capitulo 6

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CÓMO HUBIERA DESEADO SACUDIRLA; hacerla comprender. Era como tantas otras. Tantas que conocí. Temerosas. Creyendo que así guardaban la vida. Tantas que terminaron tristes esqueletos, sirvientas en las cocinas, o decapitadas cuando se rendían de caminar, o en aquellos barcos que zarpaban a construir ciudades lejanas llevándose a nuestros hombres y a ellas para el descargue de los marineros.


"El miedo es un mal consejero" decía Yarince, cuando le discutían la audacia de sus estratagemas. Sus imágenes eran tibias, la sangre se disolvía por dentro como cuando uno se hace una herida en el agua. Se aferra a su mundo como si el pasado no existiera y el futuro fuera solamente una tela de brillantes colores. Es como los que se bautizaban creyendo que el agua lava el corazón; que no podrían con los caballos, los bastones de fuego, las duras y relucientes espadas; que no había más que rendirse y esperar, porque sus dioses parecían más poderosos que los nuestros.


Todavía me parece oír sus lamentos después de la batalla a cinco días de camino de Maribios... Habíamos tenido noticias de la expedición de los capitanes españoles. Querían conquistar las poblaciones alrededor del lugar donde construían sus casas y templos. Una ciudad estaban levantando para asentarse en nuestro territorio. Fue un momento de gran desesperación. En ese tiempo no dejábamos de atacarlos de noche y de día, por sorpresa, aprovechando el conocimiento que teníamos de la tierra y sus escondrijos. Pero perdíamos muchos guerreros. Después de la primera reacción, sacaban sus bestias y tiraban fuego con sus bastones. Se nos abalanzaban y nos obligaban a dispersarnos.


Entonces a Tacoteyde, el anciano sacerdote, se le ocurrió una estratagema que, seguramente, haría retroceder a los españoles.


Por dos días y sus noches discutimos entrados en el monte, alrededor de las hogueras. Yo no estaba de acuerdo. Se me hacía un sacrificio inútil, si bien no dejaba de pensar en el efecto que causaría en los españoles. Pero nuestros ancianos merecían mejor suerte. Yarince, Quiavit y Astochimal se imprecaban a voces. Unos en favor, otros en contra.


Finalmente vino Coyovet, el anciano que todos respetábamos, el del pelo blanco, e hizo que echáramos a suertes la decisión.


Me parece estar viendo, en la noche, el círculo apretado de guerreros alrededor de los tres principales. Las teas de ocote puestas en la horquilla de los árboles. Coyovet y Tocoteyde sentados en el suelo, fumando su tabaco.


Lanzaron las flechas. El aire vibró en los arcos. Los de Yarince y Quiavit se posaron lejos. Astochimal perdió. Bajó la cabeza y profirió grandes lamentos.


Esa noche los guerreros escogieron en las comunidades a cuarenta hombres y mujeres ancianos. Los llevaron a nuestro campamento todavía con las caras soñolientas, envueltos en sus mantos. Se pusieron a mascar tabaco sentados en un círculo. Tacoteyde les habló. Les dijo que el Señor de la Costa, Xipe Totee, le había hablado en un sueño, diciéndole que para sacar a los invasores del mar había que hacer el sacrificio de hombres y mujeres sabios. Los guerreros debían después vestirse con la piel de los sacrificados, ponerlos en la primera línea de combate y así se asustarían y huirían los españoles. Así renunciarían a construir sus ciudades en Maribios. Ellos, les dijo, habían sido escogidos para el sacrificio. Serían sacrificados al alba.


Yo miraba, ocultada, desde unos matorrales porque a las mujeres no se nos permitía estar en los oficios de los sacerdotes. Debía haberme quedado en la tienda, pero de todas formas, había desafiado lo que es propio para las mujeres, yéndome a combatir con Yarince. Era considerada una "texoxe" bruja, que había encantado a Yarince con el olor de mi sexo.


Vi, así, esta escena en la bruma del amanecer. Los ancianos envueltos en sus rebozos, juntos los unos a los otros, con sus rostros surcados de arrugas, escuchando a Tocoteyde. Se quedaron en silencio. Luego, uno a uno se postraron sobre el suelo dando grandes lamentos. "Sea, sea" decían. "Sea, sea" hasta que sus voces parecían un canto.

La Mujer HabitadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora