Sus pies desnudos se entrelazaban con la fina arena de la playa a la que había salido a su encuentro en tantos crepúsculos, desfallecida, enloquecida, con una leve sonrisa solitaria surgida de cada luna pálida en el horizonte, esperando fervientemente como Penélope.
-¿Cómo puedo estar segura de que serás eternamente mío, cuando ya no recibo tus cartas de amor? Me siento como una vela bajo una ventisca y este corazón impetuoso ya no soporta tantas memorias que resurgen con cada menguante.
-¡Sonríe! Ya estás conmigo. Le dijo mientras aparecía tras ella levantando unos flameantes girasoles con un sutil gesto.