Capitulo 9

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Capítulo 9



AL DÍA SIGUIENTE, Lavinia despertó al calor del sábado.


Pronto llovería, pensó, añorando el frescor de la estación lluviosa, las mañanas tenues, el acurruco de los días nublados. Felipe ya no estaba. En la mesa de noche encontró la notita: "No quise despertarte. Tengo trabajo. Trataré de regresar por la tarde. Besos. Felipe". Vagamente recordó haberlo llevado a la cama. El no despertó más que para quitarse los zapatos... Se durmió al lado de ella como pareja de matrimonio aburrido.


Se desperezó restregando las piernas en el extremo fresco de las sábanas. Su mirada se posó sobre la muñeca en lo alto del armario: redondos ojos azules, nariz respingada, colochos oscuros. Única sobreviviente digna de la destrucción del ejercicio infantil del amor maternal. Sus ojos de cristal reflejaban la ventana donde el naranjo extendía sus ramas. Inclinada hacia un lado, lucía impúdicamente desmadejada.


Debía leer los papeles, pensó Lavinia. Esta mañana no habría desayuno con Sara. Se quedaría en su casa leyendo. Llamó a la amiga para decirle que tenía que hacer un trabajo urgente. Mintió otra vez con aplomo. Sara, comprensiva, la relevó de disculpas.


Sin bañarse, acompañada de jugo de naranja, café y un pedazo de pan, se acomodó en la cama, quitó la cabeza de la muñeca y sacó los papeles.


El reloj marcaba las dos y quince de la tarde, cuando dio vuelta a la última hoja. Sobre la cama, tendidos como insectos blanquinegros, yacían los folletos clandestinos impresos en mimeógrafo, con toscos dibujos a stencil.


Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared.


¿Sería lícito soñar así?, se preguntó, ¿recrear el mundo, rehacerlo de la nada? Peor, pensó, peor que de la nada; ¿rehacerlo desde el lote donde se echa la basura, el terreno baldío triste donde se acomoda la chatarra y los desperdicios? Sería lícito, racional, que existieran en el mundo, personas capaces de inventarlo de nuevo con tanta determinación; desglosando la tristeza en menudos párrafos, delineando la esperanza punto por punto, como en el programa del Movimiento, donde se hablaba con tanta seguridad de todas las cosas inalcanzables que se debían alcanzar: alfabetización, salud gratis y digna para todos, viviendas, reforma agraria (real; no como el programa de televisión del Gran General); emancipación de la mujer (¿Y Felipe?, pensó, ¿Y los hombres como él, revolucionarios pero machistas?, pensó); fin de la corrupción, fin de la dictadura... fin de todo, como cuando se encienden los luces y se acaba una mala película; eso querían, encender las luces, pensó. Lo decían: "fin de la oscuridad; salir de la noche larga de la dictadura". Encender las luces y no sólo eso, sino los ríos de leche y miel -le gustó el lenguaje bíblico-, la utopía del mundo mejor, Don Quijote cabalgando de nuevo con su larga lanza desenvainada. Las reglas para los nuevos quijotes; los estatutos, los incontables deberes, los reducidos derechos... Los estatutos de un hombre nuevo, generoso, fraterno, crítico, responsable, defensor del amor, capaz de identificarse con los que sufren. Cristos modernos, pensó Lavinia, dispuestos a ser crucificados por difundir la buena nueva... pero no dispuestos a fallarse entre sí. Habían sanciones, penas para los traidores, hasta el fusilamiento estaba contemplado (¿lo harían realmente?, se preguntó, sentada en la cama, viendo sin ver la cabeza de la muñeca a su lado, los ojos azules redondos, abiertos, de pestañas negrísimas).


Pero uno se podía olvidar de las angustias y esperanzas de la mayoría, pensó. Aquí en su casa, con los cojines, las plantas, la música; en la discoteca con los amigos; en la cama, con Felipe; mañana en la oficina de aire acondicionado. Tantos lo hacían. Todas sus amistades lo hacían. La pobreza colectiva no empañaba el brillo de las lámparas de cristal del club o las boítes; la vida leve y dulce de Sara; la asidua y agitada vida social de sus padres.

La Mujer HabitadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora