Capítulo 9 Limbo IV. Vida.

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El cuarto estaba vacío. Miró atrás a la puerta con inundado misterio. Asumió que había entrado a pesar de no recordarlo. Al fondo veía otra puerta, pero aún no llegaba el momento de atravesarla. A su costado había hileras de espejos ovalados flotando, casi tocando la pared.

—¿Quién dijo eso? —preguntó al aire.

El Narrador guardó silencio un momento.

En el instante que le siguió no se oyó más que un teclear, un tap-tap-tap leve.

Vio cada espejo como si sus ojos lo engañaran. Era él, en distintos episodios que no contenía su mente, o que aún no sucedían, eran eventos próximos, presentes, pasados o futuros en la natural lejanía; en uno podía ver claramente cómo él entraba en ese cuarto. ¿Podría ser posible que formara parte de un juego macabro en el que las realidades distintas se superponían?

Pero entonces cuál sería real y cuál no, pensó. Más aun, ¿qué validez tenía lo real en ese mundo? Si la moneda de cambio era la fantasía, y lo irreal lo más real, entonces no tenía sentido cuestionarlo.

En otro reflejo se veía detenido en medio de la calle, mirando a los transeúntes con una barba desaliñada, la gente se alejaba, sentía asco o desprecio, no supo interpretarlo bien.

En el segundo espejo caminaba sigiloso, veía por sobre su hombro como si estuviera siendo perseguido.

En el tercero estaba recostado sobre una cama con la respiración agitada. Una mirada le seguía incluso a través del espejo. Pareció sentir que era perseguido por un tigre acechante. Esa persona trataba de moverse, lo sentía con tan solo observarlo, pero no pudo lograrlo. Intentó hablar, pero su voz no surgió. Desvió la mirada y se palpó la garganta con una mano, como si un nudo apenas le dejara respirar.

En los siguientes reflejos no pudo reconocerse.

La manija de la puerta en la entrada del cuarto comenzó a moverse ligeramente, acción que impidió que observara los últimos espejos. El intruso lo vería en cualquier instante si no se movía.

Isaac se solapó a la pared más cercana que tenía con el suspenso en ascenso, no quería ver lo que le aguardaba allí si se quedaba en el cuarto. Lo dejó atrás, sumergiéndose en el pasillo de la única salida, y de inmediato notó que el pasadizo interior se contorneaba. Dudó, pero siguió caminando. Era un camino estrecho y extraño, su percepción dentro de este se revolvía psicodélico, se distorsionaba y entremezclaba con otros senderos de notable complejidad como un tubo giratorio que se enroscara y alargara. Iban y venían pasillos desde distintos parajes como si se tratara de un sistema vivo, como las entrañas de alguna criatura palpitante.

El pasillo se extendió varios kilómetros. Había hileras de puertas cada cierto rato. Frente a algunas de ellas pasaba con prisa pues parecía que rasgaban la madera desde su interior. Se oía como si un animal salvaje intentara con desesperación salir de aquel cuarto... En una puerta en particular se oían golpes más desesperados, y ninguna palabra entendible. Una en especial chorreaba sangre a raudales entre los pasillos exteriores, estos líquidos confluían con otros pasadizos hondos y oscuros de notable misterio que no iban a ningún lugar de forma apreciable.

Los canales de sangre corrían hacia pozos vacíos que generaban raros ecos, como los del viento entrando en una caverna.

Se quedó allí un rato, en la orilla de aquel vacío calmo pensando en qué haría si el pasillo se extendía más de la cuenta. Pero un momento después comenzó a sentir un impulso extraño. Una voz le llamaba a lanzarse. Le decía que su presencia era necesaria, allí, al fondo del precipicio, le necesitaban muerto entre los demás cadáveres para hallar su propia paz.

Matriz, En el limbo entre la vida y la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora