Capítulo 1

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Pum, pum.

Pum, pum.

El corazón de Freya latía a toda velocidad. Ese día empezaba una nueva etapa de su vida. Quizá la más importante de todas.

Pum, pum.

Pum, pum.

-¿Señorita Homes?

Pum, pum.

Pum, pum.

-A-aquí -susurró la joven.

-Aula 127, tenga el horario, las clases que le corresponden y la llave de su taquilla -la secretaria le tendió un sobre-. Isabel te acompañará a la primera clase -una chica rubia se acercó mascando un chicle.

-Vamos, novata -fue lo único que salió de su boca.

Freya la siguió cohibida. Isabel iba unos pasos por delante de ella demasiado ocupada charlando con su amigas. Al llegar a la puerta del aula (Freya supuso que llegaban tarde por el silencio de los pasillos), Isabel la empujó contra unas taquillas.

-Escucha, novata, no me dirijas ni a mí ni a mis amigos la palabra nunca si nosotros no lo hacemos -Freya palideció-. Ni te atrevas a levantar la vista para mirarnos. Creo que sido clara, ¿no? -la otra chica asintió, pensando en cómo alguien podía ser tan mezquino y maquiavélico-. Bien. Quedas avisada.

La rubia entró a la clase contoneándose, como siempre hacía, orgullosa de las palabras que le había dicho a la nueva. Las palabras nunca de fallaban.

-Lo siento, profesora, pero he tenido que ayudar a una chica nueva a encontrar su clase -Isabel se sentó en su sitio, al principio de la clase-. La pobre estaba muy perdida.

-Claro, Isabel. Esperaremos a que se decida a entrar -dijo la profesora.

Fuera del aula había dos personas en el pasillo. Alguien que no sabía que la observaban, y alguien que lo hacía. La primera persona se decidió a entrar en la clase, con las palabras de Isabel resonándole en la cabeza.

La primera impresión que tuvo de la clase fue desorden. La profesora anotaba en la pizarra mientras los alumnos hablaban y se mandaban mensajes de papel.

-¿Eres Freya? -preguntó la profesora.

-Sí -respondió la chica.

-Ah, bienvenida, bienvenida -la mujer le sonrió ampliamente-. Soy la señora Wilson. Puedes sentarte donde quieras.
Freya examinó el aula. Un sitio al fondo, aunque estuviera la mesa que estaba pegada a la suya estuviese vacía, le haría pasar desapercibida. La morena suspiró y caminó entre las mesas los más silenciosamente que pudo, pero una pierna se interpuso en su camino. Si no hubiese mirado al suelo en ese momento, en ese momento estaría en él.
El propietario la miró con descaro y su boca se curvó en una sonrisa pícara. A Freya le repugnó la mirada lasciva del joven y siguió andando con las mejillas ardiéndole. Se sentó en su mesa y sacó sus cosas, dispuesta a olvidar todo lo sucedido.

***

Y por fin llegó la hora de la comida.

Freya no sabía qué hacer. No sabía dónde sentarse para no llamar la atención, pues todas las mesas estaban llenas menos una, en la que un adolescente bajito y con gafas comía la comida de su bandeja con la cabeza gacha. La chica pensó que sería mejor que sentarse con él que con la morena que se metía el dedo en la nariz.

-Hola -dijo la chica al sentarse en la mesa-. ¿Está ocupado?

-Ahora sí -el muchacho levantó la vista-. ¿No prefieres sentarte con otra persona?

-No -ella se sintió un poco decepcionada por la frialdad con la que él le trataba.

-Pues no hay más que hablar. Yo no te molesto y viceversa, ¿vale?

-Como quieras.

Freya se fijó en su "comida"; una especie de pastel de carne amorfo y extraño, un montón de espaguetis compactos y sin salsa y un yogurt de fresa. Sólo llegó a probar los espaguetis y se comió el yogurt (que era completamente normal) con un ansia animal.

Más tarde, cuando ella volvía a su casa en el autobús, se paró a pensar en lo sucedido aquel día. Ella no esperaba tanto descontrol. Los profesores hacían la vista gorda cuando la conducta no era adecuada, y los alumnos hacían todo tipo de cosas; mostraban demasiado "afecto" en público, abusaban de otros más débiles...

Ya en el porche de su casa, dudó entre abrir o no la puerta. Su padre le había dicho que ese día estaría en casa cuando llegase. No quería enfrentarse a su padre en la etapa "post-primer día" que siempre tenían "los de su especie".

Finalmente se decidió a entrar sin hacer ruido. En silencio, subió las escaleras hasta la buhardilla. No había ruido alguno en la casa salvo su respiración entrecortada. Lo supo. Su padre no había vuelto del trabajo. Otra promesa incumplida.

No le dio importancia. Al fin y al cabo, prefería hacer sus deberes sola y sin tener que contestar preguntas.

Quimera©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora