Capítulo 6 Tiempo. Vida.

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Estamos en constante caída libre, el tiempo rige nuestras andanzas y a cada paso, cada segundo, marca el sentido de nuestras vidas en una huella vital casi invisible, dejando una estela de gélidos gemidos sonoros en un frío de muerte, de un invierno filoso que llegó para quedarse; marcadas las manos en un cristal, añorando viejos momentos donde la cercanía aún era suficiente.

Sin tiempo no existimos, sin el pensamiento, no somos; sin la vista, no vemos; sin espacio, no estamos. ¿Cuál es nuestra huella análoga, nuestra huella en el cristal?

No sé qué pensar, Isaac, no sé nada, ni por qué sé tu nombre, no sé el motivo de mi existir. Y es que ahora me piden que entienda que somos carne con forma, y me piden que comprenda que no estamos para algo en especial. Pero yo me sigo preguntando por qué y para qué estamos.

Si la realidad completa está permeada en pos de alguien, que no soy yo, tal vez debería morir, caer de este piso cincuenta y estrellarme para dejar que aquel destino suceda. Si acontece efectivamente, es que no tenía relevancia mi existir, pero si ello no acontece, habría arruinado una vida ajena.

No quiero ser un estorbo, no quiero entorpecerte, Isaac. Aun así, debo hacer colapsar el destino de esta línea temporal, pues ya no soporto mi vida insignificante. La sombra ni siquiera me deja dormir por las noches desde que tomó control, no hay lugar en la ciudad que sea seguro, ni siquiera en otras naciones. No hay resguardo de la perpetuidad del manto negro que cubrió el mundo, no hay escapatoria, no hay nada que hacer...

Los bebés en los hospitales nacen con deformidades inenarrables. La depravación de los malvados ha llegado a extremos tales, que a eso de las cuatro de la tarde ya se escuchan gritos de horror. A diario hay que trabar las puertas, las violaciones se han hecho algo común, no importa edad ni sexo, sólo la perversión. A medida que pasan los días y los meses, la infecciosa realidad, el festejo de sangre y sufrimiento que es la Tierra, se va librando de los humanos. Las moscas comienzan a abundar, los enjambres atraviesan los edificios derruidos. El olor a muerte se volvió una parte importante de la atmósfera. Yo me pregunto desde el tejado si acaso hay peor celda que un planeta.

—¿Y dónde está Dios? ¿DÓNDE ESTÁS? —grita, engullido. Las arpías sobrevuelan la zona y él mismo se oculta para no ser mutilado como el resto. Seguro que quedan supervivientes, pero no quiere ni puede salir a buscarlos.

«Y qué importa...»

...

Escribí cartas antes de pararme en la orilla del precipicio. Todo lo que fui yo, estaba contenido en ellas: mi pasado, mi futuro, que no existía hasta ese instante (sumado al futuro que hubiese querido); de amor al odio escribí, al confuso porvenir, aclamando en un rincón podrido y extraño del universo, gritando, ¡QUE POR FAVOR SE DETENGA! El paso del tiempo...

Es difícil encontrarle valor a mi vida de esta manera, en tan miserable situación, confundido entre el placer inerte y el amor extinto. Porque yo deseaba que la sociedad cayera, que se estrellara contra sí misma. Pero esto fue peor que la muerte, fue tortura y degeneración. Jamás deseé esto. ¿Hasta dónde habré de llegar ahora hasta encontrar la paz?... ¿A quién habré salido tan desdichado? De este planeta que se abre a pedazos y encandila de tanta luz preñando mis ojos de bacterias, virus, y cuanta mierda haya suspendida en el aire.

Cuánto tiempo queda, satán, y ni siquiera soy creyente, pero el infierno está aquí, de gente que se raja la garganta a gritos, de muerte súbita barriendo la sangre del piso de un matadero; Y EL TIEMPO SIGUE Y SIGUE AVANZANDO, Y TODO SIGUE SU CURSO. Los planetas siguen orbitando, el sol sigue fusionando. El universo, tan fútil como inefable, sigue enseñándonos cuán diminutos somos.

¿Cuánto tiempo habremos de resistir esta tortura? ¿Debo pedir a un ángel? ¿Es eso lo que quieren aquellos bastardos? ¿Quieren que les supliquemos?

Qué puedo hacer, si no hago más que caminar y caminar, retratando el pensamiento incongruente de esta que es la puta consciencia.

¡No quiero!

¡NO QUIERO!

No quiero...


2


Venas crecen de la tierra partiendo el cemento, arterias, cartílago, sanguinaria lluvia cae en sus hombros pintando semáforos y edificios, nubes y la misma noche, la luna; el suelo está en picada, sus párpados están tensos por no poder abrirse más. Las personas, como hormigas en altura, gritan huyendo de los horrores que la sombra esparce con virulencia. Corren, pero pronto agonizan. Las calles se llenan de a poco de musgo y hierbas agrias.

El suicida se detiene justo antes de estrellarse contra el suelo, una arpía alada lo sostiene por el terno desgastado y lo suelta a unos tres metros de altura. Un hombre se acerca a él, lo toma de la cabeza para verle a los ojos. Su hálito horroroso le da náuseas, pero la adrenalina y el miedo no le dejan vomitar. Además, tiene un brazo quebrado de modo que no puede quitárselo con la fuerza que tiene.

Le ruega que por favor se detenga, pero no escucha. Se ha vuelto loco, ha visto morir a toda su familia frente a sus ojos sin poder hacer nada. El suicida no sabe qué responderle y se agrieta su cordura. Ve hacia arriba a las nubes que se mueven con una velocidad impresionante. El hombre de en frente convulsiona sin soltarlo, quiere que lo vea, quiere que observe la muerte a los ojos. Quiere compartir aquel sentimiento íntimo, el del ser humano descompuesto; al tiempo, se le cae la piel y los huesos quedan al descubierto. Los espantos de su voz se detienen cuando no hay cuerdas vocales, pero aún así, sus huesos quedan tendidos en esa posición poco más de un siglo.

Los rascacielos se mantienen con dificultad en pie, cualquier terremoto los barrería con facilidad. Venas palpitantes trepan los muros empinados hacia los mismísimos cielos.

El tiempo se sucede. Y las venas se vuelven verdes.

Matriz, En el limbo entre la vida y la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora