Capítulo 7 La Pista. Vida.

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El científico se ajustó los lentes y pestañeó varias veces antes de afirmar que lo había verificado del todo. Los datos no mentían, eran pliegos y pliegos de información decodificada que daban muestras inusuales de picos y depresiones en un análisis de brillo general. Las estrellas tenían periodos regulares en los que sus brillos subían y bajaban, a veces eran periodos de décadas, otras nada más de minutos, todo dependía del objeto en estudio.

Un análisis general, sin embargo, daba información de muchas más a la vez, incluyendo el muestreo de las estrellas de una sección del espacio profundo. Tártaro tenía una pista, la había hallado en otro parangón lejano, tan lejos como puede estar un universo de otro.

«Lo difícil será presentar las pruebas al cónclave», pensó. Tendría que demostrar que ese algo avanzaba.

Sus investigaciones llevaban gestándose medio siglo, ya se veía en su barba blanca que empataba con la vejez del imperio humano en su máximo apogeo, contando en su poder más de tres soles. Tres sistemas. Tres formas de organización.

Había sido un trabajo arduo, pensó, limpiándose la frente con el antebrazo, la tenía salpicada en sudor.

Retrajo el pergamino al instante en que hacía sus últimas anotaciones. Tendría que viajar de una de las naves en órbita a otra. Desde allí, apenas se distinguía la estación principal. Los demás puestos, en otros satélites naturales y artificiales estaban orientados al mismo fin, a la investigación, y de forma casi desesperada.

«¿Quién imaginaría jamás que el imperio peligra?». La gravedad teñida en el rostro.

La compuerta se contrajo. Un hombre entró.

—Warren —anunció Tártaro. El hombre dedicó una mirada siniestra al contorno del laboratorio.

—Así que esta es la pocilga que llamas laboratorio. Podrías haber ordenado antes de recibirme.

—Creí que era suficiente orden —respondió el enano, continuaba ordenando. Apenas le dedicaba una mirada—. Además, tú no eres del cónclave.

—Pronto lo seré —dijo con una sonrisa.

—No puedes, no eres científico.

—Las cosas cambian, todo es política. Todo es negociable —agregó—. Por lo que sé, hace años tenías la aspiración de formar parte del cónclave. ¿Es esta investigación la que te detuvo, Tártaro?

—No tengo asuntos que tratar contigo, Warren, será mejor que te retires.

—Ya veo, no soy bienvenido tampoco en este sitio. Pero me temo que tendrás que acostumbrarte. Me nombraron supervisor de tu investigación hace años, he estado observando tu trabajo. —A Tártaro le comenzó a temblar un ojo del puro estrés. ¿Hace cuánto le observaban? Y por qué tenía que supervisarlo alguien que no era un científico. No tenía sentido. Warren se acercó a una de las murallas y retiró una celda de allí, con la mirada de impacto del enano haciéndose ver—. Como ves, aquí instalamos cámaras y micrófonos. Y esto se repite en cada pequeño espacio de tu pocilga. No pongas esa cara, Tártaro, no habrías podido darte cuenta. Es un regalo de nuestros colaboradores.

—Eres un desgraciado, Warren, ¿acaso no tienes nada mejor que hacer? Ya vete, no me malogres. Pronto estaré frente al cónclave y todas tus aspiraciones políticas dejarán de tener sentido alguno. —Warren frunció el ceño.

—Eso no es posible. No hay nada que me detenga, ni siquiera esa sombra que estudias.

—¿Cómo sabes de...? —Recordó los micrófonos y cámaras al momento. Warren rio.

Matriz, En el limbo entre la vida y la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora