—¡Y resulta que echó la leche del desayuno por la nariz! —exclamó Ashley.
Las tres se partieron de risa al escuchar la divertida anécdota de Devon cuando tenía catorce años. A todas les pareció gracioso, por no decir tronchante. Escuchando, Freya se había enterado de muchas cosas. Como que Lena se había (casi) clavado un tornillo en la mano al seguir con la mirada a un amigo suyo, que Ashley conocía a Devon desde que eran niños y que él era bastante torpe en su adolescencia.
La chica, decidida a no sólo escuchar, habló.
—Oye, ¿en qué sector estás, Ashley? —sabía que Lena estaba en el sector 7 con los carpinteros, pero de Ashley no tenía ni una pista.
—En el 18. Somos pintores. Pintamos todo lo que nos encarguen; desde muros hasta prototipos de los programadores.
—Sí, y además siempre se les acaba la pintura rapidísimo. Y luego vienen a nuestro sector a mendigar el maldito mejunje de colores —balbució Lena.
—Oye, yo no voy. Suelen ir Thiago y Elisa —replicó la rubia.
—Vale, no hace falta discutir —Freya apaciguó un poco a sus nuevas amigas—. ¿Qué hora es?
—Las once y media. Creo que ya debemos ir a dormir —comentó Ashley.
—Uf, estoy de acuerdo. Diane me dio mucho trabajo hoy... —coincidió Lena.
Las tres chicas se metieron en sus respectivas camas. La de Freya estaba al lado de una ventana que daba a la calle. Enfrente de su cabaña, a los lados y alrededor había un montón de ellas más. Todas iguales. La monotonía del lugar le hizo preguntarse a la chica si llegaría a acostumbrarse. Su padre siempre decía que era mejor una vida sosa y aburrida que una llena de riesgos y preocupaciones. Su padre... ¡Su padre! No sabía si estaba también en esa realidad. Devon le había explicado que todas las personas que estaban en él también formaban parte de la Realidad Contemporánea. No lo había visto. Pero entonces, si ella estaba allí, ¿él le recordaría? ¿Esa era una realidad en la que no era hija de Frederic Homes? Las dudas atormentaban su cabeza, e incapaz de calmarse, se durmió intranquilamente, vencida por el cansancio.
A la mañana siguiente, Ashley la despertó. Se sobresaltó al pasar por la delgada línea que separaba el sueño de la realidad, y estuvo a punto de gritar. Había soñado algo... Algo que no recordaba. Era extraño, se dijo. Su corazón latía a mil por hora, como si siguiese viviendo el sueño aún despierta. Desconcertada totalmente, se levantó y se dio una ducha. Llegó a tiempo para alcanzar a Lena de camino al comedor para desayunar. Cada comida se servía a una hora en punto. A las ocho, el desayuno. A las dos, la comida. A las nueve, la cena. O al menos eso le habían dicho sus dos compañeras. Era una obligación llegar puntual, pues Marla, la cocinera, era muy estricta con el horario. Como si llegabas dos minutos tarde; ella no te dejaría entrar con los demás, así que tenías que comer con ella y sus ayudantes, en la desesperada música del silencio.
Las dos chicas se sentaron en una mesa al azar después de recoger su comida. Freya comió con ansia sus tostadas. Después de desayunar, se encontró con Dash, que iba a su encuentro.
—Devon dice que te acompañe a verle. Mencionó que tenéis que reuniros con el Consejo.
Ella asintió y acompañó al niño. Robot, se corrigió. Pensó que nunca iba a acostumbrarse a llamar a aquel ser algo que no fuese "niño". Decidió no pensar en ello. Los dos llegaron al Sector 8, donde Devon les esperaba sentado en un banco. Dash le dijo algo al oído y se fue.
—¿Lista? —le dijo él.
Ella asintió.
—No creo que sea necesaria esa pregunta. Tú mismo has dicho que iríamos, y me parece que me llevarías igual, a sabiendas de mi opinión.
—Auch. Eso me ha dolido.
Freya estaba nerviosa. Devon le había asegurado que no tenía por qué estarlo, después de todo sólo debía contestar algunas preguntas. Pero tenía la sensación de que algo no iba bien.
Devon la condujo por estrechas callejuelas, donde pequeños regueros de agua se desplazaban entre las piedras. Pensó que el pequeño callejón era demasiado pequeño para que los dos pudiesen pasar por él, pero parecía que los muros se apartaban a su paso. Doblaron por numerosos desvíos, parándose a mirar hacia atrás de vez en cuando. No entendía por qué, pero imitaba a Devon al observar el camino recorrido con minuciosidad. Finalmente llegaron a una plaza ampliar circular, con una escultura en el centro que representaba una figura extraña, formada por hilos de cobre o hierro entrelazados entre sí. La plaza daba a una puerta escoltada por dos guardias, aposentados en columnas blancas tan impolutas que parecían hechas de luz. Aquella puerta conducía al interior de un edificio del mismo color que las columnas, y encima de ella había una inscripción que no supo leer. Devon le entregó a uno de los guardias un papel doblado y el hombre asintió, dejándolos pasar. Dentro, en el edificio, el suelo, las paredes y el techo eran de mármol. Había también alguna silla dorada distribuida por el espacio sin orden alguno. En el fondo de la sala, donde la alfombra con dibujos ascendía por tres escalones alargados, había una mesa de madera. En ella, una lámpara de aceite, un bote de tinta, una pluma y un libro de registros. Detrás del mueble estaba sentada una mujer con un moño escrupulosamente recogido. Llevaba un traje de flores granates y unos tacones negros. Los dos jóvenes avanzaron por la alfombra hasta los escalones, donde se quedaron parados esperando a que la mujer les dirigiese la palabra.
—¿Tienen una cita?
Devon hizo una mueca.
—No —la mujer levantó la vista con aburrimiento—. Pero tenemos una citación por parte del Capataz del Sector 1.
Ella abrió el libro de registros y se puso unas ridículas gafas de pasta roja. Hojeó hasta dar con lo que buscaba.
—Día trece de mayo, a las diez horas. El señor Devon Lainstemberg y la señorita Freya Homes. Citación hecha y firmada por el Capataz del Sector 1 —se quitó las gafas y cerró el libro—. ¿Son ustedes?
—Sí.
—Sala cinco. Mi ayudante les acompañará.
Un chico escuálido y bajito llegó a su lado. Llevaba un uniforme negro con botones dorados, y el pelo peinado hacia atrás con gomina o alguna substancia similar.
—Síganme, por favor.
Devon le hizo un gesto con la cabeza, y se quedó tranquila. Caminaron a una debida distancia del hombrecito del uniforme durante unos segundos hasta llegar a una puerta con un rótulo que rezaba: SALA 5, CONSEJO. El ayudante les abrió la puerta y, con una inclinación, se despidió de ellos.
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Quimera©
Ciencia FicciónFreya sabía que iba a ser el fin. Que sin Belerofonte nadie se salvaría. Todo estaba programado. Ya no había vuelta atrás... "Pero aún hay esperanza. Siempre la hay".