El acuerdo

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-Tú sí que estás completamente loco—demandó Karla—¿Quieres ir a Londres conmigo? ¡Ni siquiera nos conocemos de nada!

-Oye, vivimos juntos—Rogelio se incorporó en la cama y le guiñó un ojo. Karla bufó por lo bajo—calmate piba, te dará un infarto o algo así—se levantó de la cama y se acomodó el cabello—ese es mi trato. ¿Lo aceptás o no?

-Rogelio...

-Yo tengo toda la mañana. Vos...no creo.

-El viaje es en un mes, yo me voy a mudar en una semana. Ya ni siquiera nos vamos a hablar.

-¿Perdón? Piba yo no sé con qué clase de hombres estés acostumbrada a tratar vos, pero yo no te dejaré de hablar. Seremos vecinos, no tenemos por qué dejar de hacerlo. Ahora qué, si no te convencés, podés mandar tus archivos desde el ordenador a tu mail, ¿no? No necesitás la UBS para nada.

-Rogelio...—repitió, llevándose las manos a las sienes—no puedo hacer eso, los borré. Es un protocolo del lugar donde trabajo. Necesito esa USB, AHORA—enfatizó la última palabra, poniéndose de jarras.

-Ya dije que vos tenés la decisión...

-¡Ay ya, de acuerdo! Si me dan esos boletos, nos vamos a Londres.

La sonrisa que Rogelio le regaló era como si hubiesen dejado a un niño toda una noche solo en Disneyland con la electricidad funcionando.

-De acuerdo. Podés buscar donde quieras.

-¡Sólo dámela y ya!—exigió la chica.

-Dije que si vos aceptabas yo te daba permiso de registrar mi alcoba, así que podés empezar cuando quieras.

Karla resopló fuertemente, no iba a permitir que la sacara de sus casillas, no señor. Empezó a registrar lugar por lugar y cosa por cosa en el cuarto de Rogelio hasta que encontró la pequeña usb dentro de uno de los botines de juego del chico. Rodó los ojos ante la sonrisa radiante que el moreno seguía teniendo en su rostro, de esas que se te pintan cuando sabes que has ganado la batalla y salió del lugar sin despedirse.

(...)

Rogelio se sonrió, por enésima vez cuando Karla salió del apartamento. No sabía de dónde se había sacado lo del viaje, pero lo cierto era que le gustaba fastidiar y la chica se prestaba bastante para ello. Se alistó y en vez de cocinar prefirió telefonear a uno de sus compañeros para ponerse de acuerdo e ir a desayunar a algún lugar.

A pesar de que la sesión de entrenamiento fue dura, Karla Torres no salió de su cabeza. ¿Qué le estaba pasando? La conocía desde hacía 2 días, pero era cierto que la chica le había venido a alegrar un poquito la estadía en la ciudad. Prefirió quedarse a ejercitarse una hora más en el gimnasio y cuando ya iba rumbo a las regaderas su móvil comenzó a sonar.

-¿Aló?

-¿Con qué me vas a recompensar por haberme jodido la mañana?—la voz que intentaba tener un tono hosco al otro lado de la línea lo hizo sonreír.

-¿Cómo demonios tenés mi número, loca?

-Lo pedí a Don José. Y oye, yo ayer te recompensé con pizza, es justo que hoy me compres algo, ¿no?

-¿Sólo para eso llamás? Vaya mina, interesada encima.

-Gané los boletos a Londres.

-¿De verdad? ¿Querés que te lleve tacos o hamburguesa?

-Interesado-rió-chico, dos días y ya me conoces demasiado bien. Tacos. De trompo.

-¿De qué?

-De trompo. Hay un puesto sobre la avenida que lleva al condominio. Salgo en media hora.

Y colgó.

Rogelio sonrió. Estaban empatados, claro que sí.  A él no le gustaban los empates, pero tenía que darle mérito a la chica. Y claro que se merecía una compensación.




¿Y tú quién eres? (Rogelio Funes Mori)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora