Alonso Villalpando se mantenía sentado en su sitió tamborileando con los dedos él libro, justamente la página contraria de la que estaba leyendo.
Tamborilear con los dedos siempre lo ayudaba a concentrarse, porque cuando intentaba comprender algo, su estúpido cerebro sacaba a flotes su hiperactividad y nerviosismo: así que manteniendo una parte de su cabeza pendiente del ritmo, y la otra parte en lo que estaba leyendo conseguía un aprendizaje más efectivo.
—¿Lo entiendes? —preguntó su profesor particular, Mark Gwen.
Dependiendo del curso iban cambiando de maestro, pero éste especialmente le gustaba a Alonso, llevaba dos años estudiando Administración de empresas gracias a su padre.
—Si, creo que si, señor —respondió educadamente.
Además, su formación no consistía en las asignaturas de la carrera, también su madre (para satisfacer su falta de vida social) quería profundizar en asuntos mas internos, y bellos: como son las bellas artes. Alonso Villalpando, con sólo veinte años sabía más de historia, escultura, música, pintura, arquitectura, cine, que cualquier persona "normal" de veinte años.
Él especialmente amaba la literatura, adoraba leer. Empezó leyendo literatura juvenil, como Percy Jackson para la lección de mitología o Los juegos del hambre para luego comparar la película con él libro. Luego fue más profundo y se enamoró de la poesía que le permitía leer su madre...
Y ahora está enganchado a la literatura clásica.
—Muy bien, Alonso —lo felicitó su maestro después de que Alonso le explicara lo que había entendido.
—Gracias, señor —sonrió tímidamente poniéndose rojo como un tomate.
A Mark le parecía un caso aparte, aunque él intentaba que confiara en él, que hubiera cierta confidencialidad entré ambos...era imposible, Alonso era demasiado respetuoso y avergonzado como para tutear a la figura de alguién tan importante, como su maestro.
—Es la hora —dijo Mark advirtiendo la presencia de Columba Camarena en la puerta—. Tengo que marcharme.
Recogiendo sus cuadernos ambos se levantaron.
—Permitame acompañarle... —empezó Alonso, pero fue interrumpido por un grito de rabia.
—¡Alonso! ¡Te he dicho miles y millones de veces que tú cortesía puede ser peligrosa!
—Pero madre...yo... —bajó la mirada y Mark advirtió lágrimas en los ojos del chico—. Lo siento mucho, no te vuelvas a enfadar, por favor.
Columba suspiró de frustración mientras la nana de Alonso, mamá Cleo, entraba ante los gritos de Columba.
—Hasta luego, señora —sonrió falsamente Mark mientras murmuraba lo bruja que era y se marchaba de ahí cerrando la puerta detrás de él.
—¿Qué pasa? —la señora tenía una mano en el pecho aterrada—. Creí que te había pasado algo, mi niño.
Pero fue entonces cuando la nana se dio cuenta de las lágrimas del chico.
—¡Ya sabes que no puedes acercarte a la puerta! —lo siguió regañando Columba.
—¡No grites! —exclamó la nana.
—¡Estoy en mi casa y grito lo que yo quiera! —la enfrentó Columba.
—¿Ah sí? ¡Pues yo también se gritar para que lo sepas! —gritó la nana.
Alonso subió la mirada y por encima de los gritos escuchó la puerta abrirse y luego cerrarse.
—¿Qué pasa aquí? ¿No sé puede tener paz o que? —preguntó Martino Villalpando entrando en la biblioteca donde normalmente estudia su hijo.
—¡Tú mujer le gritó a Alonso por intentar salir como cualquier persona normal!
Pero ésta vez era Alonso él que negaba con la cabeza.
—Yo no iba a salir, ni me iba a acercar a la puerta, lo juro —dijo con miedo mirando a su padre.
—Alonso —empezó suavemente su padre—. Sube a tú habitación, ya hablaremos.
Alonso asintió obedeciendo y paso entré todos pidiendo disculpas y dando las buenas noches entré susurros y lo último que quedo fue él eco de sus pasos subiendo las escaleras.
—¿Están necesario que peleen? —Martino estaba cansando de las peleas de ambas.
—¡Es mi hijo y yo lo crió como quiera! —dijo Columba—. Tú no eres nadie para decirme como tengo que criar al que nació de mi.
—¡Hasta un reo tiene más libertad que tú hijo! Lo vas a matar...
—Mamá Cleo —dijo con cariño Martino—. Vete a dormir, ya es tarde y sé que no te apetece discutir.
Mamá Cleo dejó la biblioteca en silencio, pero era un silencio enfadado, tenso.
—Es una maleducada —gruño Columba—. Ni siquiera nos ha dicho buenas noches.
—No me extraña...
—¡Martino!
—Vale, vale...pero tiene cierta razón —abrazó a su esposa reposando los brazos.
—Sólo quiero protegerlo... —se apartó cruzando los brazos disgustada—. Sabes que es él único hijo que me sobrevivió. Es mi bebé.
—Es nuestro hijo. ¿Pero protegerlo de qué? ¡Ese chico es más responsable que tú con cuarenta años!
Columba hizo los ojos en blanco y se marchó subiendo las escaleras.
—Eres muy obstinada —gruño soltándose la corbata—. Algún día conocerá a alguién, algún día se casara...¡Y vas a Tener que aceptarlo!
—Ya veremos...
Amenazó adelantando a su esposo y cerrando la puerta de su habitación dejándolo afuera. Martino miró a la habitación de su hijo...y con pasos decididos fue con determinación a tocar la puerta.
—¿Alonso?
Pero Alonso estaba ocupado limpiando las lágrimas de sus ojos en él baño.
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Pequeño Inocente -Alonso Villalpando-
Hayran Kurgu¿Inocente, un hombre? Jamas se ha visto en la historia de la humanidad. Timidez, inseguridad y sobretodo inocencia eran los perfectos aspectos para describir a Alonso Villalpando. Con veinte años, uno setenta y ocho de estatura e inteligencia asombr...