalo y se ahogaban de la risa con cualquier tontería. Catherine tenía la sensación de que no se había separado de Rose ni un instante desde que se habían bajado de la barca que atravesaba el Lago Negro.

Su clase favorita era Pociones (la de Rose también), que compartían con los de Gryffindor. En muy pocas clases con ellos los de Slytherin habían podido comprobar que los leones eran algo insoportables. Eran muy ruidosos, hablaban y reían demasiado fuerte, y no se callaban. Una chica, la misma que había estado recitando lo que se había aprendido de memoria sobre el cielo estrellado del Gran Comedor, Hermione Granger, era incapaz de permanecer callada cinco minutos. A Catherine le parecía irritante. Cada vez que Snape, el profesor y jefe de su casa, decía algo que ella sabía, levantaba la mano como un resorte y saltaba sobre su asiento.

—¿Cuál es la diferencia, Potter —le preguntó el profesor Snape en una clase—; entre acónito y luparia?

Ante aquella pregunta Granger se levantó de su asiento y tensó su brazo levantado, mirando fijamente a Snape. Catherine se giró hacia la chica que parecía querer tocar el techo y enseguida volvió a girarse hacia el frente rodando los ojos. Como decía, irritante.

—Es hija de muggles... —le susurró Malfoy, sentado a su lado. Lo dijo en voz baja pero hasta el profesor pudo oírlo.

Cath no estaba segura de que eso justificase lo insoportable que era la chica, pero no contestó suponiendo que los muggles con los que vivía debían de ser muy extraños.

—No lo sé —respondió Potter—. Pero creo que Hermione lo sabe. ¿Por qué no se lo pregunta a ella?

El tono de sorna con el que le había hablado a quien era sin duda el profesor más estricto de la escuela, hizo que se tapara la boca para no dejar escapar una risa. Eso sin duda serían puntos menos para Gryffindor.

Después de gritarle a los dos últimos de Gryffindor mencionados, Snape les ordenó realizar su primera poción. Sería una solución para curar forúnculos y trabajarían en parejas.

Catherine trabajaría con Malfoy, a quien le seguía en la lista alfabética.

—Oh, no —se quejó Rose sin disimular cuando vio que le había tocado con Hermione Granger.

Cogió sus cosas con pesadez y arrastró los pies hasta la mesa en la que se encontraba la chica de pelo enmarañado. Draco Malfoy llamó la atención de su compañera mientras ella observaba como su amiga empezaba a darle instrucciones a Hermione de quitar sus plumas de encima de la mesa.

—¿Piensas ayudar o no?

Se giró sacudiendo su melena y vio al rubio apoyado frente a ella en la mesa.

—Naturalmente —contestó—. ¿Por qué no vas a por los ingredientes? Yo iré sacando el caldero y lo pondré sobre el fuego.

Conforme dijo eso, Draco se levantó y se dirigió hacia el armario en el que Snape había dispuesto los ingredientes. Durante un rato estuvieron siguiendo al pie de la letra todo lo que había escrito en la pizarra, hasta que el profesor Snape se paró detrás de Catherine observando por encima de su cabeza el caldero. Cath contuvo la respiración cuando la nariz ganchuda del profesor quedó a la altura de su rostro. Malfoy sonreía con satisfacción, confiado.

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