Capitulo 10

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Capítulo 10



LLOVÍA EN PAGUAS. Se iniciaba la estación lluviosa, invierno del trópico. La semana se acercaba a su fin. Desde el domingo, Lavinia postergaba la puesta en práctica de su decisión; presentarse ante Flor.


Sentada frente al escritorio, observaba el ventanal bañado de lluvia. Los gotas se deslizaban formando pequeños ríos, empujándose unas a otras, haciendo cataratas sobre el vidrio. En época de lluvia, el cielo de las tardes se hacía nubarrones y desataba diluvios de húmeda furia. La tierra se abandonaba al placer de las tempestades. Desde el suelo subía un olor penetrante, anunciador de nacimientos. El paisaje soltaba intensas gamas de verde. Los árboles sacudían las espesas copas, las mojadas cabelleras. Era el tiempo de las orgías de los pájaros; tiempo de correntadas en que la ciudad perdía su fisonomía habitual y convivía con el lodo, las hormigas aladas, las goteras. Los viejos refunfuñaban su reumatismo de huesos húmedos y las camas amanecían frescas, heladitas las sábanas y cálido el lugar de los cuerpos.


"Podría pensarse que volvimos al principio del mundo y pronto aparecerán los dinosaurios", pensaba Lavinia, distrayéndose en la contemplación del verdor irrumpiendo sobre el paisaje.


Principio del mundo. Los dinosaurios. El mundo daba vueltas. Órbitas, edades sucediéndose. Y el hombre y la mujer haciendo historias.


No podía seguir dándole largas al asunto, pensó. Era más angustioso. Afectaba su trabajo, mermaba su capacidad de concentración. Nada era peor que la indecisión. Era jueves. Flor le había dado el número de su teléfono en el hospital. La llamó. Acordaron verse después del trabajo.


Por la tarde, cuando el reloj lejano de la catedral dio las cinco, tomó su bolso y salió a realizar el último rito.


Plantada en el cerrito brumoso de su infancia que la humedad invernal rodeaba de neblina y llovizna, miró desde la altura la silueta borrada y blanquecina de la ciudad, sus lagos y volcanes. Allí, sola, de pie, descartó toda vuelta atrás, aspiró a pleno pulmón el aire húmedo y frío de la montaña, la paz del paisaje reverdecido. Vio declinar el día de aquel jueves desapercibido y finalmente, pacificado por el sabor nublado, el sabor de vientre del mundo, cruzó el puente que la llevó hasta la mecedora donde ahora se balanceaba, oyendo las hojas húmedas en la voz de Flor.


Ella hablaba suavemente. Se veía cansada, con ojeras profundas. El trabajo en el hospital era agotador, decía. Eran muchas las personas demandando atención y el personal tan limitado.


Flor le inspiraba respeto. Felipe la consideraba "dura". Decía que Sebastián relataba su experiencia con ella comparándose con un pescador hundiendo el cuchillo en el interior de la ostra para sacar la perla guardada en el centro. Lavinia imaginaba, mirándola, el interior de concha nácar. No debió ser fácil para ella, pensaba, aquel tío amándola con una pasión tipo Lewis Carroll por Alicia. Le dejó cicatrices. Recelos. A ella no le parecía que Flor fuera "dura". Si bien la rodeaba el aire encerrado de fortaleza, propio de las personas sufridas que se saben vulnerables. Pero Lavinia podía sentir su ternura en la forma en que le hablaba procurando no asustarla, diciéndole que irían poco a poco. Primero, Lavinia debía leer más. Las convicciones no podían ser ciegas; ni débiles, le dijo. Quería que ella comprendiera, estuviera consciente del porqué de las posibilidades -esas que Lavinia llamaba "sueños" del programa-. Era preciso que pudiera manejar los instrumentos, decía Flor, para aprehender el mundo de otra forma, desentrañar las certezas que desde siempre la habían rodeado, comprender los engaños de ciertas "verdades" universales; poder entender el negativo y el positivo de la realidad y cómo se intercambiaban según distintos intereses.


Después pasaron a los detalles prácticos. Flor le indicó que conservara el folleto de las "medidas de seguridad".


-Ahora las tendrás que aprender de memoria -añadió- como lección de escuela. Al principio te sonarán exageradas, precauciones extremas y extrañas: pero son esenciales, no sólo para tu propia seguridad, sino para la de todos. Hoy empieza tu tiempo de sustituir, el "yo", por el "nosotros". Debes de cuidar, sobre todo, la seguridad de los compañeros "clandestinos", como Sebastián, por ejemplo. Y no hablar con nadie, sobre tus actividades. Absolutamente con nadie que no esté vinculado a vos por trabajo de la "organización".

La Mujer HabitadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora