Sonríe:)

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Ella estaba terriblemente enferma.

Nadie, ni familia ni amigos, comprendía bien lo que le ocurría. Los doctores decían que no tenía cura, que se hallaba en medio de una lucha donde las únicas opciones eran vivir o morir, literalmente.

La pobre muchacha estaba pálida. No exhalaba; suspiraba a través del respirador que tenía conectado. Eran los suspiros los que se llevaban el color de sus mejillas.

Su expresión era algo realmente particular. A veces, era de profundo dolor. Otras, era de inigualable paz y alegría. Las menos, era totalmente neutra. Sentía como si le quemaran con un metal al rojo vivo el corazón, y a la vez se sentía flotar en el más agradable de los aires, reposando en las más tersas nubes de algodón. Otras veces no sentía nada.

En su sueño de medio muerta, veía a la Vida y a la Muerte como dos entes igual de atractivos, igual de distantes. Ambos le sonreían, pero sólo uno la llamaba a su lado. Ella no sabía cuál.

Sin embargo y curiosamente, ambos le parecían igual de peligrosos, igual de repugnantes y letales. Debía ser cuidadosa. Pero ¿cómo? No sabía qué hacer ni qué estrategia seguir. No podía consultar a su consciencia; se había quedado muda. No podía acudir a sus recuerdos; todos eran imágenes difusas, y los que no, ella no sabía si eran más cercanos a la Vida o a la Muerte.

¿Qué hacer, entonces?

Ella no lo sabía. Y probablemente nunca lo supiera.

Cada vez su malestar empeoraba. Sentía como si toda ella estuviera dividida en dos partes; la que deseaba la Vida y la que deseaba la Muerte.

Su enfermedad, con cada suspiro que ella exhalaba, se llevaba un precioso aliento de su vida. Se la comía por dentro, como alimañas. Tenía que decidir rápido, porque ya los suspiros empezaban a desvanecerla. Ahora ya no era más que la sombra de lo que alguna vez había sido, de lo que cualquier chica de su edad era.

Quería y a la vez no quería arrojarse a los brazos de una u otra opción. No le gustaba tener sólo dos elecciones. Deseaba más que cualquier cosa tener una tercera opción.

Y entonces, en un rincón oculto de su mente, olvidado, cubierto de polvo y telarañas, y apenas iluminado por una luz histérica que lucha por mantenerse encendida, apareció su familia. Su escuela, sus amigos, las salidas, las fiestas, las risas. La luz ya no luchaba por mantenerse; se agrandaba. Recordó a sus mascotas y a sus sueños.

Se aferró a estos últimos.

Abrió los ojos.

No recordaba su sueño de medio muerta. Sólo tenía una convicción. Viviría para soñar. Soñaría para morir. Moriría para vivir.

Una vez que supo ésto, se dedicó a ser feliz. Ése era su sueño más importante. Entonces decidiría si quería compartir ello con la Vida, o con la Muerte. Lo mismo le daba; ambas le sonreían.


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