Cuando supe que estaba en pecado, y que era demasiado tarde para redimirme, decidí incendiarlo con una pasión encarnizada.
-Aunque el consuelo de este frenesí acabase en un suspiro- me dijo -aún mañana, desde mis más profundos anhelos, mi amor seguirá desbordado como los primeros rayos alboreos y destellante como las primeras estrellas. Pero sí pudieras saciar tu sed, en este momento, deberías darte por satisfecho y dejarme ir.
Entonces, las poesías de Neruda cayeron como pétalos de hielo, congelando mi rostro y sentí como ráfagas de viento sacudían mis sabanas, y desperté, y ya te habías ido.