Ayer vi como en su rostro se reflejaba un enjambre de abejas apasionadas y embriagadas del néctar de un campo de claveles rojos que les servía de escenario a las magníficas coreografías que su afición a los nectarios les consentía.
En ese momento, sentí como los centelleos de sus ojos iluminaban sus pómulos convexos, que me arrastraban a sus labios delicados como el desplomar de las hojas de cerezo y rojos cómo el magma carmesí del tártaro.
Y escuche como las ninfas recitaban versos sobre el nacimiento de venus, entonces, este sacudió mi alma con azotes de fuego que dejaron mi cuerpo viviendo desengaños y muriendo anhelos.
Ahora mi sangre arde, y la fiebre crece desmesurada, desprovista de toda compasión, mis lágrimas se evaporan en mis mejillas, y apenas puedo decir alguna palabra, simplemente ayer vi, ayer te vi.