Capítulo 4

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Una titilante y roja luz iluminaba levemente la habitación, hasta que se oyó un sonido metálico, y una puerta de metal empezó a moverse hacia los lados. Devon agarró a Freya de la muñeca y le obligó a seguirle.

—¡Ay! —se quejó ella— Eres un bruto.

—Cállate —le espetó Devon.

—¿Perdona?

—He dicho que te calles. ¿Estás sorda?

La chica se puso a murmurar maldiciones e insultos, y él rodó los ojos, aburrido. Caminaban por un pequeño pasillo blanco pulido que parecía la consulta de un dentista, pero distaba mucho de serlo. Por fin, llegaron a otra puerta gris acero y la abrieron. Había unas escaleras de metal, que se hundían en la oscuridad hasta donde alcanzaba la vista. Devon comenzó a bajarlas, como si fuese un hábito, arrastrando a su acompañante con él a la fuerza. La bajada se prolongó bastante, hasta que se detuvieron delante de una estatua. Una estatua de McDonalds. A Freya le entró la risa tonta.

—¿Qué es tan gracioso? —le preguntó Devon con semblante serio.

—La estatua. Es el payaso del McDonalds —señaló el objeto.

—Aquí es el símbolo de revolución —Devon seguía serio, pero una sonrisa se escapó de sus labios—. Nah, es broma. ¿Te lo has creído?

—Por un momento sí —susurró la chica.

Devon rió, al tiempo que giraba la pajarita del payaso, y se descubrió una tabla con números. El chico marcó una secuencia que se le quedó grabada en la memoria a su acompañante, pero que no se narra aquí porque, obviamente, es secreta. El payaso abrió la boca y giró 180° hasta dejar a la vista una pequeña abertura en la pared.
Los dos jóvenes se colaron por ella y entraron en una habitación circular. El payaso volvió a cerrarse tras ellos, tapando el agujero negro por el que habían venido completamente.

—Devon —llamó una voz masculina. Freya observó la habitación. Había una mesa de madera, una alfombra negra encima del frío suelo, una silla de cuero de espaldas a ellos y una bombilla desnuda que alumbraba levemente la estancia. La silla se giró y dejó ver a un hombre entrecano con rostro afable—. Veo que has tenido éxito en tu misión.

—Así es, señor. Llegué por los pelos. Los Alumbrados ya estaban amenazando con actuar. Me atacaron antes de llegar a ella, pero no consiguieron alcanzarme.

—Fantástico —el hombre sonrió—. Hola, niña. Me llamo Tabur. Soy el general de Los Subterráneos, pero pronto cederé mi puesto. ¿Cuál es tu nombre?

—Freya —dijo la castaña.

—Bien. Devon, ¿ya sabes en qué sección debe estar?

—Aún no, señor. Ha marcado oratoria, pero lo ha hecho por motivos que no se asemejan a su imagen. Creo que podría ser Naturalista, Atleta, Informática o Programadora, pero no estoy seguro. Me inclino hacia Programadora, pero puede que me equivoque.

—Está bien, chico. Llévala a la consulta de Mike, y haz la prueba. De momento nunca te has equivocado, pero es mejor prevenir que curar.

Al salir de la habitación, Freya se encaró al chico que la había traído a aquel lugar.

—Quiero que me expliques ahora qué es lo que hago aquí, por qué me has traído y qué narices quieres de mí.

El muchacho se rascó la nuca, sorprendido por la tenacidad con la que ella le hablaba.

—Te lo diré a la hora de la cena. Ahora debemos ir a la consulta del doctor Mike. Tenemos que saber en que sector estarás. Te pido que no hagas preguntas hasta la cena, y yo responderé a todo. Te lo prometo.

Quimera©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora