Capítulo 15

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Capítulo 15



POCOS DIAS DESPUÉS, la "normalidad" retornó. La agitación momentánea cedió paso a la tensa calma. Así era en Paguas. Se acumulaba energía; se soltaba de pronto y luego igual que la tierra cuando tiembla, el paisaje volvía a recuperar sus conocidos contornos.


No había sucedido nada espectacular. Anotaciones solamente para el lado oscuro del país. Tres muertos. Algunas decenas de heridos. Presos. Buses quemados. Almacenes con las vidrieras rotas. Mediación del obispo. "La Guardia Nacional mantiene el orden en todo el territorio nacional."


Felipe y sus alumnos retornaron a sus clases nocturnas. A ninguno de ellos le tocó paliza o carcelada. No engrosaron las filas de los más belicosos. En esa ocasión, mantuvieron los riesgos al mínimo.


"Hubiera sido suicida" -dijo Felipe, dándole a Lavinia por una vez la razón. "Por cada uno de nosotros, desarmados, había diez soldados armados hasta los dientes. Los que gritaron fueron provocadores."


Los preparativos del baile continuaron.


Lavinia acudió a recoger su vestido a la dry deaning. "Frescos como la aurora en tan sólo una hora" anunciaba el lugar. Era el único establecimiento que contaba con un servicio tan inmediato.


Los dueños eran amables, prósperos y rubios emigrantes de uno de los pequeños países vecinos. Perfecto equipo matrimonial y empresarial, moviéndose diligentes a través de largas hileras de trajes primorosamente empacados en largas bolsas plásticas sobre las que podía verse el diseño de una flor roja y el nombre de la lavandería a todo lo ancho, repetido innumerables veces.


Desde el mostrador, mientras esperaba, observó la profusión de vestidos de noche y smokings, evidencia de la cercanía del baile; olvido de manifestaciones, muertos y balazos.


Extraña resultaba aquella indumentaria posada sobre las rígidas perchas alineadas en barras de metal. Mientras la dependienta tomaba el comprobante con sus datos y se perdía en la selva de trajes, buscando el correspondiente, ella pensaba cuan pronto tomarían vida aquellas telas inanimadas; cuan pronto envolverían cuerpos delgados y gruesos, pieles acuciosamente cuidadas con crema de almendras y otras delicadezas, apartadas del sol para lucir una blancura de leche y nácar.


Sería interesante ver el baile con otros ojos, pensó, estar dentro y, a la vez, fuera del espectáculo.


-Aquí está -dijo la dependienta, sacándola de sus meditaciones.


Al llegar a su casa, el teléfono repicaba. Corrió a levantarlo, temiendo que hubiese estado sonando mucho rato, que fuera Felipe y no la encontrara.


-¿Lavinia? -la inconfundible voz de su madre, la confundió.


-¿Lavinia?


-Sí. Soy yo.


-Es que me encontré con Sara hoy y me dijo que irías al baile...


-¿Sí?


-No, nada, sólo quería saber si realmente vas a ir...


-Sí, voy a ir.


-Ay, hijita, no sabes cómo nos alegra... No sabes cómo nos alegraría que pudieras ir con nosotros...


-No puedo, mamá, ya me comprometí con Sara y Adrián.


-Pero a ellos no les importaría, me parece. No crees que es mejor que vayas con nosotros a ir con una pareja de recién casados... sería mejor visto.


-Ya tienen más de un año de casados, mamá.


-Sí, ya sé, pero eso no es nada. Todavía son recién casados... Va a dar que hablar que lleguemos cada uno por su lado. Ya suficiente se habló cuando te fuiste de la casa... Vos sos una muchacha soltera todavía.

La Mujer HabitadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora