El campo de guerra (y la reconciliación)

115 12 2
                                    

Rogelio tardó lo que le pareció una eternidad en regresar al departamento. Bueno, en realidad no fue tanto, pero fue cuando entendió por qué las tarifas dinámicas de Uber existían un viernes por la noche en Monterrey.

En cuanto entró al departamento, sintió el ambiente tenso, pesado. Claro que el que todo estuviera a oscuras y la única luz existente procediera de la rendija debajo de la puerta de la habitación de Karla empeoraba las cosas. Estaba a nada de ir a tocarle para disculparse.

Pero no lo hizo. Porque algo dentro de él le decía que solo empeoraría todo.

Mientras se dirigía hacia su habitación y cerraba la puerta tras sí, aceptó que Karla tenía razón. Él no tenía derecho a hablar mal de la gente, y mucho menos a prohibirle que se viera con tal o cual persona, pero había escuchado tantas historias de Barrera e incluso él mismo lo había visto, coqueteando con chicas del club y reporteras que les brillaban los ojos cuando un futbolista les hablaba de otro modo, incluso Barrera, días atrás les había mostrado los 20 y más ligues que había conseguido en Tinder, y lo hacía justo por eso: porque no quería que Karla fuera una más de su lista, y sufriera más de la cuenta, porque no lo merecía.

Pero sabía que no podía (y no tenía el derecho) de cuidarla de esa forma tan sobreprotectora, como si fueran algo. Porque por más que él se muriera por serlo, no lo eran.

Y así tenía que seguir siendo por el bien de la chica.

[...]

La cosa no mejoró para nada al día siguiente, pues lo despertó un 'quilombo' digno de un sobreruedas: golpes, cajas que eran aventadas, muebles arrastrados y el constante portazo de las habitaciones contiguas. Se estiró para alcanzar su móvil y ver la hora: daban apenas las 8:00 AM. Se puso de pie, no sin costarle algo de trabajo y se calzó las pantuflas antes de salir de la habitación. Al hacerlo casi choca de frente con Karla, quien llevaba una caja enorme en las manos.

-Dejalo, piba—intentó sacársela de las manos para ayudarle pero con una habilidad admirable la chica lo esquivó, y sin decir nada se encaminó a la sala. Él la siguió y pudo ver que ya cerca de la puerta de entrada había una torre considerable de cosas perfectamente organizadas, incluso la computadora que él mismo había instalado ya se encontraba de nuevo en su empaque, esperando a ser movida—bueno, ¿vos estás loca o qué pasa?

-Me voy a mudar mañana—le informó la chica—los Henderson desalojan hoy y don José me pidió un día para hacer la limpieza del departamento.

-¿Mañana? ¿Tan pronto?—replicó antes de poder pensar las palabras.

-No tiene sentido que siga aquí—le dijo hosca, arisca—mañana me voy y me desaparezco de la faz de tu tierra.

-No es como que estaremos tan lejos, vos sabés, estarás a un pasillo de distancia.

La chica se encogió de hombros, como restándole importancia a ese pequeño detalle, y sin decir nada más se volvió en redondo y se encaminó de nuevo a su habitación.

Y ahí estuvo, encerrada a piedra y lodo el resto de la mañana.

"Vaya, Funes, la has cagado monumentalmente."

[...]

Karla estaba enojada, era obvio. Mientras se enfurruñaba sobre sí misma sentándose en su cama se repetía y le daba vueltas a por qué Rogelio había actuado de esa manera. No era como que le pareciera el tipo de gente que se pone a despotricar sobre otros solo porque sí, pero era tan rara la forma en la que se comportaba, como si estuviera realmente celoso.

Pero era una tontería, porque Rogelio no podía sentir celos por ella. Se conocían de apenas una semana atrás, y aunque a ella le había parecido un tiempo largo, la realidad es que uno no desarrolla esa clase de sentimientos por otra persona en ese periodo de tiempo... ¿o sí?

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 11, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

¿Y tú quién eres? (Rogelio Funes Mori)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora