–Buena suerte —le digo a Hana.
Se da vuelta y me dedica una rápida sonrisa. Pero me doy cuenta que está nerviosa. Por fin. Entre sus cejas entre sus cejas hay un fino pliegue y se está mordiendo la comisura de los labios.
Hace un ademán en el edificio, pero luego se gira de repente y se vuelve hasta mí. Acerca su rostro salvaje y extraño, me agarra por los hombros y me susurra algo al oído. Me quedo tan sorprendida que dejó caer la barbilla.
–Ya sabes que no puedes ser feliz a menos que seas desgraciada alguna vez, ¿verdad? –me dice susurrando, y su voz es áspera como si acabara de llorar.
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