Capitulo 17

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Capítulo 17



HE BLOQUEADO EN LAVINIA el comentario de su amiga sabia de pelo negro y ojos redondos. No quiero que estudie mi pasado. Quiero recordarlo con ella a mi propio ritmo, conectarla a este cordón umbilical de raíces y tierra.


Temo también pensar en la muerte de Yarince. Sucedió poco después de la mía. Desde mi morada de tierra, la vi cual si se tratase de un sueño...


Terribles fueron aquellos últimos tiempos. Estábamos ya agotados tras tantos años de batallar y el cerco era cada vez más estrecho. Los mejores guerreros habían perecido. Uno a uno estábamos muriendo sin aceptar la posibilidad de la derrota. Enterrábamos las lanzas de los muertos en lo más hondo de la montaña esperando que otros algún día las alzarían contra invasores. Cada muerte, sin embargo, era irremplazable, nos desgarraba cual cuchillo de pedernal la piel. Dejábamos parte de nuestra vida en cada muerte. Moríamos un poco cada uno hasta que, hacia mi fin, semejábamos ya un ejército de fantasmas. Sólo en los ojos se nos podía leer la determinación furiosa. Llegamos a movernos como animales de tanto vivir en las selvas y los animales se convirtieron en nuestros aliados, avisándonos del peligro. Olfateaban su furia en nuestro sudor.


¡Cómo recuerdo aquellos días de sigilo y hambre!



La casa donde vivían los Vela estaba situada en lo que, en su momento fuera uno de los repartos elegantes de la ciudad, desplazado ahora por las lotificaciones residenciales en colinas y sitios altos, que eran la "última palabra y moda" en el "buen vivir", y donde se construiría la casa nueva.


Después de abrirle la puerta mientras la conducía hacia el interior, la señorita Montes, le explicó a Lavinia, que la actual residencia la habían ya vendido a una pareja de norteamericanos profesores de la Escuela para Altos Estudios de Administración de Empresas, quienes se encontraban ausentes en su año sabático.


-Por eso nos urge tanto la nueva casa -le dijo-, a final de año regresan los dueños de ésta.


El sol de mediodía caía inmisericorde sobre el jardín, al lado del cual se extendía una amplia habitación con aire acondicionado que servía de sala.


El general Vela no había llegado, pero lo esperaban en cualquier momento.


Alborotando el tintineo de sus numerosas pulseras, la señorita Montes se adelantó para abrir la puerta de madera y vidrio de la sala, sosteniéndola para permitir la entrada de Lavinia quien cargaba, bajo el brazo, los cilindros de cartón que contenían los anteproyectos de planos.


La residencia de los Vela concordaba con el decorado imaginario que ella le había atribuido, una mezcla de estilos a cual más rimbombantes y disparatados, brillantes y ostentosos: espejos de marcos dorados de volutas, mesas haciendo juego adosadas a la pared, muebles pesados de forros brillantes de damasco, sillas y mesas cromadas, jarrones enormes y floridos, alfombras de extraños colores pastel, reproducciones de paisajes en las paredes, pinturas de olas gigantescas y artificiales.


En la sala, una de las paredes estaba cubierta por una foto mural de un bosque en otoño.


-Siéntese -dijo la señorita Montes-, mi hermana no tarda; está terminando de probarse un vestido. Hoy es el día que viene la costurera... Usted sabe cómo es eso... ¿No quiere tomar algo?


-Una coca-cola, por favor...


La mujer se levantó y caminó hacia una cortina. Al descorrerla, apareció un mueble empotrado. La señorita Montes, utilizando un manojo de llaves que cargaba colgado a la cintura, abrió la hoja que servía de tapa, provocando el chisporroteo de los tubos de neón que se encendieron iluminando un interior de espejo, cristalería y botellas de licor. Sacó un vaso y se inclinó para abrir el pequeño refrigerador, también empotrado del que sacó hielo y coca-cola.

La Mujer HabitadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora