I. Pequeños detalles

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Londres, vísperas de noche buena 1992.

El crepúsculo se había apoderado de toda la ciudad, dejando las calles con un vivo color naranja, que hacía perfecto juego con las luces decorativas de las casas y las figuritas navideñas. El chico de cabello negro azulado corría sobre el asfalto con cara de preocupación y con las bolsas de los mandados en las manos, tomó un atajo para llegar más rápido a su casa y aquel dicho atajo significaba pasar por el parque. No le pareció mal idea echa un ojo a ver qué tal, por lo que tomó esa ruta, y atravesó las arboledas junto a todas las bancas desérticas, toda la gente tenía muchas cosas mejores que hacer en sus casas con sus familias a que estar en el parque en pleno invierno un día tan relevante.

Mientras pasaba por los juegos, divisó a un niño sentado en un columpio, que se mecía y sus pies colgaban a penas rozando el asfalto pedregoso, se hubiese cagado de miedo ahí mismo pensando que era un fantasma por tanta película que miraba si no fuese por la sonrisa cálida del niño en los labios y el brillo de sus ojos mientras reía y se columpiaba, haciendo que sus rizos rubios volaran al viento.

Se le quedó viendo como cada vez se impulsaba más alto, y de pronto le dieron ganas de jugar, pero tenía que llevar los estúpidos mandados a casa o sino todos se quedarían sin comer; aquel pensamiento se fugó de su cabeza cuando vio que el niño perdió el equilibrio y se soltó de las cadenas cayendo al suelo restregándose contra el asfalto.

Abrió los ojos como platos y sus manos se extendieron dejando caer las bolsas al suelo, corrió con desasosiego hacia el menor mientras miraba como el vaho le salía de la boca, se hincó rápidamente al lado del niño y le tomó el brazo ayudándole a quitar la cara del suelo.
"¡Ostras chaval!, ¿te encuentras bien?" Preguntó acelerado el mayor viéndole a través de los cristales de sus gafas. "Auch, n-no..." musitó el pequeño sosteniéndose la rodilla con fuerza.

"Te has pegado una buena leche, ¿te duele mucho?" le preguntó viéndole mejor, entonces se dio cuenta que en el aquel frío, el rubio únicamente llevaba sus prendas y un triste suéter café de una sola tela, la nariz la tenía rojiza cual Rodolfo.
"Sí, sí, duele, duele" farfulló mientras se mordía la lengua soportando el dolor, el mayor se inclinó. "Enseña, déjame ver" le dijo apartando las manos del pequeño, casi se desmaya al ver toda esa sangre sobre la rodilla mezclada con piel y piedrecitas pequeñas del asfalto, hizo una mueca y quizá le dolió más a él que al niño propio. "Madre mía..." murmuró tapándose la boca con ambas manos cubiertas por guantes rojos.

El chico de gafas rojas se levantó y caminó hasta la bolsa de mandados, sacó una botella de agua y corrió de nuevo hacia el menor. "Hay que limpiarte la tierra, se te podría infectar la herida" le dijo hincándose nuevamente a su lado. "Te arderá un poco, ¿vale?" Le dijo, se quitó los guantes y se los metió al bolsillo de su jersey azul, destapó la botella y comenzó a echarle agua sobre la herida al menor, el pequeño enarcó el pie y descolgó la cabeza hacia atrás aguantándose un grito  desgarrador, el mayor comenzó a pasar sus deditos sobre la herida quitando con mucho cuidado las piedritas y lavando la sangre, el agua mojó también los calcetines blancos hasta el tobillo del mejor, entrando por sus zapato, lo que le causó un escalofrío y el calor corporal de su cuerpo parecía ir disminuyendo. El mayor terminó con lo que hacía y ya únicamente había quedado su rodillita raspada y sangrando poco, el de gafas se quitó la bufanda que se enrollaba en el cuello y comenzó a vendar la herida del rubiales, el cual sorbió su nariz y se limpió las escasas lágrimas que había provocado el golpe.

Una vez hubo acabado el mayor levantó la mirada y chocó con unos ojos mieles que se acoplaban al naranja del cielo, se quedó viéndole por varios segundos con los labios entreabiertos, hasta que pareció despertar de su trance. "...Ya está" murmuró sin quitarle la mirada. El menor sin embargo, apartó su mirada para dirigirla al vendaje, ocultó una sonrisa y levantó de nuevo la vista.
"M-muchas gracias" le respondió con los ojos cristalinos y las comisuras de sus labios curveadas hacia arriba. "¿No tienes frío?" Le preguntó de pronto el pelo lizo.

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