Capítulo 1

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   Entro en mi habitación. Una chica rubia de pelo largo, alta, delgada, de ojos marrones y piel clara está en la cama de abajo de la litera. Estamos vestidos iguales, con el uniforme. Mi maleta está en el suelo, cerrada.

   —Hola —dice, sonriéndome.

   —Hola —respondo.

    —Me llamo Susana. Tú eres Raquel, ¿no?

    —Sí.

   —La directora me ha dicho que te enseñe todo esto —dice—. Esta es nuestra habitación, tu armario es el de la derecha y tu cama la de arriba. Ya sabes que no puedes tener puesta ropa que no sea el uniforme o el pijama del colegio. Las clases son de ocho de la mañana a dos, con un descanso de media hora a las once menos cuarto. A las dos comemos, y a las tres nos retiramos a las habitaciones para estudiar. De seis a nueve tenemos tiempo libre. A las nueve cenamos. A las nueve y media volvemos a las habitaciones y vamos a dormir. Eso de lunes a viernes —dice mientras me ayuda a guardarlo todo en el armario—. Así no se cuelgan las faldas. ¿Qué te pasa? ¿Nunca te has puesto una falda? —pregunta, extrañada.

   —Soy más de pantalones —digo, sonrojado.

   —Ah... También veo que no te llevas bien con las medias —bromea mientras las guarda en el armario también.

   —Bueno, ¿y los sábados y domingos?—digo para evitar hablar de algo peligroso.

   —Nos levantamos a las diez, nos vestimos también con el uniforme y vamos a desayunar. A las once y media vamos a las habitaciones a estudiar hasta las dos. A las dos comemos y tenemos tiempo libre hasta las diez los sábados y las ocho los domingos. Los sábados nos acostamos a las doce y los domingos a las diez. Y eso es todo.

   Vaya año me espera... —pienso.

   —¿Y por qué no estás en clase? Es lunes —digo.

   —La directora me ha dado el día libre para que te enseñe todo esto.

   —Ah.

   —Vamos —dice cogiéndome de la mano y sacándome del cuarto.

   Caminamos a paso rápido. Las faldas se nos pegan al cuerpo. Rezo por que no se me caigan, aunque no llevo calzoncillos, y las bragas que llevo me tapan perfectamente mis partes íntimas. No me acostumbraré fácilmente al uniforme, sobre todo a los zapatos, que tienen un poco de tacón. Me acomodo la falda como puedo. Es incómoda, no tanto como creía, pero es incómoda.

  Susana me enseña todas las instalaciones. Suena el timbre y todas salen de las aulas.

   —Vamos a comer, Raquel —dice.

   —Vale —respondo a los pocos segundos. No me acostumbro a que me llamen Raquel y no Rubén.

   Entramos en el comedor y cogemos las bandejas. Nos sirven un plato de pollo cocido con puré de patatas. Empezamos a comer.

    —Al menos la comida está buena...

    —Sí, compensa a los uniformes y los camisones horribles —dice Silvia.

   —Sí... —digo.

   —No te acostumbras a la falda y a las medias, ¿no? —dice riendo.

   —¿Por qué lo dices? —digo preocupado.

   —Por como te miras. Se nota que eres una chica de pantalones.

   Me río aliviado. Cuando acabamos de comer, volvemos a nuestra habitación.

   —Voy un momento al baño —digo.

   —Vale.

   Entro en el baño y cierro la puerta. Me miro en el espejo. Ahora entiendo por qué no me cortaban el pelo, que ahora me cae sobre los hombros. No me diferencio entre las chicas. Estoy ridículo con la falda. Salgo cinco minutos después. Miro a Susana. Es muy guapa. Si yo no fuera "chica", saldría con ella. Aunque sin llegar tan lejos como con Maria. Estoy aquí por su culpa, por acostarme con ella. Ella me convenció para robar el día de la fiesta.

Fashback

  Entramos en comisaría guiados por un policía cada uno. Las esposas están muy apretadas. No me gusta tener las manos detrás de la espalda tanto tiempo. María está muy provocadora con ese gran escote y esa minifalda tan corta. Nos bajan a los calabozos y nos encierran en una celda. Nos obligan a acercanos para que nos quiten las esposas. Por fin libres, nos abrazamos. El policía nos pidió el número de nuestros padres y se lo dimos. Después desapareció. Maria se acercó a mi y me pidió que me acostara con ella allí. La desnudo y me desnudo. Pongo mis manos sobre sus tetas y, llevados por la pasión, perdemos la virginidad en comisaría. Y entonces llegan nuestros padres y nos sorprenden en pleno acto sexual. Están todos enfadados, incluso los policías. Nos vestimos y salimos de la celda. Nos vuelven a esposar y subimos. Nuestros padres arreglan el papeleo y nos vamos. Ahí me dijeron que al año siguiente iría a un internado.

Mis padres estuvieron buscando plaza en alguno, pero descubrieron que no había en ninguno masculino o mixto del país. Encontraron una en este internado femenino, y hablaron con la directora para ver si me aceptaban. Como su única condición fue que tenía que ser como las demás, aceptaron y compraron este horrible uniforme.

   Por la tarde vemos el resto del colegio. A la hora de cenar, vamos a la cafetería. Cenamos hamburguesas y patatas fritas. Después volvemos a nuestra habitación para prepararnos para dormir.

   —Susana, tengo que pedirte una cosa... —digo tímidamente.

   —Dime —responde, extrañada.

    —Mientras me duché, no entres en el baño. Nunca, ¿vale? Pase lo que pase —le pido, serio.

   —Vale... Si tú lo dices... No lo haré, tranquila —dice, confusa.

   —Gracias.

   Entramos en la habitación. Cojo unas bragas y un camisón. Entro en el baño y cierro la puerta. Me desnudo y dejo el uniforme en el suelo y el camisón y las bragas limpias sobre el lavabo. Me ducho tranquilamente. Cuando acabo, me pongo unas bragas limpias y el camisón, que es, al igual que el uniforme, más cómodo de lo que pensaba, aunque el camisón es mucho más cómodo, aunque también es más feo. Me va a costar acostumbrarme a estar vestido de chica las veinticuatro horas al día los próximos meses.

   Salgo del baño y me meto en la cama. Cuando Susana termina, nos ponemos a dormir. Mañana será otro día, que espero que sea mejor.

Chico en un internado femeninoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora