Capítulo 4 Camino II. Vida.

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Isaac se removió de su asiento a la vez que abría los ojos. Tenía un dolor punzante en todo su cuerpo.

Un hombretón gigantesco estaba frente a él, el oleaje suave de las olas sobre la canoa mecía su cuerpo. Casi pareció que se iba a dar vuelta en cierto instante, pero las aguas estaban ligeramente en calma.

Recordó aquel pasillo de súbito y abrió los ojos de par en par.

—¿Dónde estoy? —dijo con la adrenalina subiendo.

El hombretón se dispuso a contestar con lentitud.

—Estás en el sitio más seguro de la matriz.

—¿Dónde? —insistió, mirando al océano inacabable.

—No puedo decírtelo, Isaac.

—No confías en mí —comprendió.

—Claro que no —respondió altivo, moviendo una mano con desprecio—, estás infestado de la sombra.

Las manos le comenzaron a tiritar.

En el centro de la palma, advirtió, un punto negro había aparecido. El dolor, podía presentirlo, provenía de aquella marca extendiéndose como tentáculos de influencia.

Se asomó por la canoa para limpiársela con una ascendente desesperación, pero el hombretón le detuvo en seco. Una gota de agua alcanzó su mano e hizo un corte limpio del que salió una gota de sangre.

Sintió el nirvana sobrevenir con el dolor agudo de la cortada.

El mar espinado tendrá que esperar, razonó el Narrador. El hombretón pareció escucharlo pues miró al cielo indagándolo por completo. Dijo:

—El origen de la sombra está siendo rastreado en este momento.

Miró a Isaac, pero este se desvanecía.

Podía ver algo, como una puerta que se abría con infinita lentitud, y al otro lado había algo hermoso y luminoso, pero no podía verlo.

Estaba cayendo a un pozo, a un abismo desprovisto de toda luz, y lloraba por no alcanzar esa cima.


2


Pasó como a través de una membrana y, al detenerse, no veía ni un mínimo detalle del paisaje. Estaba oscuro y sus ojos contagiados de ceguera.

Pronto sus ojos se adaptaron, un árbol apareció en la vista, muchos de ellos, vegetación, rocas, tierra.

Caminó entre los árboles frondosos, no fiándose del silencio. Ni una hoja se movía, ni un acto de presencia del bosque que se encrespaba dominante, ni un viento cálido o frío, ni un grillo. Había cambiado la soledad de aquel pasillo por la silenciosa nada del bosque.

La calma después de tantas tormentas, le daba la impresión de peligro ininterrumpido. Observó repetidas veces a su alrededor para asegurarse de que nada le seguía, hasta que calmó el paso.

Transcurrió un largo rato en que no halló nada, el terreno escarpado entre depresiones y pequeños montes, entre enredaderas y posas de barro, no hacía ameno el viaje.

Subió a uno de los incontables robles y miró desde allí. Cercano a él, había un lugar en el que no había árboles, cierto espacio de tierra con algunas lápidas y una neblina leve cubriéndolas. Continuó su camino en dirección opuesta, más allá se veía claramente la presencia de un castillo. Allí al menos podría refugiarse, sobre todo por las nubes negras que profetizaban una tormenta.

Matriz, En el limbo entre la vida y la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora