Capítulo 10 Rumbo. Vida.

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—Te lo digo —susurró ella—, el Escritor ha muerto.

—Baja más tu voz... —dijo el otro, rondando la mirada. No mantenía los ojos quietos en su acompañante más de dos instantes—. Nos han seguido, estoy casi seguro.

Se puso la capucha, pero una fuerte ráfaga de viento se la quitó de vuelta. A pesar de las condiciones del clima la niebla era espesa, apenas veía a cuatro pasos. Su baja estatura le ayudaba a mantenerse informado del terreno, pero aun así le costaba trabajo caminar con los calambres que sentía.

Se detuvo a descansar casi de inmediato. Luego dijo:

—Y además, qué me importa a mí ese idiota, nos ha puesto a todos en riesgo. Estaba loco, no reconocía su papel estacionario en el asunto, por mí, mejor que se haya muerto.

—Piensa lo que quieras, sólo vine a informarte. ¡Ah!, y con respecto al riesgo que tomaste para atender a mi llamado, eso es cosa tuya y sólo tuya.

—Una respuesta digna de ti. No esperaba menos. Tenía curiosidad, ya que después de mucho tiempo, de muchas vidas y sueños, volví a sentir un interés en el Plan. Cuando desperté por primera vez, esa única vez, no te mentiré, sentí un vacío poderosísimo.

—¿Crees que yo no lo sentí?

—No le resto importancia a lo que sientes. Trascendemos con libertad entre muchos mundos, aunque no podemos salir del universo que nos mantiene prisioneros. Fue necesario huir un momento.

—No fue un momento. Has estado perdido setecientos años.

El pequeño anciano se rindió nuevamente al dolor de piernas. Los sonidos de los pasos en ese espacio artificial, creado sólo para que aquel encuentro aconteciera, se disipaban con el confuso ruido del viento que se apaciguó progresivamente. Cerró los ojos con la pena de quien se ha escondido en vez de dar frente a una batalla.

—Sabía cómo iba a ser si emprendía ese rumbo. Y el tiempo es relativo, no exageres, en otras líneas temporales no fueron más que siete segundos.

—Está bien —concedió—. Aceptaste tu rumbo y eso requiere fortaleza. No te juzgaré por ello, sí por abandonar tu auténtico destino. La labor de todo Caminante es la de dar cabida a lo que debe suceder.

—Al fin y al cabo, no tiene sentido preguntarse acerca de la casualidad de la existencia. Si un universo es virtual y sólo propio de un organismo, de una mente, entonces todos los demás habitantes que no son el organismo primario, son ilusiones. Los sueños, sin embargo, no se puede decir que son menos reales si su contenido efectivamente sucede. Si el organismo propio lo siente en detalle, es real. De eso no hay duda. La verdad última es que la realidad es homologable a la ilusión.

—Sí que has tenido tiempo para pensar en ello. Siento decir que pienso distinto, no creo ver el universo como la invención de otro ser. Es mi vida, y lo percibo todo a través de mis sentidos —dijo ladeando un poco la cabeza—. No hay duda de que existo, aunque para ti ese argumento no es suficiente. Necesitabas pensar que tu existencia era tan real como la del organismo primario. Pero no siempre puede ser así. Usualmente no lo es.

—Te confiaré esto, y sólo porque no creo que viviremos lo suficiente. Cuando descubrí el origen de la sombra, no pude sino sentir una terrible curiosidad. ¿Cuál era la forma en que pensaba una criatura tan ancestral? Y otras dudas que, creí al instante, jamás tendrían respuesta para nosotros. ¿Cuáles son sus intenciones? Y sobre él: ¿Por qué Isaac es precisamente especial, fuera de su calidad de ser el organismo primario?... ¿Por qué él? Colapsé entre ese torrente de preguntas, y cuando encontré el enlace entre la sombra y Warren, siendo Warren un Caminante, decidí escapar, plantando un trozo de mi alma en una coraza de carne. Sacrifiqué buena parte de mi vida para ello, para hacer de la farsa algo creíble.

Matriz, En el limbo entre la vida y la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora