Capítulo 3.- Miedo

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Era una tarde soleada, pero no calurosa, la brisa era bastante agradable, cuando mi marido llamó, mientras estaba en el jardín con mi hijo, él con sus juguetes sonreía feliz y yo con un libro en la mano lo vigilaba. Llamo para decir que saldría hasta las diez de la noche y que no lo esperara a cenar.

Siempre que tiene mucho trabajo suele salir hasta muy tarde, aunque no es tan frecuente que sea así. Sin embargo este mes había tomado por costumbre regresar caminando, según él, para disfrutar de la brisa nocturna. Por eso he empezado a insistirle que lleve algo que pueda abrigarlo adecuadamente en caso de que decida tomar una de sus caminatas, casi debo obligarlo.

Incluso ya un fin de semana, después de dormir y arropar al niño, me había convencido de salir aunque fuese unos minutos a dar un paseo nocturno. Caminamos por las calles cercanas hasta llegar a un mirador, que nos permitía apreciar una parte baja de la ciudad, iluminada perfectamente por toda esa luz artificial, con tantas tonalidades. Incluso la luna asomaba a la distancia. Así permanecimos abrazados por un buen rato, hasta que fue hora de volver.

Fue perfecto. Tanto que nos olvidamos de lo fresca que estaba la noche, de cómo las hojas de los árboles se nos atoraban en el pelo antes de llegar a su destino.

El reloj acababa de marcar las diez de la noche, cada campanada suya parece anunciar algo terrible, nunca me ha gustado pero no he podido convencer a mi esposo de que lo cambie. A final de cuentas no es tan malo, aunque no he logrado acostumbrarme.

Dos horas antes había mandado a dormir a mi hijo. Siempre que su papá sale tarde quiere esperarlo pero termina quedándose dormido en el sofá, y su padre debe llevarlo en brazos hasta su habitación.

—Amor, será mejor que te vayas a dormir, tu papá llegará más tarde— le dije a mi hijo, probablemente ni siquiera me escucho porque enseguida fui a lavar los platos de la cena y al terminar me di cuenta que seguía absorto con la televisión en un canal de caricaturas.

—Ya, vamos te acompañaré a tu cuarto para que duermas, cada vez está haciendo más frío y no quiero que te resfríes— le dije. A pesar de que desde temprano cerré todas las ventanas, se seguía sintiendo algo de frío en toda la estancia.

Ya en la habitación lo arropé y le di un beso de buenas noches. —Te quiero mamá— me dijo.

— Y yo a ti mi vida— le respondí. Cerré la puerta de su habitación y un escalofrió me recorrió el cuerpo. Fue solo por un instante, pero suficiente para acelerarme un poco el corazón. Por lo general no soy miedosa pero en ese momento, lo sentí un poco, ese miedo que te asalta sin previo aviso. Estaba sola en casa y mi marido llegaría más tarde, me sentí inquieta. Rogué para que dieran las diez.

Bajé y me dispuse a cerrar y comprobar que puertas y ventanas estuvieran bien cerradas. Una vez hecho eso me dispuse a leer el libro de la tarde mientras esperaba.

Ahora estaba por dar las diez, solo era cuestión de minutos para que mi esposo llegará. —ojala no se venga caminando— pensé.

Aún no terminaba de marcar las diez el reloj, cuando sentí que una sombra atravesaba por la entrada de la cocina, inmediatamente volteé a ver que era pero ya no alcance a ver nada. Por un instante fugaz se me hizo muy real la idea de que alguien pudiera haber entrado en la casa. Pero no era probable que alguna persona hubiese entrado en ella puesto que me había asegurado de cerrar todo muy bien, así que me levante del sofá y me dirigí a la cocina.

Efectivamente no había nadie. De nuevo un escalofrió, pero estaba vez más prolongado, me recorrió el cuerpo. Repentinamente se escuchó que algo golpeó contra la ventana. Debido a mis nervios ya alterados me hizo dar un pequeño grito ahogado.

Con mis manos en la boca y los nervios a flor de piel miré hacia la ventana. Tuve que pegar casi por completo mi rostro al cristal para ver bien. Una rama de un árbol había sido vencida por el viento y golpeó la ventana al caer. Una vez comprobado esto, regresé al sofá donde leía, ya un poco más tranquila.

Me fue difícil retomar la lectura después de lo sucedido, y justo como había ocurrido otras noches me resigné al hecho de que mi marido aún tardaría en llegar. Y como siempre que se espera algo con desesperación, el tiempo parece correr más lento. Casi podía escuchar el sonido que hacen al avanzar las manecillas del reloj, con dolorosos intervalos de tiempo entre cada segundo que pasaba.

Cerca de las 11 las luces de toda la casa comenzaron a parpadear. Fue entonces cuando el miedo me hizo suya por completo. Esto ya no podía ser nada normal, mucho menos bueno y yo estaba sola con mi hijo, no sabía qué hacer, pero en ese momento escuché como se abría la puerta de la entrada y las luces volvieron a la normalidad. Mi corazón empezó latir con más fuerza.

Todas mis angustias se desvanecieron, mi corazón se comenzó a normalizar tan rápido como se había alterado, me regresaron los colores perdidos gracias al miedo. Era mi esposo el que entraba por la puerta.

Noche de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora