El alivio que sintió Nebraska a ver que todos los asientos estaban desocupados, fue enorme. Miró al conductor con una pequeña sonrisa, pasando la tarjeta que había robado de una de las empleadas de Haisence. Al ver que dio la luz verde, entró de inmediato a aquel bus.Rápidamente eligió un asiento al lado de la ventana. Ella adoraba ver el paisaje mientras viajaba, le relajaba y calmaba. Tomó asiento y lanzó su mochila al lugar de al lado. Por suerte, el bus tenía una canción en transmisión, esta era muy alejada a las que ella solía escuchar en el hogar, era más movida y pegajosa; quizá cuando se termine el recorrido Nebraska ya se la sabría de memoria.
Al no tener nada en que entretenerse mientras llegaba a su destino, pensó las mil cosas que podría hacer en esos dos días de ausencia. La primera, era ir a conseguir aquel cucharón que le tenía prometido a Marco, ya que era lo mínimo que podía hacer por él. Lo segundo y más importante, era ir al zoologico más grande que había en Canberra. Ella siempre fue fanática de los animales, la simple idea de poder verlos en vivo y en directo le emocionaba. El único animal que veía día a día era Cocoa, y no era para nada fascinante.
Agarró su mochila y saco un sándwich. Fueron apenas unos cinco minutos en los cuales ella se lo devoró, y fueron unos diez segundos en los que se arrepintió de haberlo comido. Nebraska nunca viajaba, pero cada vez que lo hacía se mareaba de forma excesiva. Y no era nada bueno comer algo mientras estaba en ese estado. Localizó el baño a lo lejos, quizás un poco de agua fría en su rostro le haría volver a sus sentidos. Caminó hacia el lugar, y abrió la puerta al llegar. Para ser el baño de un bus, era bastante bonito, mucho mejor que el de Haisence. Encendió la llave y sumergió su rostro en el agua. Tanto su cabello como su rostro se empaparon, pero le dieron un toque fresco deseado.
Segundos después, abandonó el baño y tomó rumbo hacia su asiento. Sin embargo, había algo raro en el, o más bien, alguien. Era un chico, no traía zapatos ni calcetines. Tenía unos pantalones cortos y una polera muy holgada. Nebraska frunció el ceño confundida, por un momento pensó que se había equivocado de lado o algo así, pero al ver cómo el masculino se estaba metiendo en su mochila, supo que no estaba mal.
Fue hacia él lo más rápido que pudo y notó que sólo había sacado un paquete de galletas. No parecía una persona sin hogar, es más, lucía sano y limpio. Entonces fui ahí cuando Nebraska se confundió más, "¿por qué me quita mi comida, entonces?", se preguntaba. Y sin pensarlo dos veces, le quito su propia mochila.
— Esto es mío. — con una voz más ronca de lo normal, Nebraska habló.
El chico se volteó y miró a la femenina, mientras que ella sólo se fijaba en cómo tenía la boca llena y su polera llena de migas. —Y no es mío.
— Lo sé, porque es mío. Mira, ahí está mi nombre. —exclamó, apuntando al lugar donde su nombre estaba escrito con un plumón negro.
— ¿Cuál es tu nombre?
— Nebraska. ¿El tuyo?
— Massachusetts.
Nebraska entrecerró sus ojos algo sorprendida. No se creía que el chico se llamará así. —¿En serio te llamas así?
— ¿Ah? No. Pensé que estábamos nombrando los estados de Estados Unidos.
Nebraska abrió sus labios queriendo decir algo, sin embargo, no encontraba nada indicado ante tal respuesta. Sin más, se sentó en su asiento e ignoró al chico, el cual se había alejado junto al paquete de galletas que Marco le había preparado. Miró el paisaje y vio unas hermosas montañas verdes, donde la flora estaba muy presente. A su lado se veían muchas tiendas de comida o artículos de pesca, camping o cosas de ese estilo.
Pasó el tiempo y Nebraska en ningún momento se quedó dormida, le parecía algo tenebroso hacerlo. A su lado, el chico desconocido estaba pegado a la ventana del bus, siendo que habían muchos asientos disponibles. Desde ya, a Nebraska le parecía extraño. Sin prestar más atención, notó que la próxima parada era su destino, así que de inmediato tomó sus casos y se dirigió a la puerta de bajada.
Se puso su capucha nuevamente y bajó rápidamente cuando el bus se detuvo. Aquel lugar era más frío a comparación del hogar de acogida. Era menos rustico y con más ruido. Mordió su labio inferior al ver cómo las personas corrían de un lado a otro con bolsas de compra y cosas de ese estilo, mientras que ella, con su mochila y suéter sucio, estaba parada como una estatua.
El dinero que había traído lo obtuvo por la cuota que sus padres mandaban, sin embargo, siempre era tan poco que ella debía ahorra la semana entera si es que quería un martes de fuga divertido. Hoy trajo lo justo y necesario.
A pesar de haber ido muchas veces a la misma estación, se confundía cada vez más con la ubicación. Ella solía quedarse a alojar en una tienda que estaba cerrada temporalmente, no obstante, ella logró encontrar una entrada que le permitía tener una sana y salva noche. Mascó la manga de su suéter y empezó a caminar hacia su destino.
Estar en un lugar lleno de personas le incomodaba a Nebraska, pero al mismo tiempo le agradaba. Le incomodaba, ya que se sentía presionada y ahogada, y cómo pasaba día a día en un hogar donde veía a las mismas personas al despertar y al dormir, se le hacía más difícil. Pero por otro lado, le agradaba, debido a que adoraba mirar a las personas e imaginarse una vida para ellos, una historia totalmente inventada. La chica de cabello rubio que estaba frente a ella pudo haber sido una modelo, quizás una abogada, o simplemente una madre soltera con cuatro hijos.
Nebraska adoraba crear su propio mundo.
La tienda se encontraba al frente del semáforo que no quería ponerse en verde. Nebraska miró con atención el color rojo que resaltaba del objeto, intentado que con sus poderes inexistentes lo pudiera cambiar al verde. Y pasó, pero por el simple hecho de que un niño estaba presionando el botón para que el semáforo cambiara. Nebraska se rió de si misma y cruzó con rapidez.
—Oh, no.
Exclamó para si misma al ver que la tienda estaba abierta, y con muchas personas adentro.
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Nebraska.
Novela JuvenilNebraska era simplemente Nebraska. ** Créditos de la portada a TJ Harries.